Gracias a una combinación de facultades innatas y tesón de vez en cuando surgen personas que nos sorprenden por haber alcanzado cotas inalcanzables para los demás. Éste es el caso del personaje que hoy nos ocupa, cuya habilidad y conocimientos en el ámbito de la pesca marítima con caña son hoy ejemplo, y envidia, para muchos aficionados a este deporte.

Celestino Gutiérrez Berdial, conocido popularmente como Tinín, es un riosellano de setenta y tres años de edad, cuya actividad principal actualmente consiste en pasear y disfrutar a diario del paisaje marítimo de la villa de Ribadesella.

Nació en el barrio de La Cuesta Vieja de Ribadesella. Su vida laboral comenzó de muy joven en la mina Ana, en la localidad de Berbes, y más tarde trabajó durante un año en León como pastor, en compañía de familiares que residían en esa provincia. Tinín formaría parte de los muchísimos españoles que durante la década de los años sesenta y setenta emigraron a Europa en busca de trabajo; pasó tres años en Suiza (con su mujer) trabajando en la construcción, habiendo dejado a sus hijos al cuidado de una cuñada. A la vez que enviaban dinero para la manutención de sus hijos trataban de ahorrar algo que les permitiese instalarse por su cuenta. De regreso al pueblo Tinín trabajó como camarero en diferentes cafeterías de Ribadesella hasta que abrió su propio negocio, una sidrería-restaurante que tuvo gran éxito. Finalmente, hace unos años abriría un hotel que sigue funcionando en la actualidad.

Hombre de facultades físicas excepcionales (indispensables, como veremos, para soportar su ritmo de trabajo), fue durante un tiempo portero del Club de Fútbol Ribadesella. También participaba a menudo en competiciones locales como carreras de camareros (con la bandeja llena de vasos y botellas) y las populares cucañas; incluso hay quien dice que estos torneos acabaron desapareciendo porque siempre los ganaba el mismo: Tinín.

Pero su vida laboral estuvo siempre acompañada de la pesca. Sus primeros conocimientos se los transmitió su padrastro, Rafael, ya de muy joven; una impronta que marcaría toda su vida. De familia humilde, la pesca no sólo constituía una afición para nuestro singular personaje: era a la vez un medio de incrementar sus ingresos. Una mezcla de afición y necesidad en una época en la que los salarios eran más bien escasos. Es aquí donde hacían falta condiciones físicas para complementar el duro trabajo diurno con interminables horas de pesca nocturna. Pocas horas de sueño ha disfrutado nuestro protagonista. Ya en su primera fase como minero, al salir del tajo cogía su caña y se iba a intentar ganar otro jornal por la bahía, y así seguiría durante prácticamente toda su vida hasta casi la edad de jubilación.

Muchos en Ribadesella recordarán a Tinín, con una de sus cañas de ocho metros al hombro, camino del paseo de la Grúa. Durante muchos años sólo usó aquellas enormes y espectaculares cañas de bambú, cuya utilización durante horas sacando peces del agua requería, sin duda, tener buenos bíceps. «En aquellos tiempos», nos explica, «las cañas con carrete las tenían sólo los ricos». Su primera caña con carrete sería un regalo de Reyes de su madre. Era el primer regalo de Reyes que Tinín recibía y que constituía, a la vez, una inversión para pescar más y así aumentar los «amusquis». Mientras nos cuenta estas cosas Tinín no puede evitar la emoción del recuerdo y observamos una lágrima arroyar por su mejilla.

No es posible, por razones de espacio y de memoria, enumerar las marcas de pesca que Tinín realizó a lo largo de su vida. Nos comenta que salir a pescar y llevarse a casa catorce o quince kilos de anguilas de buen tamaño era perfectamente normal en los años setenta. Asimismo, pescar lubinas de seis o siete kilos no era inusual para él. En una ocasión pescó un acebuche de once kilos; en otra, un rodaballo de quince. Su mayor lubina pesó doce kilos. También recuerda que en una ocasión pescó treinta kilos de xáragos. Cantidades y pesos que resultan inimaginables hoy en día. ¡Quién los atrapara!

Naturalmente, como todo experto que se precie, tenía sus secretos. Por ejemplo, cuando otros pescadores también versados en la materia se extrañaban de que Tinín (aparentemente usando el mismo señuelo que ellos) pescaba más, desconocían lo que realmente ocurría: bajo la caja visible de cebos escondía otra caja con otro cebo distinto, que era el que en realidad utilizaba. Ésa era la razón de que pescase más que ellos. Secretos profesionales que actualmente está heredando su nieto, gran aficionado a la pesca.

No dejan de existir anécdotas en la vida de este pescador. Nos cuenta sonriente que en una ocasión había enganchado una lubina de unos dos kilos y, por temor de romper el hilo al subirla a tierra, la arrastraba por la superficie con el fin de acercarla a una de las escaleras del muelle para echarle el guante. La mala fortuna hizo que Tinín tropezase, de manera que cayó al agua y perdió no sólo la lubina, sino también la caña. Lo que en su momento fue sin duda una situación trágica es hoy a años vista una historia que le hace soltar carcajadas.

Tinín se muestra un tanto escéptico con respecto a la situación actual. Ante la escasez de pesca, señala que «hasta que no limpien el Sella seguirá habiendo pocos peces tanto en el río como en la bahía». Aunque hace años que abandonó la actividad pesquera, este hombre de mirada tierna sigue siendo un enamorado de la mar a la que no deja de visitar diariamente. Su cita cotidiana con la mar parece ser un alimento espiritual para quien, a juicio de los riosellanos, ha sido el mejor pescador marítimo a caña del Cantábrico o, cuando menos, uno de los mejores.