Crítica

SACO se reconcilia con su historia

La apuesta infalible por un cine-concierto clásico

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Qué maravilla. Esa secuencia de Gene Kelly bailando agarrado a una farola y saltando de charco en charco porque el corazón le estalla de felicidad. Esa melodía luminosa hecha para cantar, para silbar, que inevitablemente invita a que hasta el bailarín más obtuso ponga sus pies en movimiento sin que el resultado sea lo importante... Si escuchas en la radio las primeras notas de "Singin’ in the rain" no te vas a imaginar a ti mismo enredando las patucas sin remedio, como un danzarín nefasto. Las imágenes de esa coreografía que todos tenemos grabadas en la memoria son las que van a gobernar inevitablemente a nuestros cerebros. Porque en la historia del cine hay escenas que son tan grandes, tan sensacionales, que acaban devorando incluso a la propia película. Solo tararearla puede hacer que te cambie un mal día.

Pero "Bailando bajo la lluvia" es mucho más que una escena inmortal. Es una película muy sólida que ha envejecido mucho mejor de lo que cabía esperar de un musical. Es una de esas historias del cine dentro del cine. Con un sentido del humor muy actual aborda la época final del cine mudo y su inevitable desaparición frente al arrollador fenómeno de la sonorización cinematográfica. Cómo una tecnología deja obsoleta una industria, cómo la sustituye sin la más mínima compasión por lo que deja atrás (y esto es algo que está muy presente dentro de nuestro día a día). Al mismo tiempo, es una fantasía en Technicolor, una píldora de optimismo y un milagro visual. Tiene un número musical de apenas tres minutos en los que, en una espiral de imágenes y música orquestal, resume como lo sonoro devora sin remedio y deja obsoleto para siempre a lo mudo. Y tiene esa sonrisa americana, fuerte y franca de Gene Kelly. Demasiados ingredientes para quedar borrados por una sola escena.

Con todo esto, con una película que el espectador conoce pero que el subconsciente almacena detrás de una fachada, fue con lo que entré en el Campoamor el viernes para continuar con la Semana SACO y sus intrépidas aventuras. Pero "Bailando bajo la lluvia" es una apuesta tramposa. Es un recuerdo que al ser descorchado se sabe que va a volver a explotar como el primer día. Ante ese riesgo, la Oviedo Filarmonía hizo lo más inteligente que podía hacer: bajo la batuta de Timothy Henty asumieron ese rol de envoltorio, de maestría en una sincronización milimétrica, y se dejaron fluir en un maridaje que, ya se sabía, resultaría infalible. La partitura, sus brillos y sus matices, hicieron el resto.

Después del tsunami surrealista del Niño de Elche, que inauguró el festival sonorizando de manera bizarra "La concha y el reverendo" y "Un perro andaluz", después de esa apuesta tan arty de Jota el de Los Planetas cantando sobre el legado fílmico de Iván Zulueta, la propuesta de programar "Singin’ in the rain" con la Oviedo Filarmonía solo se puede entender como un guiño del festival a sus bases. Una mano tendida a esa parte de público que les ha acompañado hasta donde están y que se sentían cómodos con propuestas más confortables.

La Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo está inmersa en una permanente apuesta por reinventarse. Pero en estos procesos conviene no olvidar de dónde se viene, qué es lo que te ha llevado hasta donde estás. Los cine-conciertos han sido uno de los grandes instrumentos para enamorar al público de Oviedo. Las colaboraciones con la Orquesta, así como con otras formaciones cada vez más variadas y abiertas estilísticamente. Son indicadores del Norte que el festival parece no querer perder. Si alguien había sentido que SACO había dejado de quererle, que le había dejado atrás como espectador, con este "Bailando bajo la lluvia" ha tenido la oportunidad de reconciliarse y de recordar por qué estaba enamorado de esta programación cultural. Lo cual no está reñido con la vanguardia.

Suscríbete para seguir leyendo