Crítica / Música

Cántico por la paz

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

El tradicional concierto de los Premios Princesa de Asturias es una referencia del panorama cultural nacional y una cita ineludible que se ve reforzada por la presencia de la Familia Real, esta vez al completo por primera vez desde el pasado mes de agosto. La repercusión mediática es difícilmente comparable a otro evento de estas características, por lo que consideramos todo un acierto la elaboración del programa que, bajo el título "Con cierto sabor a paz", suponía el acercamiento a dos obras de gran simbolismo: "Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis" y "Dona nobis pacem", ambas del compositor inglés Ralph Vaughan Williams.

Ahora bien, no era la única novedad que presentaba la velada. Para esta trigésimo primera edición del concierto, el coro de la Fundación Princesa de Asturias regresaba a las tablas del Auditorio para participar de su gran fiesta después del parón, inexplicablemente prolongado durante tres años, provocado por una ya lejana pandemia. No es de extrañar que, tras la solemne y majestuosa interpretación del Himno nacional de España y cerrado el ceremonial de flashes y fotógrafos, todos los focos se centraran en algo tan inmaterial, y a la vez tan expresivo, como la música.

Para orquesta de cuerda, la "Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis" evoca la sonoridad tan característica del Renacimiento y Barroco inglés a través de una serie de variaciones que exponen y modifican de forma incesante la célula inicial. Para plasmar el efectismo imaginado por Vaughan Williams, el octeto solista ejecutó sus compases desde el palco lateral de la primera planta, un hecho que permitió a Martyn Brabbins, director de la velada musical, recrearse en el tratamiento de la sonoridad y jugar como si la OSPA fuera un doble coro, concertando con pericia los solos y los tutti. Brabbins puso toda su experiencia al frente de la sinfónica asturiana, que tras los primeros meses de trabajo con Nuno Coelho parece atravesar un estado de forma excepcional, manejando de forma aseada cada una de las frases gracias a una cuerda brillante y sedosa. A pesar de alguna anecdótica entrada resbaladiza en los pizzicatti iniciales, la agrupación estuvo siempre bien ensamblada, respondiendo con profesionalidad a la exigente batuta de un Brabbins que parecía disfrutar y emocionarse desde el pódium con cada compás que emanaba de la formación asturiana. Excelente versión la ofrecida anoche de una obra de gran lirismo y belleza; una de esas cuya audición parece reconciliarte con el género humano.

Martyn Brabbins dirige a la OSPA y al Coro de la Fundación, ayer, en el  Auditorio Príncipe Felipe. | FPA

Martyn Brabbins dirige a la OSPA y al Coro de la Fundación, ayer, en el Auditorio Príncipe Felipe. / FPA

Pero lo mejor siempre se reserva para el final. La cantata "Dona nobis pacem" es una obra poliédrica, exigente en las tesituras y en cuanto a su carácter, pues recrea atmósferas contrapuestas sin solución de continuidad a lo largo de su media docena de números. Compuesta en 1936, relata el horror y la barbarie de la guerra y se erige como un cántico de paz y esperanza para la humanidad. Este mensaje textual se vislumbró a través del intimismo del "Agnus dei", donde el protagonismo recayó sobre la voz de Verity Wingate. Las cualidades vocales de la soprano se ajustaban como anillo a lo requerido en la obra: una voz bien timbrada, ligera pero no por ello endeble, una emisión nítida e impoluta y un vibrato natural que le confiere un relieve elegante y una carnosidad que redunda en un mayor atractivo sonoro.

La tímida instantánea del primer número se vería interrumpida por el estruendoso "Beat! Beat! Drums!" Una página repleta de dificultades para el coro: el tempo, los constantes cambios rítmicos, el volumen… Sin embargo, los pupilos de José Esteban García Miranda lucieron un color redondo y un equilibrio nada sencillo de conseguir, soldándose a la batuta de Brabbins con precisión y seguridad. Seguramente, el final de "Reconciliation" resultó algo tirante en las sopranos, pero este hecho no empañó el buen hacer del coro, impecable en la afinación y en los pasajes que interpretaban "a capella", con una pronunciación trabajada de forma concienzuda (como se percibió en las "eses" líquidas del "The Angel of Death has been abroad", pasando cual cascada de una cuerda a otra) e imponiéndose siempre a una orquesta plena de sonido que no escatimó ni un ápice de energía en su cometido.

Por su parte, el barítono Paul Grant, evidenció una voz de cierto lirismo, con un gran registro medio y una impostación en la máscara para favorecer su timbre natural sin renunciar a unos armónicos llenos de interés. Sus intervenciones estuvieron teñidas de emotividad, contribuyendo a redondear, más si cabe la velada musical.

Tras el "O Man Greatly Beloved" final, que podríamos tildar de apoteósico, Brabbins saboreó cada nota hasta su completa extinción, seguida de un silencio respetuoso y emotivo por parte del público ante lo que acababa de presenciar: todo un cántico de paz proclamado al mundo entero.

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