Relatos sobre vitela

Nadie las espera…

El viaje sin retorno de les andarines

Andrés Martínez Vega

Andrés Martínez Vega

No exento de cierta nostalgia contempla uno las silenciosas transformaciones del entorno que nos rodea tan alterado, según dicen algunos, en aras a la mayor calidad de vida que disfrutamos, sin ser conscientes del costo real de la misma.

Las aldeas de nuestra Asturias, prioritariamente las del espacio centro-oriental fueron revestidas en los últimos tiempos de un carácter pseudourbano que las privó de la esencia aldeana, ese conjunto de valores que determinaban un paisaje rural singularizado por un riquísimo patrimonio cultural inmaterial.

Las tradiciones de ese espacio fueron las primeras víctimas de aquél "bienestar" y con su desaparición se olvidaron también algunos de los protagonistas de las mismas. ¿Quién se acuerda hoy de la llegada a finales de primavera o principios del verano de las golondrinas?

Les "andarines" formaban parte esencial de nuestra existencia, nos remarcaban el principio de la estación del buen tiempo y el calor, el momento en el que ya se podía comenzar la labor de la siega y, por si fuera poco, nos traían augurios de buena salud y suerte; de ahí que siempre había la esperanza de que anidaran en el entorno de la casa, bajo el corredor, en el alero de los establos o el llagar, cuanto mas cerca mejor.

Los hábitos migratorios de estas pequeñas aves ya entrañaban para nuestros paisanos unos ciertos poderes mágicos; aparecían y desaparecían en inmensos grupos, como nubes blanquinegras; al llegar se colocaban todas en los hilos del alumbrado y cuando preparaban el regreso, a finales del verano, de nuevo se daban cita en los mismos cables para iniciar en bandada el largo viaje de regreso a territorios más cálidos.

Su presencia benefactora formaba parte del complejo mundo de las ideas, creencias y supersticiones populares, al ser consideradas como aves casi sagradas, que protegían a la familia y a los animales. Era necesario, por tanto, permitirles y favorecerles su estancia y el proceso de anidado que, aunque resultaba algo molesto por la inmediatez a la vivienda, no se les podía obstaculizar, porque podría favorecer cualquier desgracia familiar. Esa cercanía, sin embargo, también resultaba beneficiosa pues la dieta insectívora (mosquitos y moscas) que compone prioritariamente la alimentación de estas aves favorecía la limpieza del entorno inmediato.

Las transformaciones de la vida campesina y, tal vez, los efectos del cambio climático favorecieron el viaje sin retorno de les andarines, un éxodo que desde años atrás se veía de forma muy evidente hasta que desaparecieron totalmente de nuestras vivencias, y del ideario mágico-religioso que configuró durante siglos la mentalidad de nuestros antepasados.

Lo llamativo de este hecho es, sin embargo, que tampoco nadie las espera; formaron parte del patrimonio cultural de la vieja Asturias, protagonizaron mitos y leyendas, favorecieron ilusiones y deseos, pero ya no figuran ni en el recuerdo de nuestras gentes. Afortunadamente, su nombre queda inmortalizado en la obra escrita de cuantos las reconocieron como fuentes de inspiración; desde las antiguas referencias en las Geórgicas de Virgilio (29 a.C.), hasta Shakespeare, Bécquer u Oscar Wilde.

En nuestra tierra ya no tenían espacio para subsistir, los cables de alumbrado fueron sustituidos con otros medios técnicos mas sofisticados; las caleyas donde cosechaban el barro para confeccionar sus nidos se convirtieron en bloques de hormigón; por si fuera poco, los corredores se sustituyeron por espacios cerrados que amplían el interior de la vivienda… Quedarán, no obstante, en el recuerdo de quienes un día las vimos partir hacia el viaje definitivo.

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