Teresa

Cuántas estrellas y espigas habrán nacido esta noche,

de qué habrán hablado entretanto los sabios

y más viejos robles de nuestros bosques;

cuántos padres habrán llorado

al oír el llanto nuevo de un niño

mientras alumbraba para ti estos versos

y la luna jugaba con las nubes, las olas y las sombras.

Déjame decirte algo de mi,

de lo que pienso y en lo que creo,

con el corazón abierto,

querida Teresa.

Tengo razones para afirmar

que, como tantos otros de mi generación,

soy un náufrago

que ha llegado a la orilla.

Tú vives en una época

muy distinta de la mía a la misma edad.

Nací en un tiempo oscuro,

aún no apagadas

las llamas de una guerra sin perdón.

Viví años de silencio, luto y pena,

en la España secuestrada

por la errante sombra de Caín,

donde hasta el escaso pan que había

se comía con temor.

No te sorprendas por ello.

Es el río de la historia y de la vida

que no deja de cambiar,

a veces muy deprisa,

tantas veces de forma impredecible.

Llegué a los días de la alegría,

los de la soñada y siempre ardua libertad,

con las manos curtidas por la intemperie y la tarea,

como las de tantos y tantos de aquel tiempo.

Porque has de saber, querida Teresa,

que la libertad no se regala, siempre está amenazada;

la libertad se defiende o se conquista.

He braceado mucho, hasta el agotamiento,

en el agitado mar de la vida

y la suerte nunca me ha abandonado,

aunque a veces estuvo huidiza y esquiva,

como a ella tanto le gusta.

He llegado a la edad de los recuerdos

sin perder la memoria.

Otros de mi tiempo se quedaron en el camino.

Nunca los olvidaré.

Porque quiero lo mejor para todos,

porque sé lo mucho que una sola persona

puede hacer por un mundo mejor,

te entrego estos versos, como se entrega

la antorcha encendida del relevo.

Deseo que te defiendan o te inspiren,

que te ayuden y que ayudes

para que haya en ti

y cerca de ti concordia, amor y esperanza.

Me ilusiona pensar que los guardarás

como la nieve guarda en lo alto de la montaña

el agua del verano.

Vivir es el mayor regalo, querida Teresa,

pero hay que llegar a merecerlo,

con voluntad, talento y sacrificio.

Acabas de cumplir dieciocho años.

La naturaleza no ha sido tacaña contigo.

Sumas inteligencia, sensibilidad y belleza serena.

Pronto te darás cuenta de que estás

en una nueva etapa de tu vida,

de que dejas atrás los días de paso lento

y que entras en un tiempo más veloz,

en el que las horas se acortan y se aceleran.

La vida te abre sus puertas.

Es muy bella y fugaz,

como el arco iris. Pero merece la pena vivirla.

No quieras demasiado equipaje:

llena tu corazón de amor,

ten compasión, valentía, luz en la mente,

y líbrate del rencor, la discordia y la envidia.

No elegimos la persona que somos

pero podemos hacerla.

Da la bienvenida a la noche

tras hacer el bien durante el día.

Cada mañana, al despertar,

mira al cielo y agradece el regalo de la vida,

y defiéndela en todas sus formas.

Reza a la luz que hace crecer bosques,

raíces, frutos, que es brújula de aves errantes,

mensaje de lo sublime.

Haz de cada día un verso

que emocione y que te guíe.

Admira a la pequeña e indefensa rosa y al cielo,

piensa en el misterio de la Creación,

en la inmensidad del Universo,

en su indiferencia ante nuestros pasos,

en nuestro desamparo y pequeñez ante su grandeza.

Busca la autenticidad,

no quieras amapolas falsas:

las verdaderas puedes encontrarlas tú.

Están al lado del trigo que amarillea en el campo,

cerca de donde cantan al amor

alondras, codornices y grillos.

Procura que no haya tristeza,

ni injusticia,

ni soledad a tu lado.

Lucha sin descanso por ello.

Busca la belleza, el arte, la poesía.

Te unirán a la alegría,

una fuerza suave, pero muy poderosa.

Sé humilde. Aléjate de la banalidad.

Huye de los excesos, donde se esconden

todos los peligros, y nunca olvides

que puedes ser víctima o beneficiaria de lo inverosímil.

Huye del dogmatismo,

de creer que tu verdad es la única verdad.

No hay mayor ni más indigencia

de pensamiento, no hay mayor peligro.

Atiende más a la esperanza que al dolor.

En las horas difíciles,

piensa en la noche y recuerda

que en su hora más profunda

camina hacia la luz.

Y que, además de estrellas,

tiene rosas invisibles.

Si vives cerca del mar,

escucha y guarda

las canciones del acantilado,

como hacen las jóvenes sirenas.

Son sabias lecciones que traen

las olas desde mares lejanos.

El mundo es despiadado no pocas veces.

Defiende a sus víctimas.

No te rindas nunca ante la adversidad

ni ante la mentira,

y sí ante la bondad, la generosidad y la belleza.

No seas pluma en el viento, boya sin rumbo,

madera de naufragio.

Piensa lo que dices

y guarda y defiende la palabra dada.

Es un gran patrimonio.

Fíjate en las mariposas:

parece que las lleva hasta la brisa más suave,

pero saben a donde van y llegan.

Piensa que nunca es la última vez

que florecen las pequeñas y humildes flores

que nacen en el borde del camino.

Revivirán aunque hayan sido pisadas y destruidas

por la rueda impasible del carro.

La vida siempre acaba venciendo a la muerte.

Que no te guíen la frivolidad ni las modas fugitivas,

sino el pensamiento sólido,

el ansia de saber, la sed por conocer,

el cultivo del alma.

Engrandece lo que pienses, piensa a lo grande,

con humildad.

Arriesga. No juzgues ni a mujeres ni a hombres.

No murmures nunca contra nadie.

Haz de ello una seña de tu carácter.

Todos somos sufridos caminantes

bajo las mismas estrellas.

Ten comprensión y piedad para con todos.

Haz amigos. Procura acertar en la elección,

pero no olvides que a veces la soledad

también puede ser una hermosa y leal compañía.

Y porque hay días en que el sol y la luna

salen a la vez,

llegará un amanecer en que tu corazón

no quiera estar ya más tiempo solo,

y sentirás que el fuego de una mirada,

el sonido de una palabra, son para ti

todas las vidas de tu vida.

Donde estés, todo te recordará a esa persona.

Y le darás el mundo.

Y no habrá en tus días otro día igual

y ya no dormirás sin su nombre en tu boca.

Construid una vida plena,

sin cauces para la generosidad,

coherente y serena.

Haced de ella una obra de arte

que sepa hacer frente al dolor,

comprometida con la bondad, la honradez y el bien.

Nunca olvidéis a los que sufren,

cerca o lejos, incluso muy lejos de vosotros.

Y haz de esa aventura un refugio, una muralla,

un acantilado de lealtad

donde rompan tormentas

y oleajes, el ruido y el silencio.

Guarda ese amor como guarda la brasa

el calor contra el frío.

Guárdalo como el mayor tesoro,

el único tesoro que pueden tener los pobres,

cualquier pobre de cualquier trozo del mundo.

Guarda ese amor.

Sin él, no harás nada grande.

Aléjate de lo negativo,

sonríe, vive con la alegría y la esperanza

con la que el mirlo enamorado despide a la tarde.

Recuerda que el vivir no da tregua,

que cruza valles diferentes,

que es una continua encrucijada

que te obligará a decidir,

a asumir riesgos que marcarán

todos tus días, los que pasan

y los que llegan.

No hay otro triunfo verdadero

que el del esfuerzo y el del sacrificio.

No cambies como la hoja en el viento

Sé siempre tú misma.

El pasado nunca muere.

Al final, tal vez seguirás viendo un mundo injusto,

y te preguntarás para qué ha valido

tu lucha, la lucha de tantos.

Piensa que no habrá sido inútil:

tampoco se ven las raíces

crecer bajo la tierra.

Piensa que las caracolas, en silencio,

escuchan y guardan las canciones del mar.

El mundo es siempre mejor

cuando alguien, aunque sea una sola persona,

hace el bien

o realiza uno de sus sueños.

Porque llegará un día en que, fieles a la esperanza,

la imprescindible esperanza,

ya no os despierte el canto

temprano de las golondrinas

sino el inconfundible, más bello

que ningún otro, de una nueva vida.

Guarda ese momento del alba

y cada momento que hayas sido feliz.

No olvides ninguno,

ni siquiera el que sentiste

al admirar el temblor azul

del corazón de la llama de una vela.

Todos hacen falta para hacer frente

a la caminata de la vida,

a ir al encuentro con lo inesperado,

al frágil e incierto tiempo.

Sigue ese camino,

así tus ayeres no te traerán tristeza.

Te abrazarán como el sol abraza al mar de espigas.

Y siendo así, no temas a la noche,

duerme sin miedo.