Jayo, hombre de citas históricas

Desde la antigua Plaza Mayor de Llanes el comerciante Eduardo Estefanía vivió los avatares del siglo XX

Higinio del Río

Higinio del Río

Eduardo Estefanía Rodríguez, Jayo (1901-1993), vástago de una importante familia de Llanes, era, en esencia, una persona del común, sencilla y servicial, que disfrutaba de una existencia sin sobresaltos, y acaso también, irremediablemente gris. No obstante, por un instintivo sentido de la oportunidad, o por capricho del destino, sabía estar en el meollo de las grandes citas. Su estampa, enjuta y amable, ha quedado registrada en álbumes y hemerotecas, lo que es una manera de pasar a la historia. Veamos tres ejemplos: en la célebre película documental "Llanes 1917", que rodó la productora Pathé Frères en septiembre de aquel año, se le distingue a él en una animada secuencia tomada en la Vega de la Portilla, durante una partida de bolos; en junio de 1929, con "El Pájaro Amarillo" aún vibrante tras su aterrizaje de emergencia en la playa de Oyambre, posará Jayo, en actitud de avezado testigo de la historia, delante del avión francés; y en agosto de 1931, en otra jornada memorable para la aviación, se fotografiará en la Cuesta de Cue al lado de Benjamín y Desmazières, los aviadores que acababan de llegar de Francia y que impulsarían aquí el desarrollo de la actividad aérea.

Jayo se contaba entre los comerciantes clásicos de la antigua Plaza Mayor. En ese espacio, que desde 1915 lleva el nombre del diputado y senador liberal José de Parres Sobrino (1865-1917), transcurrió su vida entera al frente de un local situado en los soportales, entre la fonda La Guía y la casa en la que nació José de Posada Herrera. Aún crepita frente a esta el recuerdo de un episodio de la francesada, cuando en 1808 la soldadesca napoleónica amontonó y quemó allí libros, armas y muebles expoliados. El dueño de la mansión saqueada era el coronel retirado Blas Posada, estratega de la lucha guerrillera de los patriotas llaniscos, al que las fuerzas invasoras no conseguirían apresar en ningún momento de la guerra.

La tienda de Jayo (en la planta baja de la casa que había mandado construir su abuelo materno, el ferretero avilesino José Rodríguez Sobrado, alcalde de Llanes en 1884) presentaba sin complejos el aire de otra época. Detrás del mostrador estaban él, con su bata gris y un lápiz en la oreja, y su hermana Rosita (1909-2003), catequista y devota feligresa. Los dos, solteros, sanrocudos y personas de ley. Entre un sinfín de artículos de incuestionable utilidad, vendían ropa de faena, electrodomésticos (que duraban treinta años, como poco) y telas por metros para cortinas y manteles. Los televisores eran de la marca Philips, y las antenas en los tejados las instalaba un dúo de muchos quilates: el farero de la villa (Glicerio González Velasco) y un pluriempleado funcionario de Correos (José María Sánchez García).

Jayo y Rosita compartían el lirismo y la épica de la Plaza con personajes como Manolo el Marimordu, los Buj, los Sordo o los Rozas, y con negocios de rango emblemático, como el bar de debajo de los arcos ("Perru y Mediu"), La India, la ferretería Alonso o la frutería Marien (antigua carnicería de "el Coritu", legendario comandante de milicias republicanas en la Guerra Civil), envuelto todo ello en el bullicio del mercado semanal, que tanto echamos hoy de menos. En la trastienda del local de los Estefanía, junto a viejos maniquíes, corsés de varilla importados de París y estanterías cargadas de pantalones de mahón y camisones de felpa, se hacían tertulias, a las que asistían el escultor Emilio Sobrino Mier, el embajador José María Saro, el médico Juan Antonio Saro, el farmacéutico Antonio Mijares y Cayetano Rubín de Celis, entre otros, y en las que el anfitrión obsequiaba a los tertulianos con manzanas y sidra elaborada por él en una huerta que tenía en La Carúa. Algunos días, Emilio Sobrino llevaba a bordo de un parsimonioso "seiscientos" a Jayo hasta la Cuesta, y los dos, allá arriba, reverdecían recuerdos comunes y saboreaban como nadie la grandeza del paisaje.

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