Opinión

Disparen al pianista, maten al mensajero

Mal asunto cuando el poder pone a los periodistas en el punto de mira

A la clase política y a sus adláteres paniaguados encanta practicar un juego que se remonta a la antigüedad y se practica desde el poder mismo y sus cercanías con tanta frecuencia como saña: matar al mensajero. Sófocles pone en boca de Antígona que “nadie ama al mensajero que trae malas noticias” y asi debió ocurrir con frecuencia, si los reyes persas decapitaban a los embajadores que anunciaban el nefasto resultado de una batalla. Boabdil mandó quemar las cartas y acabar con la vida del heraldo que le anunció la caída de Alhama. En algunos pueblos se apedreaba al pregonero al que ordenaban anunciar una subida de tributos.

En tiempos de bulos, “fake news”, polarización y turbulencias políticas, el peligro real no se encuentra en ser portador de noticias malas: basta con contar noticias a secas para que los poderosos pongan al periodista en cuarentena. Se dispara al pianista, como en las cantinas del salvaje oeste, sólo por encontrarse en medio de una reyerta a tiros.  Y en este momento están silbando balas.

Viene esta reflexión a cuento del reciente sucedido, del relato de amenazas e insultos a informadores de distintos medios en grupos de Whatsapp por parte del jefe de gabinete de la presidenta de Madrid, un personaje de ya muy largo recorrido, lleno de luces y sombras, tan capaz de la solución más ingeniosa como de vomitar la peor baba.

Ocurre que esta práctica persecutoria, que va a más cada día y gusta estabular a los profesionales en compartimentos estancos de buenos y malos y dividirlos enn dos bloques: los complacientes y los mortificadores, es tan habitual en la derecha como en la izquierda. A veces la diferencia se escapa en ligeros matices de sutileza.

No hace falta pasearse con la libreta por los aledaños de la Corte para reconocerse perseguido e injuriado. Muchos compañeros de esta casa fueron flagelados a diario durante meses y con ensañamiento por la “coruxa” casquista, de manera que sabemos de qué hablamos y en qué casos resultó doloroso el sufrimiento de verse señalado por el noble hecho de cumplir el sagrado cometido con honestidad y decencia.

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