Anxelu y el Cudillero de un artista plástico total

Gran dibujante, pintor, grabador e ilustrador, utiliza con audacia la perspectiva aérea y desde hoy muestra obras en el Centro Social de El Pito

Anxelu Fernández Menéndez, en su estudio.

Anxelu Fernández Menéndez, en su estudio.

Rodrigo Vázquez de Prada Grande

Desde el siglo XIX, la belleza y el original pintoresquismo del pueblo pesquero de Cudillero, fascinó y empujó a plasmarlo en sus óleos, acuarelas y grabados a pintores de gran renombre de diversas regiones españolas. Entre otros, a los madrileños Manuel Domínguez y José Robles, el santanderino Tomás Campuzano, el valenciano Enrique Martínez Cubells, a los asturianos Darío de Regoyos, Evaristo Valle, Eugenio Tamayo, Gonzalo Pérez Espolita, Andrés Vidau o Joaquín Vaquero Palacios.

 Gracias a la obra de estos artistas, Cudillero quedó inmortalizado en valiosos cuadros que cuelgan en importantes colecciones privadas y en pinacotecas públicas como nuestro sensacional Museo del Prado, entre cuyos fondos se encuentra un óleo que refleja el muelle del oeste del puerto debido al pincel de Campuzano.  De todos ellos escribí años atrás en una serie de artículos publicados en El Baluarte, la espléndida revista dirigida por el cronista oficial de la villa, el periodista y escritor Juan Luis Álvarez del Busto.

 En las épocas en que estos pintores desarrollaron sus carreras artísticas el pueblo pesquero que inspiró al escritor asturiano Armando Palacioi Valdés su atrayente novela “José” no contaba con artistas plásticos entre sus pobladores. Pero, desde la década de los ochenta del pasado siglo, Cudillero también tiene a quien lo pinte entre sus propios habitantes. Y el patriarca de todos ellos, Anxelu (Anxelu Fernández Menéndez, Cudillero, 1958), un excelente artista que, a partir de un perfecto dominio del dibujo, vuelca su gran capacidad creadora no solo en su producción dibujística, sus  pinturas al óleo sobre lienzo, tabla o cartón, y a la acuarela, sino también en el grabado, esa compleja y bellísima técnica en la que se adentraron pintores de la talla de Rembrandt, Durero,Piranesi y Goya y artistas asturianos como Adolfo Álvarez Folgueras, discípulo de Francisco Esteve Botey, un catalán afincado en Madrid, que, precisamente, recibió, en 1955, uno de sus varios premios nacionales de grabado por la serie de litografías dedicadas a Cudillero.

una de las pinturas de Anxelu

una de las pinturas de Anxelu

 Por si esto fuera poco, Anxelu proyectó, asimismo, sus dotes artísticas en el cartelismo, una parcela en la que otros grandes artistas, desde Toulouse-Lautrec hasta Picasso, Renau y, en nuestra propia tierra, otro pintor de madre cudillerense, Alfonso (Alfonso Iglesias y López de Vivigo) supieron imprimir su particular impronta. Prueba de su buen hacer en este campo fue la concesión del segundo premio en el Festival de Instalaciones Decorativas del Carnaval de Avilés de 1993.

Y a eso añade su faceta de ilustrador de libros y publicaciones. A él se deben la portada y otras varias estampas de la primera edición de la obra “Cudillero mágico”, de Juan Luis Álvarez del Busto, algunas otras reproducidas en El Baluarte o en los “Cuadernos literarios de Escritores en Cudillero”, en la revista de poesía “Rey Lagarto”, o, en fin, en el “Diccionario Asturiano-Español Ilustrado”, editado por Pico Urriellu.

Su incursión exitosa en ese amplísimo abanico de técnicas, géneros y soportes y su ágil y desenvuelto manejo en todas ellas, hacen de Anxelu, realmente, un artista plástico total. Un pintor nada común en la esfera artística española, al que nada le es ajeno en ese mundo al que Rafael Alberti cantó en su poemario “A la pintura” y que, a quien tiene la fortuna de contemplar su obra,  nos permite trascender la zafia vulgaridad que inunda el tiempo que nos ha tocado vivir.

Anxelu pertenece a una familia de pescadores pixuetos y navegantes, sin ningún antecedente que hubiera recalado en el trabajo artístico, aunque con un lejano parentesco con Tomás García Sampedro, el magnífico pintor murense nacido en Somao (Pravia). Pero, desde muy niño, se sintió poderosamente atraído por el juego de los lápices y los colores, por dedicar su tiempo a emborronar hojas de papel en blanco con figuras y objetos, reales o imaginarios.

Un paisaje de Anxelu

Un paisaje de Anxelu

Y con el incondicional apoyo de sus padres, encauzó su disposición natural a la pintura con estudios primero en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo. Luego, en la Taller de Arte, en Avilés, del pintor y escultor Santarúa (Vicente Menéndez Santarúa, Candás, 1936), un gran artista al que se deben esculturas que aportan belleza a las calles de varias poblaciones asturianas: entre ellas las del pintor de Corte del último rey de la Casa de Austria, el avilesino Juan Carreño de Miranda, la del marqués de Santa Cruz, el autor de las “Reflexiones militares” que fueron de provechosa lectura para el káiser alemán Guillermo II, o la del director de cine norteamericano Woody Allen, la más popular de todas ellas. En la academia de Santarúa tuvo como compañeros a otros reconocidos pintores como Emilio Reigada y Secades, con los que mantiene una fraternal amistad, al igual que con “Pachín” otro prestigioso artista.

Finalmente, completó sus conocimientos artísticos en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia, un potente centro docente que tuvo como directores a artistas de renombre como Antonio Muñoz Degraín. Previamente, había preparado su ingreso en él con otro artista asturiano, Favila (Amado González Hevia, Grado, 1954), autor de un precioso repertorio de paisajes y de buenas esculturas, como la de la niña Martínez Vallejo, según la plasmó en uno de sus lienzos Carreño de Miranda.

Desde sus comienzos, Anxelu encuadra sus obras en la senda de la mejor escuela paisajística y costumbrista realista, introducida en la España del siglo XIX, por el belga Carlos de Haes, aunque fortalecida por los rasgos que la caracterizan en nuestros días. No obstante,  siempre aborda su producción artística con una mirada muy original y valiente. Una mirada tan característica, tan suya, que confiere y resalta aún más su formidable bagaje técnico, su sensacional dominio del dibujo y su sabia ejecución del color, que lo hace muy diferente a otros pintores.

En primer lugar, destaca en su obra la reiterada utilización de la perspectiva aérea, mediante la cual atrapa el paisaje que quiere plasmar de arriba abajo. Un tipo de perspectiva que, en alguna medida, podría parecer similar a la que el valenciano Enrique Martínez Cubells utilizó en uno de los mejores cuadros del conjunto que pintó sobre Cudillero, el paisaje de “la ribera” que posee la Fundación Masaveu y al que me referí en uno de mis artículos de El Baluarte.

Paisaje de Cudillero.

Paisaje de Cudillero.

Sin embargo, Anxelu se mueve con mayor intensidad que Martínez Cubells en el ejercicio de ese punto de vista en el que se expresan muchos de sus cuadros . Un punto de vista que se contrapone resueltamente al de un gran número de los artistas que encuadraron su retina en una perspectiva más usual, de abajo arriba: sus lienzos muestran el complicado encabalgamiento de las casas pixuetas que, apiñándose, casi se podría decir que milagrosamente, unas encima de otras, conformando un peculiar anfiteatro y descienden desde “la Reguera”, como en cascada, hasta la iglesia parroquial diseñada en el siglo XVI por Juan de Cerecedo, “la catedralina”, o, más directamente, hasta el mismo puerto.

Anxelu rompe con ese modelo que supone la reiteración del paisaje más conocido, pintado y fotografiado.  Y, de forma verdaderamente audaz, pone a trabajar a sus pinceles desde otra perspectiva, recorriendo el paisaje constructivo a través de sus tejados para, desde ellos, descender a las plazuelas hasta llegar a la mar. A una mar, que, en este caso, no es el morir, como decía Jorge Manrique  en sus coplas a la muerte de su padre, por más que el fiero Cantábrico arrebatara la vida a tantos pescadores pixuetos, sino la columna vertebral, un espacio verdaderamente vital, de su Cudillero natal.

En esta particular visión pictórica, deslizando sus pinceles por ese peculiar recorrido  Anxelu se convierte en una suerte de “Diablo cojuelo”. Aunque, al contrario que lo que hacía el personaje creado en 1641 por Luis Vélez de Guevara, no levanta las techumbres para husmear las intimidades de quienes habitan bajo ellas, sino que dirige su mirada, limpia y clara, sobre la cima de la arquitectura que alberga a las familias de pescadores, reconociéndole un encanto que para el común de los mortales pasa inadvertido. Y el resultado artístico de esa manera de pintar Cudillero supone todo un acierto. Varios de sus mejores cuadros se enmarcan en esta forma tan suya de entender su más querido paisaje.

Al tiempo, y desde una parecida visión pictórica, atrapa con buscada reiteración la belleza de una característica construcción pixueta y del paisaje marino que le rodea, el faro de Cudillero, captando su imagen desde una perspectiva aérea que realza sus trazas  arquitectónicas y su privilegiado emplazamiento. Este es otro de los motivos a los que, asimismo, vuelve una y otra vez y al que también plasma desde la mar, lo que, igualmente, le permite fijar la reciedumbre del cabo en el que se asienta.

Y esta audacia y originalidad la expresa Anxelu en otro de sus mejores cuadros, sin duda uno de los de mayores dimensiones de toda su producción: 62x197 cms. En este caso, su punto de vista lo sitúa a ras de tierra y dirige su mirada de abajo arriba; es decir, en un principio parece que emplea la perspectiva que podemos calificar de tradicional y, al mismo tiempo, conforma su ejercicio compositivo e introduce los elementos más habituales que hacen reconocible el Cudillero pintado: así, en un primer plano, aparece un grupo de seis lanchas  “sobordadas” en plena ribera, para protegerlas del oleaje que, siempre rugiente, amenazador y buscando su presa, ascendía con furia, durante muchas décadas, hasta las mismas viviendas de los pescadores. Y, tras ellas, plasma las humildes construcciones encaramadas sobre el monte, unas sobre otras, en un complicado y casi disparatado amasijo de fachadas, vanos y techumbres.

Realmente, podría ser este cuadro similar a tantos otros si no fuera por un elemento capital que lo singulariza, de forma que rompe también los esquemas clásicos de la composición, que lo hace muy diferente y que le aporta una riqueza plástica sumamente atrayente: el cromatismo con el que juega, en el que se conjugan los tonos oscuros, casi negros, que imprime tanto a las lanchas “peseteras” como a las mismas viviendas, y que contrasta vivamente con los blancos de muchas fachadas y el amarillo de algunas pocas y que parecen proporcionar una cálida luz a toda la obra. El resultado es de una singular belleza tanto desde el punto de vista de la composición como del cromatismo del que le dota.

Otra expresión de originalidad y potencia de su visión pictórica la brinda en otro cuadro en el que, un tanto difuminado y apenas entrevisto, Cudillero aparece al fondo de una enorme y desafiante lengua de mar de tonos verde oscuros. Parece rememorar el Cudillero, tan próximo y, al mismo tiempo, tan lejano, hasta en ocasiones, creerlo inalcanzable, que vieron los ojos de tantos recios pescadores pixuetos cuyas frágiles embarcaciones fueron zarandeadas sin piedad, tantas y tantas veces, por el fiero oleaje de los días de galerna.

Anxelu y el Cudillero de un artista plástico total

Una de las obras de Anxelu. / Rodrigo Vázquez de Prada Grande

Así, al igual que podrían verlo los ojos de muchos pescadores desde sus embarcaciones, quien contempla el cuadro percibe el proceloso y fiero mar y, al fondo, las casas de Cudillero, el hogar pixueto, más imaginado que visto, porque la bruma parece envolverlo como si de un sueño se tratara. Pocas veces tan pocos  elementos compositivos dan cabal cuenta de la zozobra  y los temores que tantos y tantos pescadores pixuetos vivieron.

Aunque de carácter tranquilo y sosegado, y sus cuadros tienen unos perfiles que caracterizan su personalidad artística y la hacen fácilmente reconocible, Anxelu es, sin embargo, un artista inquieto, que no cesa de experimentar con su obra y de abordarla con nuevos enfoques. Y,  así como está claro que su querencia por la perspectiva aérea es uno de sus rasgos distintivos, también lo es su búsqueda incesante de nuevos motivos. Evidentemente, el principal de todos ellos siempre es Cudillero, del que incluso rescata la belleza de sencillos elementos constructivos prácticamente ignorados por quienes callejean por sus calles. Así, convierte en protagonista de algunos de sus lienzos a una de las muchas escaleras que serpentean entre las viviendas,  la expresividad de un simple portón, o los pegoyos de un hórreo enclavado en la parte superior del pueblo.

Pero también plasma en sus obras el paisaje urbano de Oviedo, en los que su mirada encuentra rincones apenas conocidos y, sin embargo, de un atractivo especial, paisajes  icónicos próximos a su querido Cudillero. Entre ellos, la Peña del Caballar, en la playa de Aguilar, en Muros de Nalón, a la que ha dedicado varios óleos y aguafuertes, o la barra del puerto de San Esteban de Pravia, a la que atrapa desde el promontorio murense del Espíritu Santo. O, en fin, los verdes parajes de Bretaña, la sugerente región francesa a la que viajó en varias ocasiones.

Y de la misma manera, su inquietud le lleva a jugar continuamente con los formatos, aportando valor al tamaño reducido como lo hicieron con tanta fuerza otros de los mejores pintores españoles. Al frente de todos ellos, el genial Sorolla que, por ejemplo, durante sus veranos en Muros de Nalón y San Juan de la Arena, pintó numerosas “manchas” – decía él-sobre pequeñas tablas de cajas de habanos.

Pues bien. Anxelu se mueve sin cesar en una búsqueda del formato mínimo, no solo cuando pinta al óleo, sino, sobre todo, cuando utiliza el soporte del grabado al aguafuerte. Artistas españoles de primera fila como Carlos de Haes y sus discípulos Agustín Lhardy y Tomás Campuzano tuvieron una especial predilección por los tamaños reducidos cuando abordaban el arte de la incisión. Y en esa línea se inscriben, además, sus grabados de temática asturiana: los “Picos de Europa”, de Haes; “El forno”, de Lhardy; o la colección reunida en el álbum “Del Cantábrico”, de Campuzano, varias de cuyas estampas reflejan paisajes los alrededores de Muros de Nalón, donde formó parte la Colonia Artística que se reunió allí, en los veranos de 1884 a 1890, en torno a Casto Plasencia, a su anfitrón Tomás García Sampedro y a otros prestigiosos pintores como Cecilio Pla, Agustín Lhardy, Alfredo Perea y Marcelina Poncela.

Anxelu y el Cudillero de un artista plástico total

Anxelu Fernández Menéndez, en su estudio. / Rodrigo Vázquez de Prada Grande

Desde luego, en esta exploración por lo casi diminuto, Anxelu sigue también la estela de estos grandes maestros. Así, de los más de medio centenar de grabados que componen su producción hasta la fecha, ninguno de ellos supera los 30 centímetros. Y los de menor tamaño se sitúan en los 2,50 x5 centímetros. Unos aguafuertes estos últimos a los que, en ocasiones, añade unas bellas gotas de colorido a la acuarela. Humilde virtuosismo del que no hace alarde alguno y que descubrimos quienes admiramos su quehacer artístico y valoramos la gran maestría y firmeza con la que conduce el buril sobre las planchas de cobre de cinc que utiliza. Realmente, una auténtica proeza apenas valorada por quienes ignoran la dificultad técnica que comporta la ejecución de un grabado al aguafuerte.

En fin. Aunque su carácter adusto y retraído no casa muy allá con el exhibicionismo, Anxelu ha mostrado públicamente su obra en numerosas exposiciones que la acercaron a diversos lugares de Asturias. Desde la primera de ellas, una muestra colectiva, en 1981, en la Caja de Ahorros de Avilés; o la que, inspirada por su maestro Santarúa, reunió en los soportales del Ayuntamiento de dicha ciudad su obra y la de otros artistas en homenaje a los poetas avilesinos, entre ellos Ana del Valle, cuyas efigies retrataron él y sus amigos; pasando por las celebradas en el Ateneo de Cudillero, el Casino de Muros de Nalón, y la Galería Cimentada de Oviedo, entre otras;   y destacando por su originalidad a la que, con el título de “Arte en Cudillero”, reunió en 2013 su obra junto a la de David Woodrow, un artista inglés de Hardford, cautivado por la villa  pixueta, a la que llegó en 2006.

Ahora, después de haberla mostrado nuevamente en Avilés, concretamente, en su Casa de la Cultura, su obra vuelve a Cudillero, desde hoy, viernes, 11 de agosto, al Centro Social de El Pito, a escasos metros del palacio construido por los ilustrados financieros Fortunato y Ezequiel Selgas.

Una ocasión inmejorable para recrearse en la obra de un pintor que posee una mirada y privilegiada de artista y que,  desde finales de los años setenta del pasado siglo, trabaja minuciosamente en su taller de Villademar, mientras se deleita escuchando arias de las óperas de Puccini o el fabuloso clarinete de Benny Goodman.

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