Sistema Nacional de Salud: paradoja y sostenibilidad

pedro arcos

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Pedro Arcos

Pedro Arcos

A los impactos del covid sobre la salud de la población, y también sobre la vida social y económica española, hay que añadir otro impacto que podríamos calificar de paradójico: nunca antes los ciudadanos habían sido tan conscientes de la importancia de contar con un buen sistema sanitario y, sin embargo, tampoco nunca antes se habían producido críticas tan intensas a su mal funcionamiento, durante y también después de la pandemia, en el posterior cuasi colapso e incapacidad para recuperar los niveles asistenciales anteriores con una mínima calidad.

Una posible explicación a esta paradoja reside en que la pandemia de covid ha funcionado como el líquido revelador fotográfico, es decir haciendo que se muestren las partes más oscuras, vulnerables y desatendidas de nuestro Sistema Nacional de Salud, muy bien diseñado en la magnífica Ley General de Sanidad de 1986, pero abandonado en cuanto a su desarrollo legislativo y operativo posterior. Esta disociación es, por lo demás, un problema muy común en otros ámbitos del desarrollo de nuestro país: véase, por ejemplo, lo ocurrido con la legislación sobre salud laboral y prevención de riesgos.

Lo que el covid ha mostrado, entre otras cosas, de nuestro sistema público de salud es un conjunto de problemas sistémicos no abordados y que tienen su origen en una gestión mediocre, sin planificación estratégica y prolongada durante décadas. En primer lugar, las deficiencias no corregidas de un proceso heterogéneo de transferencias sanitarias a las comunidades autónomas realizado sin un mínimo nivel de coordinación superior adecuada (o, lo que es lo mismo: con sucesivos Ministerios de Sanidad literalmente ausentes del proceso).

En segundo lugar, una falta crónica de planificación estratégica (a más de diez años) y una gestión puramente inercial en los niveles intermedios y altos de dirección. Probablemente debida a un claro amateurismo profesional en materia de gestión en sus responsables, mayoritariamente nombrados en base a cualidades políticas y no profesionales. Un ejemplo: pensar que el problema de la pérdida continuada de médicos en la Atención Primaria en Asturias se resuelve montando (sic) un call-center con diez auxiliares administrativos no solo es naif, sino también un insulto a la inteligencia de los pacientes y los médicos.

Y en tercer lugar, una falta de definición de cómo queremos que sea nuestro sistema sanitario público en los próximos 25 años. Es un hecho bien estudiado que todos los sistemas sanitarios públicos del tipo Beveridge (1948), como el nuestro, con cobertura universal y financiación pública, tanto los que tienen provisión de asistencia sólo pública o mixta público-privada, vienen estando sujetos a mayores tensiones en las últimas décadas: unas tensiones externas, producidas por el imparable aumento del gasto sanitario, del coste de la nueva tecnología y de los nuevos fármacos; y otras internas, relacionadas con los cambios en los enfoques y procesos asistenciales y en la prevención y tratamiento de las enfermedades en las poblaciones.

Sin visión estratégica y planificación (y, por supuesto, sin una financiación adecuadamente asignada) no será posible evitar el deterioro continuado de nuestro sistema sanitario público ni la sostenibilidad en niveles de calidad asistencial mínimamente aceptables. Lo que el covid ha demostrado literalmente con respecto a nuestro sistema sanitario público es que ir apagando los fuegos del día a día no es un ejemplo de gestión sanitaria profesional y responsable. A lo mejor ocurre como con los incendios forestales: apagar fuegos no es lo mismo que tener una política forestal.