Más allá del Negrón
Bienvenido, míster AVE
La llegada de la alta velocidad es ilusionante, pero no la solución a todos los problemas
La llegada del AVE a Pola de Lena es la culminación a toda una vida vinculada al tren. ¿Cómo no nos vamos a ilusionar? La vida de los asturianos de mi generación no se puede entender sin el tren. Cuánto hubiera dado mi padre, primero fogonero y luego maquinista, por viajar en AVE. Yo mismo me crié entre máquinas, vagones, mesillas, cargaderos del viejo ferrocarril de vía estrecha que transportaba el carbón de la mina de La Encarnada hasta depositarlo en el ferrocarril de Langreo, que a su vez lo hacía llegar al Musel, camino de territorios ignotos.
La incorporación de un nuevo tren al histórico ferrocarril Laviana-Gijón –el tercero de España, decía el maestro– era un acontecimiento para la guajería de El Entrego. Nos apostábamos sobre el túnel de La Oscura a ver llegar el flamante y plateado Pájaro Blanco, un convoy que se decía había servido para una campaña presidencial en los Estados Unidos, o el automotor, un tren de gasoil y de color verde que más bien parecía un autobús.
El tren era la salida de nuestra gris rutina. Nos llevaba, aún con máquinas de vapor, a El Condado desde Laviana en aquellos domingos de baños en La Chalana. Nos llevaba a Gijón en coches aún de madera, si los baños eran en San Lorenzo. O a Perlora, en el frágil Carreño sobre aquellos vertiginosos acantilados, cuando nos tocaban vacaciones en la Ciudad Residencial de Educación y Descanso. Incluso nos sacó de la remota y húmeda Asturias a la lejana León –aún no había abierto la autopista del Huerna– en busca de las reparadoras bocanadas del aire seco y sano de Castilla.
Fue el tren el primer medio de locomoción que nos abrió la puerta al mundo, en aquellos viajes de 17 horas hasta Pamplona. Con largas esperas, primero en León, aguardando el expreso gallego camino de la frontera francesa, y, después, en la entonces remota y gélida Alsasua, al cercanías que, ya al día siguiente, que nos condujera por una línea sin electrificar al ansiado destino.
¿Cómo no nos vamos a ilusionar? La vida de los asturianos de mi generación no se puede entender sin el tren; cuánto hubiera dado mi padre, primero fogonero y luego maquinista, por viajar en AVE
Si hoy, 30 de noviembre de 2023 –fecha marcada en rojo en el calendario por los asturianos– estuviera en Asturias, me imagino que aquel niño, que fue y ya no es, se apostaría a la salida de algún túnel en los alrededores de Pola de Lena a recibir al majestuoso AVE, que ayer ya estrenaron, con gran boato, las autoridades.
Después de tantos años de espera, de ahora sí y ahora no, no es de extrañar que el presidente, Adrián Barbón, se muestre exultante. "Se inicia la década del cambio en Asturias", "Asturias entra en una nueva etapa de su historia", "quedará atrás la resignación y el miedo al cambio", "¡El paraíso más, cerca que nunca!".
Sin ánimo de ser agorero, el entusiasmo del presidente, y de todos los asturianos, tan faltos de buenas noticias, recuerda al de los vecinos del Villar del Río de "Bienvenido míster Marshall". No por el peligro de que el AVE pase de largo, como los americanos de la película de Berlanga, sino porque la alta velocidad, siendo un gran impulso para Asturias, no va a ser ni mucho menos la solución a nuestros muchos problemas.
De momento, el AVE sólo llega a 18 kilómetros de Oviedo, a 45 de Avilés y a 50 de Gijón, la mayor ciudad del principado. Después de 20 años de espera y 13 años de retrasos, se empiezan a proyectar ahora las estaciones adecuadas a la alta velocidad. El tren que trajo ayer a las autoridades ni siquiera era un AVE, sino un Alvia, a la espera de que lleguen los trenes de verdad de alta velocidad, los Avril, prometidos para los primeros meses de 2024.
Que la alta velocidad es un gran avance nadie lo puede dudar, pero solo el tren no va a solucionar nuestras altísimas cifras de paro, nuestra falta de industria, nuestra dependencia del sector servicios, nuestro turismo limitado a dos meses de verano, el envejecimiento de nuestra población. Problemas todos ellos que nos sitúan a la cola de los rankings españoles y europeos. El tren puede acortar una hora la distancia entre Madrid y Asturias, pero no puede hacer milagros. Aún así, daría algo por apostarme mañana sobre la boca de un túnel de la Variante a ver el Alvia llegar a Asturias. Un hito histórico a la altura de aquel del 15 de agosto de 1884, cuando cruzó Pajares el primer convoy ferroviario que unía Asturias con la Meseta.
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