¡Haiga paz!

Entre la derecha de la derecha y una izquierda imposible

Manuel Herrero Montoto

Manuel Herrero Montoto

Perdí la esperanza de entrar un día en el chigre de Paquita y toparme a mis contertulios en amor y compañía, bueno, no digo tanto, encontrármelos, por ejemplo, sin ponerse a parir, sin insultarse, sin amenazarse, sin sacar los trapos sucios a relucir, imposible, ellos son el exponente más fidedigno de la naturaleza humana, perdón por la pedantería. Aquella tarde aguarona y gris entré en el bar y Paquita lo primero que hizo fue indicarme donde estaba el paragüero, fobia al agua por los suelos, argumenta siempre lo mismo, si un cliente resbala y rompe la cadera de una culada, el seguro se llama andanas por ser la causa el agua de lluvia, un fenómeno atmosférico. Y luego me hizo seña de que hoy la cosa estaba bronca. Parafraseando a Gironella, diría que en la mesa "había estallado la paz". Maquinona posicionado a la derecha de la derecha y Zapatones girando a una izquierda imposible, congestionados, uno de azul y otro de rojo, se gritaban a la cara como dos fieras corrupias. No se entendía lo que decían, hablaban a un tiempo y a gritos. Mi presencia pasó inadvertida, tosí y nada, recurrí a la irrupción escatológica con una ventosidad bien sonora, y sí, entonces ambos me miraron, lo de guarro me cayó por añadidura, pero logré unos segundos para el reseteo. Les amonesté con la tontería de que parecían dos diputados de nuestras Cortes constituyentes y que hicieran el favor de comportarse como dos ciudadanos sin más. No lo hicieron. Maquinona entonces me miró con desdén agudo y exclamó: "Ya está aquí el que faltaba, el Bienqueda". Mote que me puso Zapatones dada mi inclinación a mediar en sus disputas con una retórica neutral y trasnochada. Y con mayor ímpetu volvieron a lo suyo. Lo que os pasa a los rojos es que no tenéis güevos, le hablaba Maquinona en tono desafiante. Y los fachas no tenéis cabeza, replicó Zapatones. No me digas, comunista de pacotilla, si os la meten doblada por todos lados, los independentistas, las feministas, los del maracumbé, los emigrantes que nos invaden y terminarán por echarnos de la patria, y no sigo, vendéis vuestra alma al diablo con tal de pillar unos votos, eso sí, Maquinona echó un trago al porrón, encima vais de buenos por la vida. Por lo menos, atacó Zapatones, no desafina nuestra orquesta con el ruido de sables en el concierto de la sinrazón, que se os ve el plumero. Vi llegado el momento de intervenir, subía peligrosamente el tono del debate. No seáis chiquillos, dije en tono paternal, que no os vendan la moto de la izquierda y la derecha, que somos todos hijos de Dios. E inesperadamente, secándose las manos en el mandil, saltó Paquita desde el otro lado de la barra con una voz aguda que taladraba tímpanos. Mira, Bienqueda, eso sí que no, de hijos de Dios, nada, recuerda cuando el Señor envió a la Tierra al Rapaz a poner orden y concierto entre los hombres, y qué, te digo qué paso, ni puñetero caso le hicimos, encima lo matamos clavándolo a un madero. Zapatones metió la pata, la llamó meapilas. Paquita se fue a la puerta, la abrió con brío y nos señaló la calle. Tiene carácter la mujer.

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