¿Ascensión o Recesión?

Sobre la gran fiesta del campo en Oviedo y su lugar en plena extinción de lo rural

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Si fuésemos unos foriatos de Madrid, tendría explicación. Todos hemos conocido a alguno de esos veraneantes llegados de la meseta que se admiran ante la presencia de una vaca, a los que parece molestar que las patatas tengan tierra o que ignoran que el más leve roce con esas hierbas con forma de cabeza de lanza que crece junto a los caminos, conocidas como ortigas, resulta altamente urticante (pero sólo un ratito) y por eso conviene evitarlas.

Ocurre que si yo echo la mirada atrás en mis recuerdos encuentro imágenes en las que, aunque colegial urbanita, iba paseando hasta una vaquería para comprar leche. Recuerdo el olor cuando se hervía, ya en casa, y como se sacaban natas y mantequilla, cómo se hacían bizcochos con ellas. Recuerdo entrar en las cuadras, el intenso olor dulzón del cuchu, y como intentaba siempre catar las ubres de la vaca, con miedo y con repelucu y casi sin conseguir nada, ante la risa condescendiente de la dueña del animal. Recuerdo llegar cargado de moras de los caminos, de vainas de arbeyos recogidas en la huerta con nuestras propias manos y cómo nos los comíamos crudos sentados en el suelo. Con las uñas negras de tierra y las rodillas llenas de postillas y arañazos. Pero creo que todas esas experiencias, hoy en día, no sería capaz ni siquiera de encontrarlas en internet. ¿Qué nos ha pasado en estos últimos cuarenta años? Éramos de ciudad pero teníamos contacto con el campo, estaba ahí mismo. Nos hemos tomado a coña la globalización y nos ha devorado.

La Ascensión, fiesta ovetense varias veces centenaria que se celebra cuarenta días después de la Semana Santa es, desde hace décadas, más un homenaje de la ciudad hacia lo rural que una verdadera feria de ganado. Así se puede interpretar el cartel de este año, obra de Toño Velasco, que representó unas vacas pastando plácidamente a los pies mismos del Ayuntamiento. Muy guapo, por cierto, Toño, bien tirada la idea, felicidades.

De manera que, carbayón y urbanita, decidí dar un paseo de matiné dominical de la Ascensión buscando lo que nos ofrecía el follonuco que se había organizado para este año. Paseo que empecé, con la mejor voluntad, en el Campo San Francisco, donde había visto anunciada una oferta de talleres de acercamiento a nuestro folclore y tradiciones. Una instalación de casetas en las que se ofrecía carpintería y ebanistería, encaje de bolillos, apicultura, fabricación artesana de jabones, trajes tradicionales, zuecos y zapicas, lana, barro, azabache, cuero, cestería, talla y tornería… oficios perdidos que yo llegué a conocer en su decadencia. Objetos obsoletos ya, finalmente absorbidos por los productos genéricos, por las grandes superficies, por el gigante chino, por nuestra comodidad y nuestra ignorancia, hasta hacerles perder el sentido. Verlos allí, encerrados en cubículos panelados, expuestos como rareza circense, me produjo tristeza. Como ver una fiera enjaulada.

A ver, no se entienda mal… La iniciativa del Ayuntamiento me pareció, en sí misma, muy interesante, necesaria. Conocer de dónde venimos. Hasta hace muy poco si querías tener una cesta para transportar la fruta o unos zuecos para trasegar por los caminos de barro, ya que los pueblos no estaban asfaltados, había que hacerlos a mano. Porque Amazon no te los llevaba hasta casa. Pero tuve la sensación de que, para las nuevas generaciones, ya vamos tarde. Estamos demasiado lejos ya como para explicárselo. Qué pena, es cultura que se nos escapa entre los dedos, olvidar lo aprendido es caminar hacia atrás.

Después bajamos a Porlier, donde estaba esa otra artesanía: la gastronómica. Ese vínculo que sí conservamos con entusiasmo. La repostería, las conservas, los embutidos, las empanadas, la miel. El queso, toda la plaza de la Catedral llena de quesos. Nos compramos unos manjares variados. Se me pasó un poco el disgusto por la asturianía perdida antes de cumplir con la tradicional menestra, la carne gobernada y la tarta quesu con cerezas. Que no se enteren en Madrid, cagüenmimantu, no vaya a pasar como con los cachopos.

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