Crítica / Música

El refugio poético de Amancio Prada

El cantautor ha sabido encontrar su lugar, en el que reina la métrica, no la mercadotecnia

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

En esta época que vivimos, en la que tenemos tanta información, con acceso inmediato a cualquier cosa, que va todo tan rápido saltando de teléfono en teléfono, puede pasar que no estamos muy seguros de qué lugar deben ocupar algunas cosas de las de toda la vida. Como la poesía, por ejemplo. Tampoco es fácil decidir qué lugar le corresponde a ciertos recuerdos, sentimientos o personajes que antes vivían con nosotros en otros formatos. ¿En qué lugar debe uno ubicar a Amancio Prada, por ejemplo, que ha encontrado su zona de confort fuera de la modernidad pero que sigue trabajando con la intensidad del que sabe que tiene vigencia?

No encontraremos a Prada en la radio fórmula ni en forma de podcast, no es habitual de los festivales de verano, ni frecuenta el prime time televisivo. Es más fácil encontrar sus discos en un rastrillo que en una tienda. Casi podría situarlo más fácilmente entre los musicassetes y cds de gasolinera que en la cabina de un dj. Pero, cuidado, el tipo saca sus entradas a la venta para el concierto en el Campoamor, o en cualquier otra parte, y vende todo el papel a máxima velocidad. Su agenda está llena de fechas en los mejores teatros. La gente que acude a verlo llega pronto al teatro y lo hacen vestidos para la ocasión, con la ilusión iluminando la mirada. Las primeras estrofas de sus grandes canciones son siempre aplaudidas, sus aventuras escuchadas entre sonrisas y asentimientos, sus versos recitados con fervor entre susurros, sus pausas respetadas. Aplaudido y celebrado. Queda claro que Amancio Prada ha sabido construirse un refugio al margen de las vías principales donde le puede encontrar sin problemas todo aquel que quiere encontrarle. Un lugar donde las leyes obedecen a la rima y a la métrica más que a la lógica o a la mercadotecnia.

Sin embargo, los que vivimos tan rápido a lo mejor nos olvidamos de las cosas que fueron importantes. A mi, que iba al concierto un poco despistado y sin hacer ningún ejercicio de preparación previa, me pillaron por sorpresa los primeros versos del concierto, los de "Tengo en el pecho una jaula", una poesía hermosa que llevaba lustros sin escuchar y que, por sí misma, ya consiguió captar mi atención hasta el final de la velada.

¿Por qué me gustó tanto este concierto? Porque a Amancio Prada le apasionan las palabras y todo lo que se puede lograr con ellas. No es sólo la poesía, sin duda su concepto favorito. Además lo envuelve todo en el manto de un cuento, un sentimiento que navega entre lo rural, lo imaginario y lo sofisticado, donde no tiene miedo a mitificar los aspectos más duros de la vida humilde y del trabajo del campo porque él está unido a ellos por lazos sentimentales. Son buenos recuerdos. Su padre le enseñó a cantar mientras araba el campo. Dónde va a encontrar mejor la belleza, sino en una poesía, en cualquier canción que hable de la tierra.

Amancio Prada sacó su cancionero y lo desnudó ante el Campoamor, que le acompañó paso a paso por el viaje que nos iba proponiendo. Su compromiso con el romancero galaico portugués, sus enamoramientos de Gustavo Adolfo Bécquer o Federico García Lorca. Nos sumergimos con él en los paisajes de Rosalía de Castro. Volvimos a la superficie jurandole amor a la tierra asturiana. Terminamos de pie deseando la libertad de la persona amada.

Al salir del Campoamor, mientras encendía mi móvil y recomponía mi modernidad, tuve que echarle un vistazo al teatro. Un público ecléctico, sorprendente y numeroso. Quizá no sea verdad que todo está en internet. Quizá la poesía sí, y Amancio Prada también, en Youtube, claro, y en otros espacios similares del ciberespacio donde se almacenan de alguna manera fría y algorítmica. Pero hay otros sentimientos que se cocinan a fuego lento, en refugios secretos, confortables y marginales, y esos hay que saber buscarlos.

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