La agenda recurrente de la salud pública (global)

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39064761 / PABLO GARCIA

El invierno se acerca en el norte del mundo y nuevamente las urgencias se saturan con pacientes de enfermedades respiratorias. No sólo están infectados de covid-19, sino también de gripe y de virus respiratorio sincitial (VRS) que, a diferencia de los dos anteriores, está causando estragos entre los niños más pequeños. Después de algunos meses de relativa calma, todos parecemos despertarnos de nuevo y constatar no sólo que la pandemia que paralizó al mundo en 2020 no se ha acabado, sino que muchos de los problemas estructurales que la emergencia hizo aflorar también siguen ahí, sin que hayamos hecho nada para remediarlos.

Porque, a casi tres años de la irrupción del covid-19, y cuando resulta más claro que nunca que los países que mejor han conseguido capear la emergencia son aquellos que ya contaban con sistemas de salud bien estructurados, el esfuerzo global para mejorar lo que es sin duda el fundamento de una buena salud pública ha sido prácticamente nulo. Sin pudor se despide a los médicos contratados en los momentos más duros (y a los que tanto se aplaudía cada noche a las ocho), y se limita la inversión en la Atención Primaria. Sin pudor se incumple el deber de la Administración pública de garantizar a toda la población el acceso a los servicios sanitarios básicos.

Si esto es escandaloso en Europa, que cuenta con los sistemas de salud más sólidos del mundo, lo es todavía más en las vastas regiones del sur del planeta, donde millones de personas mueren por enfermedades para las que existe tratamiento y debido a la falta de la más elemental atención médica. Por decirlo con datos oficiales, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que al menos la mitad de la población mundial no tiene acceso a los servicios de salud que necesita, y que cada año alrededor de cien millones de personas son empujadas a la pobreza extrema como resultado de los gastos urgentes para resolver sus problemas de salud.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecen como una de sus metas el acceso universal a la salud en 2030. Para llegar a ello, el paso indispensable es precisamente fortalecer los sistemas de salud, concibiendo a la Atención Primaria como la columna vertebral.

Pero esta solución tan obvia y clara es extremadamente difícil de llevar a la práctica. Como casi siempre, el problema radica en una combinación de recursos y de voluntad. Construir un sistema de salud sólido y eficiente implica un esfuerzo para el que los países más pobres muchas veces no están preparados, por falta de dinero y de personal capacitado, y por la complejidad intrínseca de alinear esfuerzos y voluntades en sistemas muchas veces ya organizados en torno a programas “verticales”.

Por si esto fuera poco, la ayuda exterior, de la que muchos de estos países dependen para mantener a flote sus exiguos programas sanitarios, rara vez es de ayuda en este terreno. El modelo vigente de cooperación al desarrollo privilegia invertir en programas cuyos resultados son más fácilmente cuantificables, lo que hace que la mayoría de los recursos se destinen a apoyar acciones concretas contra enfermedades concretas, mucho antes que meterse en el berenjenal técnico, logístico y político que implica mejorar un sistema sanitario como conjunto.

Pero la dificultad de la empresa no debería desanimar a nadie, sino más bien impulsarnos a todos a no cejar en nuestro empeño. Hay que formar a los jóvenes médicos, a científicos, investigadores y responsables de la salud pública de los países más desfavorecidos e invertir en aquello que resulta verdaderamente urgente (y no en lo que nos permita mostrar mejor al mundo nuestros “logros”). Y, lo más importante, hay que dejar que los países definan claramente cuáles son sus prioridades. Son los propios gobiernos los que deben identificar las necesidades más apremiantes y decidir las estrategias para mejorarlas. Desde fuera nos toca contribuir con dinero, coordinación y apoyo técnico; pero, sobre todo, con no imponer nada y permitirles hacer bien su trabajo..

Pedro Luis Alonso (Madrid, 1959) tiene raíces en Asturias, pues su familia paterna proviene de Grado. Médico, epidemiólogo e investigador, entre 2014 y 2022 fue director del Programa Mundial de Malaria de la OMS. Actualmente, es catedrático de Salud Global en la Universidad de Barcelona.