Opinión

La Airúa Naval, tierra muelle, y la magia de las palabras

Una cumbre suave en la Sierra de Tene, a la derecha del Aramo y la Mostayal

La Airúa Naval es una gran cumbre suave de 1.422 metros de altura, en la Sierra de Tene (tierra quizá del romano Tennius); se ve desde Oviedo, a la derecha del Aramo y la Mostayal. Fui a tocarla el pasado seis de febrero, porque está ahí, como dijo Mallory del Everest, en 1920, y porque me sedujo su nombre: Airúa Naval.

¡Ah, los nombres! Me entusiasman los nombres propios, algo tan convencional como fascinante.

Subí con Emma y Herminio desde Bermiego, donde llega asfaltadísima la tortuosa comarcal QU-6. Entre hórreos y más arriba abedules, robles dispersos, hayas, acebales y alguna encina, alcanzamos el Cueto y seguimos el sendero GR-106-1, Ruta de San Melchor por Arrojo, variante del gran recorrido que une Oviedo y Cortes, localidad del concejo de Quirós en la que nació Melchor García Sampedro, único santo asturiano. Pasamos por Pandal, Llinariega, Capilla La Merced y alcanzamos Pando de la Mortera, con paso hacia Pedroveya o a la Gamonal, si uno se viene arriba.

En el abombado collado de Pando de las Morteras nos sentamos a comer unos dátiles y en la Fuente Fontanes cargamos las cantimploras. Pando significa arqueado, alabeado, y Mortera puede referirse a una necrópolis tumular, a aguas estancadas, a terreno de pasto, o a todo junto.

Desde este pando y mortera, a 1.118 metros de altura, nos buscamos la vida rumbo oeste, cuesta arriba; sudamos entre piornos, boñigas, brezo y caliza para, por la Xanzana (zona de genciana), ganar la ancha y airosa cumbre, borde rocoso de un fértil cráter. El Aramo al este, al sur Peña Rueda y los Huertos del Diablo, al poniente la Sobia, Peña Manteca, el Gorrión y el macizo de Caranga, en cuyos zócalos escalábamos de jóvenes; al norte el Naranco y la Mar de Oviedo.

Está ahí La Airúa Naval, por eso fui, y porque degusto los nombres. Su nombre, parafraseo a Serrat, me supo a hierba de la que nace en las crestas a golpes de sol y agua.

Subí porque está ahí, porque llevo viéndola toda mi vida, y reluce su cumbre de dos jorobas cuando se posa la nieve, antes que en el Naranco; e insisto, me gusta ese nombre imposible. Hay quien asocia Airúa con Andrúa, término quirosano de significado incierto, que quizá venga de "antrum", cueva. Pero tengo para mí que Airúa viene del latín "aream", tierra desprovista de construcción, como Eiramola, en Castropol; "era + mollem", tierra muelle, o suave, como Santa Marina de Piedra Muelle; de Aurúa, de Era, de Ería, de Iría, de "eiría", finca dividida en hazas, y de la Airela de Grandas de Salime y L’Airuelu de Grao, campo curvado.

Queda lo de Naval: puede venir de nabos o de "naba", valle, o, como creo en este caso, de "novalem", barbecho y campo que se labra por primera vez.

"¡Mira Oviedo!", exclamé desde la cumbre.

Qué gran diferencia entre decir: "Allá está mi ciudad", a decir: "Ahí está Oviedo". ¿Hay algo mejor que los nombres?, ¿cabe mayor consideración en menos espacio?

De regreso, por supuesto, abrazamos el texo de Bermiego, junto a la iglesia de Santa María, y disfrutamos la clara con limón en la plaza de Proaza, al pie de La Airúa Naval, cuya cima rocosa brillaba con el sol de invierno. La brindé con el vaso en alto y la toqué con el dedo. "Attingere Airúa digito".

Ahí está la Airúa Naval, en la línea del horizonte. Los poetas prefieren ocultar los nombres propios para extenderse con alegorías y allá cada lector adivine quién se oculta en los versos; a mí me puede la vocación de aparejar palabras, mi instinto cromañón y la impronta montuna de mi apellido. Los nombres propios son lo contrario del confín, son la cercanía, la orilla de acá, y a su vez la metáfora.

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