De larga tradición

Como uno de los "pueblos más cultos" de la región califica la Revista Asturias, en una de sus ediciones de principios del siglo XX, a Villamayor, la localidad piloñesa pletórica, ciertamente, de singularidades. Yo añadiría, además, que en aquella época disponía de un dinamismo comercial y cultural inusitado, reforzando el perfíl urbano de su tradicional vocación.

Hoy integra la nómina del selecto grupo de las parroquias rurales de Asturias, también conocidas como Entidades Locales Menores, una distinción enraizada en larga tradición avalada en los dictados del derecho consuetudinario. Su ámbito geográfico ya coincide con los antiguos territorios de la parroquia eclesiástica, delimitada en los lejanos tiempos del siglo XII cuando estaba presente en el lugar la comunidad monástica que durante tantos siglos dinamizará todo el entorno municipal.

Estos antecedentes forjaron, en cierto modo, en su población una manera de ser y de vivir que configura, a finales del siglo XIX y principio del XX, una sociedad abierta, culta, y emprendedora, animada por el fenómeno indiano que tiene, precisamente, aquí una gran representación. La explotación de sus propios recursos, naturales y mineros, contribuían a acrecentar su nivel de vida, tanto como para emular las activas dinámicas sociales de la capital municipal.

El núcleo poblacional de Villamayor tenía en la primera década del siglo pasado 110 vecinos; su ámbito parroquial estaba constituido por los pueblos de Antrialgo, Mones, Pesquerín, Torín y Melarde que suponían 180 vecinos más, y una población superior a los 2000 habitantes.

El capital repatriado por los emigrantes se dejaba ver en las iniciativas de tipo social y cultural con las que se beneficiaba al vecindario, pero también con esa política de construcciones de villas y palacetes que denotaban la capacidad económica de sus propietarios Por otra parte, en esa época la industria de Villamayor contaba con planta eléctrica, propiedad de la familia Escandón; disponía, además, de fábricas de manteca y chocolate, de los Montoto, ese apellido tan internacional que inmortalizó a Villamayor y a Piloña en el mundo del arte fotográfico. Era esta también la época de actividad de un buen número de industrias extractivas y de un activo comercio.

Tanto es así que entre las decisiones comerciales de sus vecinos se intenta establecer un mercado de carácter semanal, a celebrar los domingos. El proyecto que ya parece consolidado en el año 1914 estaba a cargo de una comisión de vecinos, responsables de organizar los festejos de ese dia y de atraer la presencia de un buen número de tratantes de la provincia, que sin duda apoyaban la iniciativa. Así fue como el núcleo de Villamayor adquiere el perfíl urbano que caracteriza su itinerario histórico.

Gozaba de escuelas públicas de ambos sexos, instaladas en modernos edificios, estación de ferrocarril, casino y otros centros de cultura, así como de una magnífica botica regida por el padre del que fuera eminente y prestigioso científico en el campo de la bioquímica, Julio Rodríguez Villanueva. Los espacios de recreo al aire libre tampoco faltaban al considerarse el "Paseo de la Vega", a la sombra de las ruinas del monasterio de Santa María, como el lugar idóneo de encuentros, paseos y de una rica y activa vida social.

Allí fijaban su residencia ricos empresarios, representantes de la naciente burguesía, indianos y profesionales de renombrado prestigio como el eminente doctor José de Vera Gómez, que además de médico municipal de distrito era inspector de Sanidad del Partido Judicial.

El actual gobierno de esta parroquia rural asturiana, presidido por Andrés Rojo es consciente de lo que Villamayor representó no sólo en el ámbito municipal, sino a nivel regional; y lucha denodadamente por seguir ofreciendo al visitante ese modelo de población urbana en ámbitos rurales, bien cuidado y atendido, en cuya planimetría se pueden leer las distintas etapas de su historia.

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