Nacho Vegas | Cantautor

"Tener éxito es vivir de mi oficio y tranquilo, y pagar decentemente a quien trabaja conmigo"

"Reconocer el fracaso nos empuja a pensar que no merece la pena luchar porque no vamos a cambiar nada, en una actitud absolutamente reaccionaria e inmovilista"

Nacho Vegas. | |  JESÚS HELLÍN

Nacho Vegas. | | JESÚS HELLÍN / Marta García Miranda

Marta García Miranda

Hasta los más grandes han caído y han vuelto, o no, a levantarse. «Asume tu barranco» es una frase popular que se usa en Venezuela y que resume la idea neoliberal de que cada uno es responsable de lo que consigue, de los triunfos y las derrotas. Preguntamos a varios intelectuales y artistas sobre su visión del fracaso. No se trata de glorificarlo, idealizarlo o hacer autoayuda. No es un valor en sí mismo. Solo intentamos entenderlo y normalizarlo: es algo que le puede pasar y de hecho le pasa a todo el mundo. El cantautor Nacho Vegas, la filósofa Remedios Zafra y el dramaturgo Lluis Homar se sinceran y reflexionan sobre cómo han asumido sus fracasos.

Dice Nacho Vegas (Gijón, 1974) que cuando piensa en el fracaso no lo hace en términos personales, que se acuerda de Margaret Thatcher, que decía que un joven que siguiera cogiendo el autobús pasados los 26 años era un fracasado. También de la primera edición de "Operación Triunfo", un programa, dice, "más obsceno que una película pornográfica porque contemplaba la música como una competición en la que alguien, para triunfar, tenía que pasarle por delante a otra persona, y la música es un trabajo colaborativo". En enero de 2022 Nacho Vegas publicó su último disco, "Mundos inmóviles derrumbándose", y ahora está pensando en montar "un proyecto colaborativo, con músicos muy diferentes, de aquí y de Latinoamérica, un proyecto que tenga un contenido explícitamente político". "Deberíamos desterrar la palabra fracaso de nuestras vidas", opina, y ese pensamiento se convierte en el punto de partida de esta conversación.

–¿Tiene una sustituta para la palabra fracaso?

–Hace años toqué en un acto en Montevideo, en Uruguay, y tuve la suerte de conocer a Pepe Mújica. En España estábamos entonces en un momento complicado y, hablando de ello, me dijo: "Recuerda que ninguna derrota es definitiva, pero tampoco lo es ninguna victoria". Yo incorporé esa cita de formas diferentes en un poema y en una canción. Me hizo pensar mucho. Quizá hace 15 años hubiera respondido de otra manera, por cierto determinismo trágico, una especie de derrotismo que tenía que ver con que habíamos vivido en Asturias el final de muchas luchas obreras. Si entiendes que ninguna derrota lo es realmente, entonces podemos dejar de hablar de fracaso. Nos infligen muchas derrotas y de muchas tenemos la culpa y hay que hacer autocrítica, eso solo nos puede servir para seguir teniendo un horizonte. Reconocer el fracaso nos empuja a pensar que no merece la pena luchar porque no vamos a cambiar nada, en una actitud absolutamente reaccionaria e inmovilista.

–Hay quien reconoce en las derrotas y los fracasos espacios para el aprendizaje.

–Una de las primeras canciones que escribí, "El camino", estaba inspirada en un verso de Blas de Otero que decía algo parecido a "acepta el camino con todos sus errores" y venía a significar que de cada error, de cada derrota y de cada batalla perdida se aprende. Me parece que el fracaso tiene esa connotación de algo irreversible, mientras que la derrota es algo que sucede en un momento dado y puede ayudarte a seguir mejorando. Hay que evitar esa retórica del "coaching", eso de que caerte con una piedra en el camino te va a servir para levantarte después. Ninguna derrota es definitiva y no debemos asimilarlas como fracasos; el hecho de que una victoria tampoco lo sea nos tiene que hacer pensar, por lo menos a los que militamos en la izquierda y creemos que todo lo humano es político, en un horizonte transformador en lo social, lo económico y lo cultural. Y hacer como decía Max Weber: "Aspirar a lo imposible para conseguir lo posible". Eso es lo que debemos tener en mente para seguir adelante en un sistema como el capitalista, cuyo único objetivo es sobrevivirse a sí mismo y a las injusticias y fracasos que genera, que son muchos.

La única lectura buena de la entrada de Vox en el Ayuntamiento de Gijón es que colectivos muy diferentes se están organizando para responder: nos vienen cuatro años muy jodidos

–Solemos movernos en un terreno de términos absolutos; hay una zona gris de la que nunca hablamos

–Llevándolo al terreno afectivo, yo puedo pensar en momentos de mi vida en los que he estropeado cosas bonitas y lo he sentido como un fracaso. Todo es más complejo y creo que la vida afectiva de uno está tejida a base de ternura, de empatía, de cariño, de cosas que tienen muy poco que ver con perder o ganar y son más importantes.

–En un oficio como el suyo, ¿qué baremos se usan ahora para medir el éxito y el fracaso?

–Yo me considero afortunado. Para mí, tener éxito en este oficio es poder vivir de ello, estar tranquilo y pagar decentemente a la gente que trabaja conmigo y con los que he formado una familia muy bonita, porque los afectos son importantes en este trabajo. Pero observo a mi alrededor a gente que se dedica a la música que se frustra mucho cuando no se les hace el caso que creen que merecen, gente que peca de ingenua, que no se da cuenta de que al final hay una industria y un mercado muy caprichoso y que la gente que triunfa es una minoría y tiene detrás una enorme maquinaria de promoción y marketing. Y eso es puro capitalismo.

Hay gente que me pide consejo y se viene abajo porque hace música, la cuelgan y cree que porque es buena van a tener un montón de reproducciones, y, cuando eso no ocurre, siente que han fracasado. Cuando yo empecé era algo diferente, no era tan salvaje y recuerdo escribir mis primeras canciones sin saber si le iban a interesar a alguien o me iban a sacar un disco. Yo lo hacía porque era algo urgente para mí. Esa es la premisa que siempre me he marcado en cada disco, intentar escribir huyendo de esa burbuja en la que te dan palmaditas, escribir canciones como las escribía al principio, sin que sea relevante el hecho de tener éxito o fracasar con ellas. En realidad, es como el amor. El amor es algo necesario en nuestras vidas, pero muchas veces nos damos grandes hostias. Sin embargo, no por eso lo rehuimos y generalmente seguimos tirándonos de cabeza. Que las cosas sean necesarias para ti es más importante que el que te conduzcan a ganar o a perder. Esos son conceptos binarios y caprichosos.

–Tenemos normalizada la épica del perdedor de las canciones de Sabina, pero nos da vergüenza hacer de la bondad una causa política, como reivindica Belén Gopegui.

Esa épica del perdedor y el fracaso es terrible. Yo conecto mucho con Belén. Es verdad que en el capitalismo la bondad no puntúa nada. Puede puntuar la inteligencia, pero sobre todo puntúa ser un cabrón o una cabrona. Estamos en un sistema que crea más frustración que otra cosa, desde que se logro desmovilizar a la clase trabajadora. Nos metieron por vena ese hiperindividualismo y lógicas de consumo, según las cuales puedes acceder a la movilidad social. La mayoría de la gente no lo consigue, se queda a medias, frustrada. Hay luchas en las que, de repente, se gana una pequeña batalla: hace poco un rider ganó un juicio contra una compañía de reparto a domicilio. Esas luchas pequeñas son necesarias si quieres seguir teniendo algo de ilusión por cambiar el mundo y no acabar resignándote, frustrado y sintiéndote un fracasado. En Gijón, en las elecciones municipales, entró por primera vez Vox en el Ayuntamiento, en la Concejalía de Festejos, y la única lectura buena es que ha provocado una reacción en gente de colectivos muy diferentes, que han empezado a organizarse para dar una respuesta, porque nos vienen cuatro años muy jodidos. No me gusta esa idea esa de "cuanto peor mejor", pero sí es verdad que hay veces que necesitamos estas hostias para despertar .

–¿Cuál es la batalla más urgente?

–Lo que a mí me provoca más terror es lo que Miguel Urbán llamaba las "necropolíticas" fronterizas y racistas, cuando (la periodista e investigadora) Helena Maleno dice que mientras estamos hablando de las elecciones hay un cayuco con 127 personas perdido en el Mediterráneo del que no se preocupa ningún país, o que sigamos normalizando que haya gente que sea ilegal o que haya CIE (Centros de Internamiento de Extranjeros) en los que la gente tiene menos derechos que un preso común en cualquier cárcel, solo por el hecho no tener papeles. Las atrocidades que normalizamos, como las del racismo institucional, son las que a mí me parecen más urgentes o las que me provocan más pavor.

Remedios Zafra | Filósofa

 «Cada cosa que he logrado ha estado precedida de multitud de fracasos»

«Esperamos una falsa humildad, que quien triunfa se achique para no incomodar»

Madrid Remedios Zafra. | Iván Alonso

Madrid Remedios Zafra. | Iván Alonso

Remedios Zafra (Córdoba, 1973) es filósofa, escritora y ensayista, titular en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En 2022 ganó el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos, por su ensayo «El bucle invisible».

–Carlos Alcaraz dijo al ganar Wimbledon: «He hecho historia, estoy muy orgulloso de mí mismo y lo hubiera estado incluso en la derrota».

–Para Alcaraz, como para la mayor parte de personas de este país, el trabajo dignifica y es lo importante, ganes o pierdas. Pero hay algo en su manera de verbalizar el éxito que puede chirriar, porque estamos acostumbrados a una falsa humildad, a esperar que quien triunfe se achique un poquito para no incomodar. Alcaraz apunta a una superación del síndrome del impostor. Podemos acceder no solo a hacer bien nuestro trabajo, sino a ser excelentes, a tener ese triunfo y, en este caso de Alcaraz, me da la sensación de que él no hace sino repetir lo que otros dicen.

–Somos frágiles y lo verbalizamos.

–Hay una relación muy interesante entre esas nuevas formas de ser, de mostrarnos, que no se mueven bajo el modelo de triunfador capitalista que lo consigue todo, que si se esfuerza lo logrará todo a costa de una fuerza de voluntad constante. Yo teorizo sobre la fragilidad o la vulnerabilidad como algo que ha estado feminizado y, por tanto, denostado y vinculado a determinadas formas de ser que no se proponían como modélicas. Cuando uno reconoce su fragilidad está haciendo una llamada de atención sobre el hecho de que solo no puede nada y que necesita de los otros para avanzar y construir. Las lecturas positivas de cosas negativas como el fracaso o la fragilidad habla de un cambio y una feminización de la cultura. Cuando hablamos de poner en el centro los cuidados o de reivindicar la potencia política que tienen los cuidados hablamos de que necesariamente tenemos que reconocer las partes débiles del sujeto. Es muy interesante cuando en el feminismo se habla, por ejemplo, de masculinidad y hay autoras que reivindican la necesidad de matar al ángel de la casa no solo en relación a ese mito de quien se entrega a los demás, sino a que esos modelos de masculinidad también reconozcan su vulnerabilidad y, por tanto, sus fracasos.

–Hablemos de los suyos.

–Cada cosa que he logrado, una plaza estable o un reconocimiento literario o ensayístico, ha venido precedida de multitud de fracasos. Cuando me han dado un premio, he perdido antes cinco o seis. Cuando he obtenido una plaza como profesora, antes me he presentado a otras en las que me han dicho que no. Hay muchas personas, y yo me encuentro entre ellas, que hemos tenido la suerte de que nuestras familias, nuestros contextos, han confiado en nosotros. Yo comencé a estudiar por una suma de errores y pasé por Telecomunicaciones, Bellas Artes, Antropología… Si hubiera estado asesorada por personas estudiosas me habrían orientado de manera más clara, pero me habría perdido todo ese grandísimo aprendizaje que se extrae de equivocarte tú misma y aprender de esos errores. 

Lluís Homar | Actor

 «Soy muy inseguro y cualquier comentario me puede tirar abajo»

«27 años de terapia y no resolví nada, esto es un aprendizaje constante» 

Lluís Homar. | Pablo Lorente

Lluís Homar. | Pablo Lorente

Lluís Homar (Barcelona, 1957) dirige la Compañía Nacional de Teatro Clásico y es uno de los actores más versátiles del país. En 2016 recibió el Premio Nacho Martínez del Festival de Cine de Gijón.

–Hábleme de sus fracasos

–Me había divorciado de mi mujer, con la que tengo dos hijos, y estábamos en ese momento de firmar el convenio regulador, pero no nos poníamos de acuerdo e iba a tener que intervenir un juez. Pensé que mis hijos estaban absolutamente lejos de mí y me sentí totalmente solo y el hombre más fracasado del mundo. Recuerdo que en ese momento de absoluta soledad y de desastre total me di cuenta de que, a pesar de todo, yo me tenía a mí mismo y que ese estado de soledad no era tal porque yo nunca me iba a fallar y siempre iba a estar conmigo. Hay una frase que digo en «El templo vacío»: «Hay que saborear el infierno porque si no vas a él en vida, irás a él muerto». En ese momento yo estaba en el infierno pero, a veces, cuando uno está ahí se abren puertas, y de pronto algo sale al rescate y ese algo eres tú mismo.

–Esa idea llega después de un aprendizaje.

–Claro, yo he hecho 27 años de terapia y no he resuelto nada, pero volvería a empezar. Esto es un aprendizaje constante.

–¿Algún fracaso profesional?

–Mi llegada a Madrid, cuando fui nombrado director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

–¿Por qué?

–Porque cuando llegas a un sitio después de un nombramiento esperas sentirte bien recibido y lo que yo percibí entonces es que estaba en un sitio que no me correspondía, que era un impostor y que yo no era la persona adecuada para ocupar ese lugar. Estás ahí con la voluntad, desde un espacio público, de hacer una labor, de intentar contribuir, y tienes una experiencia y has hecho un recorrido que, evidentemente, no es el de los clásicos del Siglo de Oro, pero yo he trabajado toda mi vida con los clásicos. Cuando dije que venía a aprender no quería decir que no supiera toda una serie de cosas.

–¿Cómo gestionó eso?

–Lo pasas mal y hay un momento en el que intentas convencerte de que es menos de lo que es, pero hay una parte de ti que se echaría a llorar en un rincón. Estaba dejando a mi mujer en Barcelona, no había sido fácil tomar esa decisión de venirme a Madrid para cinco años.

–¿Sigue abierta la herida?

R. No, no, herida abierta no hay porque confiaba en el equipo y sentía que tenía algo que aportar, y tengo la tranquilidad de estar haciendo y haber hecho una labor. Un día Eduardo Vasco (director de la CNTC de 2004 a 2011) me dijo: «Eso que tú puedes aportar es algo que no es tangible, pero es tuyo». Y no recuerdo las palabras exactas, pero me agarré a eso. Yo soy una persona muy insegura y cualquier comentario de cualquier persona me puede tirar abajo, aunque es verdad que mucho menos que antes porque tengo mis herramientas, mi meditación y mi espacio. De la misma manera que voy abajo, con la misma facilidad me voy arriba. Y te contaré una anécdota divertida: cuando me nombraron director de la CNTC releí «La vida sueño» y de repente no entendía nada y pensé: «Claro, tienen razón» (risas).

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