Vaciamiento ciudadano

Los espacios sociales en manos de grupos ideologizados

Nuestra ciudad no se escapa a lo que viene definiéndose como una crisis "de" o "en" la democracia, un deterioro democrático, que nace de las relaciones entre política y ciudadanía, de un vaciamiento institucional provocado por una excesiva ideologización, o politización, de los espacios ciudadanos.

Hoy quiero hacerme eco y portavoz de un "malestar" democrático. Por un lado, de un malestar objetivo que nace de la "inadecuación de las instituciones, para mantener sus finalidades, para estar a la altura de sus objetivos humanizadores, para proporcionar a todos igual libertad, iguales derechos e igual dignidad", lo que Bobbio llamaba "un malestar nacido del contraste entre democracia ideal y real". Y por otro, un malestar subjetivo expresado en desafecto, indiferencia y pasividad de la ciudadanía con la política, así como la presencia invasiva de lo político en el espacio social, como es el caso de los mal llamados "centros sociales" de barrio, que no son más que ramificaciones ideologizadas, que disuelven las certezas democráticas y amenazan con desviaciones totalitarias. Como sucede escandalosamente en algunos de esos espacios cercanos a mi realidad parroquial, que se han convertido en pequeños guetos de políticas de fracaso y mediopelo, de comportamientos totalitarios y nada participativos, más propios de años de dictadura que de la situación ideal de democracia y participación que deseamos para nuestra ciudad. Centros sociales que más que instituciones de mediación ciudadana, de participación, encuentro y dialogo social, son pequeños chiringuitos de determinadas políticas trasnochadas, en nuestro caso de ataque frontal e irracional a todos aquellos que no compartan su ideario antieclesial.

Miremos nuestra historia y no olvidemos que nuestra dictadura, como todas las dictaduras, fue esencialmente un régimen anti-ciudadano, un periodo de desintegración de la ciudadanía, pues su base es que no interesa construir un ciudadano participativo, sino crear una especie de ciudadanía imaginaria, es decir ciudadanos silenciados y adormecidos, que aparentemente participan en farándulas y otros festiverios enmascarados en chiringuitos sociales, pero que de forma real no tienen voz ni "ethos cívico". Qué paradoja, politizar lo común para despolitizar al ciudadano, en el sentido de una restricción de la discusión pública, la disminución de la participación y demandas sociales comunes.

Hoy levanto mi voz como una denuncia. Acabemos con las instituciones partidarias y recuperemos una ciudadanía participativa, portadora de derechos propios y miembro de una comunidad. Como define Habermas: un individuo-pueblo, que es reconocimiento del individuo-igualdad, y al mismo tiempo expresión del individuo-comunidad. Con un rol fundamental en la construcción de la sociedad, que se configura en "la praxis de ciudadanos que ejercen activamente sus derechos de participación y comunicación" (Habermas), haciendo de la ciudadanía pieza central en el quehacer político y de soberanía (Arendt).

Reivindico, a la vez, el principio de pluralidad, condición básica de igualdad y distinción, que posibilita la aparición de las "ciudadanías-múltiples". Un espacio público, donde todos aparecen libres e iguales y devienen ciudadanos, sin gestos sectarios, donde todos juguemos el papel de ciudadanos, y adoptemos la perspectiva de miembros de una comunidad de todos y para todos.

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