Opinión

A Carlos Rojo, en la despedida

Un socialista incansable, "ejemplar como compañero y amigo"

Conocí a Carlos Rojo allá en las postrimerías de los años 70 y/o principios de los 80. En plena transición política, tiempos en los que se estaba trabando la arquitectura política de la España democrática, y muchos jóvenes (y no tan jóvenes) ansiábamos participar activamente en el proceso. Carlos formaba parte, por aquel entonces, de un grupo de jóvenes que habían tomado la responsabilidad del relanzamiento del PSOE en esta etapa tan decisiva para nuestro país (Suso Sanjurjo, Fran Varela, Longinos... y otros muchos); se cruzó en mi camino y seguramente condicionó mi destino, pues ejerció siempre una influencia positiva y benefactora de la que me considero deudor a perpetuidad.

Maestro de profesión, en Panes (con responsabilidades de Dirección) y en Siero. Trabajó en la docencia, pero ello no le impidió una intensa dedicación a la política en el plano institucional (Concejal y Diputado) y en el orgánico, habiendo ocupado responsabilidades ejecutivas en ámbitos locales y de la Comunidad Autónoma (FSA). Carlos fue una persona dinámica y trabajadora, que cuando accedía a una responsabilidad, lo hacía comprometiéndose a fondo, sin regatear esfuerzos. Trabajo sin desmayo para consolidar la organización del PSOE en todos los frentes, y especialmente en el territorio rural, ámbito difícil y poco reconocido. Carlos representa el paradigma del socialista comprometido con las ideas, los valores, conocedor de que la buena salud de la organización estaba en la base del éxito electoral e institucional y por ello trabajó sin desánimo.

Ejemplo hasta el final, por cuanto concluido su periplo de responsabilidades institucionales y orgánicas –sin solución de continuidad– prosiguió prestando grandísimos servicios a sus ideas, ahora desde la Fundación José Barreiro, a la que dedicó muchas horas de su vida.

Honrado, leal, trabajador, y directo en el trato (aunque ello implicase en ocasiones alguna confusión) como lo son las personas de mirada limpia y poco acomodaticias.

Es sabido que la vida es pura contingencia, y en el tramo final la suerte le ha sido esquiva, apoderándose de Carlos una de esas odiosas enfermedades que finalmente le ha pasado la peor de las facturas. Me vienen a la memoria muchos recuerdos de momentos compartidos, algunas vivencias maravillosas, tiempos de ocio y de trabajo; en fin, una suerte de relato intermitente de nuestras vidas, toda una época.

Nos deja Carlos, y me quedo con la desazón y la angustia acerca de si el sistema de bienestar que nos hemos dado, y al que tanto contribuyó a consolidar, le correspondió en el último tramo de su vida (el de la enfermedad) en los términos a los que se había hecho acreedor. Sea como fuere, quiero rendir desde estas páginas, un modesto pero merecido homenaje a Carlos Rojo, ejemplo de persona comprometida con unas ideas, ejemplar como compañero y amigo.

Y que su esposa Ana, y sus hijos Carlos y Ana sientan el cariño de la organización (PSOE) a la que tanto bien procuró.

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