Opinión

Europa en la encrucijada

La necesidad de una nueva arquitectura institucional con un impulso federal para la UE

Esa construcción "sui generis" del proyecto europeo que arrancó en los años cincuenta del siglo pasado como una mera integración de los sectores del carbón y del acero de seis países, se convirtió cuatro décadas más tarde en la Unión Europea, que actualmente está integrada por 27 Estados miembros, que ocupan 4,2 millones de kilómetros cuadrados y albergan una población de casi 450 millones de ciudadanos. Sin embargo, la Unión Europea, que logró con éxito la implantación del Mercado Único en 1992, tiene el reloj de la integración parado desde hace tiempo, ya que el último gran paso data de comienzo del siglo XXI con la implantación de la moneda única, el euro.

Hace quince años –cuando se comenzó a sentir los efectos de la crisis financiera de 2008– la economía europea superaba en un 10 por ciento a la de Estados Unidos. Sin embargo, en 2022 pasó a ser un 23 por ciento inferior a la economía norteamericana (la salida del Reino Unido explica sólo una parte de esa caída). A este respecto, cabe señalar que el Producto Interior Bruto (PIB) de la Unión Europea ha aumentado en este periodo un 21 por ciento, frente a crecimientos del 72 por ciento en los Estados Unidos y del 290 por ciento en el caso de China.

Desde los años noventa, Europa ha disfrutado de la tranquilidad que generaba el espejismo de la estabilidad geopolítica que arrancó con la caída del muro de Berlín en 1989, y se sintió cómoda aprovechando la seguridad de la Alianza Atlántica, lo que la ha conducido a depender del sistema de defensa de la OTAN, en definitiva, del poderío norteamericano y, por consiguiente, a ser débil militarmente. Tampoco ha querido dar la batalla en el campo de la autonomía energética al renunciar –por contaminante– a la técnica de fracking, que le sirvió a Estados Unidos para lograr su independencia energética, mientras que la Unión Europea optó por depender de la importación de gas barato de Rusia y de algunos países africanos. El resultado de todo ello ha sido la ausencia de una política estratégica en energía y en defensa.

La Unión Europea ha relegado el crecimiento del PIB a un segundo plano y ha concentrado sus esfuerzos en el bienestar social, la lucha contra el cambio climático y la transición ecológica. Todos ellos son aspectos hacia los que probablemente irá el mundo en el futuro, pero hoy Europa se enfrenta a un Estados Unidos proteccionista, que busca relocalizar la producción y que concede subvenciones y ayudas fiscales para que se produzca dentro del país. Y también a una China que además de ser la "fabrica del mundo", se ha marcado desde hace una década ser "el cerebro del mundo". Frente a estas estrategias, la Unión Europea no ha podido competir en esa batalla debido a sus estrictas leyes sobre las ayudas de Estado y también a las normas vigentes sobre la competencia, que impiden la formación de grandes conglomerados nacionales, si bien parece que estos aspectos están en revisión. Por todo ello, a los europeos nos resulta muy difícil seguir el ritmo de crecimiento económico que viene caracterizando a Estados Unidos y China.

En el campo de la transición digital, ninguna de las grandes plataformas digitales globales (Apple, Microsoft, Google, Amazon, Facebook, Airbnb, Uber, Baidu, Tencent, Ali Baba, Tik Tok, WeChat…) es europea, y por tanto la Unión Europa, con sus buenas conexiones de acceso a la red, se ha convertido en un mero importador de los servicios de todo tipo que prestan estas plataformas. En otras palabras, Europa ha pasado a ser un actor secundario en la pugna que están jugando Estados Unidos y China en el tablero de la geopolítica mundial en los ámbitos económico y tecnológico. La Unión Europea es hoy, sobretodo, un apetecible mercado de 450 millones de personas que se disputan esas dos potencias. Un ejemplo lo tenemos en la lucha por el liderazgo en la movilidad sostenible con la instalación de fábricas chinas de coches eléctricos en el continente europeo frente a la fuerte política proteccionista implantada en Estados Unidos, que prácticamente duplica el precio de los automóviles chinos en el mercado doméstico norteamericano.

Después de la gran ampliación que supuso la incorporación de trece países del Este de Europa, así como la falta de verdaderas reformas, las instituciones comunitarias resultan cada vez más disfuncionales en la toma de decisiones y precisan ser reconstruidas. Por ejemplo, los países de la eurozona decidieron compartir su soberanía monetaria, renunciando con ello a la devaluación unilateral, sin embargo, han sido incapaces de desarrollar nuevos instrumentos económicos, fiscales y presupuestarios comunes. Hoy los 20 Estados que conforman la zona euro –que suman 350 millones de habitantes– gestionan 20 deudas públicas diferentes sobre las que los mercados pueden especular y 20 sistemas fiscales diferentes que generan distorsiones y deslocalizaciones en la actividad económica.

Con este panorama de pérdida creciente de influencia política, económica y tecnológica en el contexto mundial, de parón en el proceso de integración, de la elección de gobiernos antieuropeos en algunos países, sitúa a la Unión Europea en la encrucijada de tener que elegir entre una especie de regreso a la concepción de la Europa de las Patrias que propuso en su día el general De Gaulle (la nación sigue siendo la forma esencial y permanente de las sociedades humanas), o bien retomar y avanzar en la senda de la integración, dando respuesta a las grandes cuestiones pendientes para que Europa sea verdaderamente un proyecto de Estado Federal y no la suma de 27 intereses nacionales.

En este sentido, se precisa la puesta en marcha de verdaderas políticas comunitarias en ámbitos como la armonización fiscal, especialmente en el campo del impuesto de sociedades; un incremento del presupuesto comunitario con mayor importancia de los recursos propios frente a las aportaciones nacionales (el presupuesto comunitario tiene el límite del 1,27 por ciento del PIB, mientras que el presupuesto federal de Estados Unidos supera el 20 por ciento del PIB); un fuerte impulso de la investigación básica –uno de los factores que están detrás del gran potencial económico norteamericano–; una política europea de defensa; una verdadera política exterior común, que nos represente con una sola voz en los foros intencionales; y una política común de fronteras y de inmigración.

Si Europa no afronta el desafío de construir una nueva arquitectura institucional que la consolide como proyecto federal y la saque del actual impasse tecnocrático, corremos el riesgo de retirarnos a nuestras fronteras nacionales, lo que acabará generando tensiones que muy probablemente llevarán a un debilitamiento de la Unión Europea como proyecto común y a su desaparición como agente activo en la nueva geopolítica mundial.

Esos son los grandes escenarios que tienen planteados los ciudadanos europeos ante las próximas elecciones, aunque muy probablemente quedarán difuminados en la campaña electoral con la recurrencia a debates sobre cuitas y problemas nacionales o regionales. Los ciudadanos españoles y europeos deberían de ser conscientes de que Europa se encuentra en una encrucijada y el resultado de las próximas elecciones va a condicionar en gran manera cuál será el rumbo de su futuro. Concluyo, sigo pensando que aquella idea de Victor Hugo de unos Estados Unidos de Europa todavía es posible, pues como decía Anatole France, "la utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un futuro mejor".

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