Mensaje en una bolina

La llegada de pellets a nuestros arenales nos recuerda la batalla pendiente contra el plástico

Maribel Lugilde

Maribel Lugilde

Me postro ante quienes estos días -y los venideros- acuden como voluntarios a entresacar pellets de plástico de nuestros arenales, entre ellos, la playa de San Lorenzo de Gijón. La crisis del Toconao, como en su momento la del Prestige, nos permitirá de nuevo poner cara a quienes demuestran con sus actos desinteresados que el mundo puede ir a mejor. Ellos sí merecen el reconocimiento de "influencers", en vez de esos seres vacuos consumidos prematuramente en la hoguera de las vanidades.

La tarea de las bolinas ha de ser muy ingrata. Por la posición a la que obliga, por el frío y, sobremanera, porque exige perseverancia ante tan desigual batalla. Por cada pellet recuperado, cuántos más seguirán ahí, tercos como el carbón del Castillo de Salas que, tres décadas después, la mar nos sigue trayendo a la orilla. Por si el olvido. Sí, habrá bolinas por muchos años. Se colarán en nuestra bolsa de playa el próximo verano.

El pellet es un ente abstracto en nuestro universo doméstico, pero, en realidad, está en el origen de la mayoría de plásticos que nos rodean, que son bolinas convertidas en envases finales. Cada europeo tira al año 36 kilos de plástico y deja entrar inadvertidamente en su cuerpo 250 gramos. Los microplásticos se han autoinvitado a nuestra dieta. Siguiendo esta lógica, cabe la posibilidad de que algunos de los pellets del Toconao entren en la cadena alimentaria y formen parte del cupo anual de gramos digeridos.

La Unión Europea ha ido poniendo límites al uso descontrolado de envases en nuestra vida cotidiana. La gran batalla es el envase de usar y tirar. El caso de la botella de plástico es paradigmático: tiene una vida de uso de horas mientras tarda en degradarse casi medio siglo. En noviembre pasado, el Parlamento Europeo aprobó nuevas medidas restrictivas, pero menos de las que había propuesto inicialmente la Comisión. Por la presión de la industria alimentaria, según los movimientos conservacionistas. Así, frutas y verduras seguirán presentándose envueltas en plásticos en los lineales de los supermercados.

Pero consumidoras y consumidores tenemos la última palabra. No sólo a pie de playa se libra la contienda de las bolinas, el mar de plástico llega a nuestras casas. Opciones: comprar preferiblemente a granel, desde alimentos a productos cosméticos, usar botellas y vasos reutilizables, sustituir los utensilios de cocina y envases de plástico por los de madera, bambú, acero inoxidable o vidrio, prescindir del café en cápsulas, minimizar el consumo de chicles…

¿Qué tal si empezamos, cual ejército de voluntarios, por uno o varios de estos propósitos? Sí, será como una gota en un océano, pero ¿qué es un océano sino una suma de gotas?

Suscríbete para seguir leyendo