Obispos perseguidos en Nicaragua

El hostigamiento a la oposición y a la Iglesia por parte de Daniel Ortega

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Javier Fernández Conde

Javier Fernández Conde

Hace solo unos días leía en la prensa la prisión por veintiséis años de cárcel del obispo de Matagalpa (Nicaragua), Rolando Álvarez (55 años), que no había querido subir al avión, en el que Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, expulsaban a 222 presos políticos el 9 de febrero, entre los que figuraban varios sacerdote de su diócesis e importantes personalidades –y unos días más tarde, 94 más–. El prelado fue sometido a un proceso exprés, sin garantías, y encerrado en la temible cárcel Modelo de Managua. ¿De qué lo acusan –y también a los demás expatriados?–: desde el 29 de agosto sufría reclusión domiciliaria con un sambenito tremendo: "organizar grupos violentos, incitándolos a ejecutar actos de odio en contra de la población, provocando un ambiente de zozobra y desorden, alterando la paz y la armonía de la comunidad, con el propósito de desestabilizar el Estado y atacar a las autoridades constitucionales". También despojaban de su nacionalidad a Sergio Ramírez y a Gioconda Belli, literatos reconocidos internacionalmente.

"¡Oh tiempos, qué costumbres!", me dije casi sin darme cuenta, recordando una de las Catilinarias de Cicerón, pero, sobre todo, volví a preguntarme con enorme tristeza: ¿Qué está pasando de verdad en la amada Nicaragua? Y no pude menos de añorar mi estancia de un mes, en el ya lejano verano de 1989. Era el primer viaje a América, después siguieron muchos más. Y ¿por qué entonces a Nicaragua? Había seguido la evolución de la revolución del sandinismo que ese año celebraba el décimo aniversario de su triunfo contra Somoza y el somocismo, y con cierta ingenuidad, no lo niego, pretendía comprobar si era cierto que en aquel país comenzaba a funcionar, como fruto de la revolución (1979), un socialismo solidario y progresista como alternativa del salvaje capitalismo yanki y del social-comunismo de la URSS y de otras formaciones políticas del Este europea que ya se atisbaban en franca decadencia. Un exjesuita, Fernando Cardenal, era ministro de Educación y su hermano Ernesto, poeta que solían parangonar con Rubén Darío, había dejado la Trapa de Tomás Merton para apoyar la revolución, desempeñando algún tiempo el ministerio de Cultura. Además en Nicaragua, después del triunfo del sandinismo, una bala perdida había acabado con la vida de nuestro querido y admirado Gaspar García Laviana, religioso a quien consideraba y sigo considerando mártir de la defensa de los pobres nicas, y quería visitar el "santuario" de su muerte.

La Iglesia, las bases, el clero y un grupo importante de obispos se pusieron donde tenían que estar: al lado del pueblo, de las clases más débiles, de los derechos humanos masacrados sin pudor

Rememoraba mucho aquellos días: había tenido la ocasión de leer testimonios recogidos en un libro de niño/as recién alfabetizados por agentes sandinistas; visitar cooperativas de campesinos, fundamentalmente cafeteras tuteladas por el estado, que parecían funcionar de manera eficaz; comunidades de base cristianas, perdidas por las sierras, que eran verdadera encarnación de la iglesia de Jesús; la maravillosa artesanía de Masaya; las preciosas islas de Solentiname en del gran lago Nicaragua, donde Cardenal, el poeta, con aquellos pescadores, había tratado de sustituir, de algún modo, el claustro monástico que había abandonado, comentando y viviendo con ellos el Evangelio; una cárcel de mujeres jóvenes que parecía más un lugar de reintegración social que una prisión –algo así como nuestra UTE de Villabona en versión nicaragüense–; las asambleas populares en la plaza mayor de Managua, los miércoles, en las que el presidente Ortega hablaba con el pueblo y les prometía soluciones inmediatas a sus problemas: y en una de ellas le había tocado como a un ídolo, y gracias a la intervención de Fernando Cardenal, conseguía hacerme con él la foto-recuerdo.

En 1990, al año siguiente el caos del aniversario glorioso: contra todo pronóstico, gana las elecciones Violeta Chamorro, apoyada por USA que no podía permitir que un país vecino, algo así como el patio trasero de su casa, pudiera ensayar, con aparente éxito, una forma de estado que rezumaba socialismo por todas sus estructuras. Ortega, los viejos guerrilleros y los barones del sandinismo pasaron a la oposición y vuelven a hacerse con el poder en 2006. Pero desde entonces ya nada será igual. La imagen pública de Ortega, casado con la extravagante Rosario Murillo, se va deteriorando paulatinamente. Se le acusó de abuso sexual con su hija, Zoilamérica, que tuvo que refugiarse en Costa Rica (1998). En su gobierno adopta formas cada vez más dictatoriales que recuerdan a Somoza y a los desmanes de la Contra, otrora apoyados por los americanos del Norte. Lo resume con mucha precisión Mónica Baltodano, una conocida periodista, también en el exilio: "antes el poder era para la gente, hoy para su familia y sus allegados. Defiende ese poder con los mismos instrumentos de la dictadura somocista: pactos con la oposición, lo más reaccionario de la jerarquía eclesiástica y el gran capital". En 2016 gana otra vez con holgura las elecciones, tiene ya 72 años, y lo deja prácticamente todo en manos de su mujer, la portavoz y vicepresidente. En 2018, el malestar cada vez más extendido conquista las calles para protestar por una reforma de las jubilaciones, en la que se rebajaban las pensiones y se subían los impuestos a las clases más modestas y a los empleados de la administración. El pueblo sale a la calle y, según la Oficina de Derechos Humanos de Managua, hubo cientos de muertos nicas. Las elecciones últimas de 2021 fueron otro fraude, reconocido internacionalmente. La impopularidad de sectores políticos nacionales e internacionales cada vez más amplios, la oposición popular, los desórdenes, la violación sistemática de los derechos humanos, las víctimas y los destierros se hacen insoportables. Las cifras macroeconómicas del Banco Mundial aventuran para Nicaragua un futuro halagüeño, pero en la actualidad es el país más pobre de América después de Haití. Los más de 300 expatriados de estos días son solo la punta del iceberg. El sandinismo quedó reducido ya a puro nombre, a una "bella añoranza" ideológica.

¿Cuál fue la posición de la Iglesia en este proceso político lleno de contradicciones? En la década del sandinismo, la del ochenta, las clases populares, el clero, muchos religiosos y misioneros habían apoyado sin reticenciasl y afrontado riesgos al nuevo sistema socio-político. La tumba de García Laviana puede constituir un testimonio elocuente. Y la Universidad Católica de Managua, con los jesuitas principalmente, también. Se oponía un sector de la jerarquía que encabezaba el cardenal Obando, arzobispo de Managua. Lo depuso Juan Pablo II el último día de su vida (2005). Ortega, aprovechando tal vez esta circunstancia, se apoyó en él a partir de su segundo mandato. Incluso el purpurado asistió a su matrimonio con la Murillo y éste encontró en él apoyo decido hasta convertirlo en mediador destacado. Muere ya muy anciano (2018). En la actualidad, la iglesia, las bases, el clero y un grupo importante de obispos podemos decir que se pusieron donde tenían que estar: al lado del pueblo, de las clases más débiles, de la defensa de sus derechos humanos masacrados sin pudor. El conglomerado de sectas evangélicas, cada vez mayor, el 30% de la población apoya a los corifeos políticos: en especial, a Rosario Murillo.

Y en esta nueva situación encontramos la figura de nuestro obispo R. Álvarez. Ya en los ochenta, cuando tenía dieciséis años, lo habían encarcelado los mismos sandinistas por oponerse al servicio militar obligatorio. En realidad, del único "delito verdadaero" que Ortega y sus secuaces pueden hacer caer sobre él es la defensa cada vez más fuerte y decidida de la defensa de los derechos humanos de las clases desposeídas que realizó constantemente. Su voz se dejaba oír potente y clara en las emisoras del país, especialmente en las de su diócesis de Matagalpa, hoy todas clausuradas ¡Cómo nos recuerda a San Romero de América! Da pena constatar que sólo Chile ha sido el único estado que condenó la expulsión vergonzosa y las expatriaciones de estos días. Y quizás la Iglesia tendría que haberse oído con mucha más fuerza. Monseñor Báez, otro obispo de Nicaragüa, auxiliar de Managua, en el exilio de USA hace algún tiempo por amenazas de muerte, pedía con mucha contundencia "al Dios de la Vida y de la Liberación", ante estos recientes atropellos, que guíe a Nicaragua, donde el pueblo es oprimido y la Iglesia perseguida, por el camino de la libertad.

Sabemos que el obispo Rolando tiene una personalidad muy fuerte y una voluntad de hierro. Desde la oscura cárcel Modelo, mientras viva, seguirá siendo seguramente un testigo indefectible de su fe y de su compromiso con los perseguidos inspirado en el Evangelio de Jesús. En América y en Nicaragua tiene buenos predecesores "mártires" en quienes inspirarse. Contemplando su trayectoria y su compromiso, me suenan casi a sarcasmo las estrofas del "Himno Sandinista", de los años "gloriosos", que un grupo de compañeros y yo mismo, con entusiasmo ingenuo, catábamos a voz en grito en el aeropuerto de Managua al regresar a España a finales de aquel maravilloso agosto del 1989: "Adelante, marchemos compañeros / avancemos en la revolución, / nuestro pueblo es el dueño de la Historia / arquitecto de la liberación".

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