Opinión

Alejandro Roxán

A la sombra de un sifón

En recuerdo de Celsín, el de La Sifonería, el vecino al que todos querían

Murió Celsín, el de La Sifonería, y no tenemos consuelo. Era el domingo del vermú más triste que recuerdo en la calle San Pelayo. Celso formaba parte sustancial del ecosistema cangués, una de esas personas que aportaba personalidad y carácter al pueblo en un tiempo en que todo se diluye.

La muerte de Celso es más que la pérdida de un paisano al que todos queríamos y con el que convivíamos. De Celso no nos despedimos solo nosotros, desde nuestro presente, también se despide de Melchor el niño nervioso que algún día fuimos. Nos acordaremos de Celsín subiendo el ramu en San Antoniu y dando un viva a las seis de la tarde, organizando el Sifón de Oro en esa Casa de Cultura paralela en que convirtió a la Sifonería. No me imagino la calle San Pelayo el día de Pinza sin él rondando por ahí. Celso estaba siempre presente en los buenos momentos de los demás. Tuvimos el privilegio de que fuera testigo excepcional de nuestros mejores instantes, cuando compartíamos mesa con amigos y familiares en La Sifo, nuestra casa. A ella peregrinábamos todos los viernes, puntuales, y ahí estaba Celso, dejándonos con toda confianza la llave de la tiendina. Orbitaba alrededor de nuestra alegría. En las fiestas, los fines de semana, en las noches de verano paseando del brazo con Marga, siempre juntos.

Con Celso no decimos adiós solo al vecino que todos queríamos, con su marcha perdemos una parte importante del paisaje de nuestra felicidad. Que la tierra te sea leve. Descansa ya para siempre, Celso, a la sombra de un sifón.

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