Mágicas Montañas: Sagrado Corazón y Samelar, entre Ándara y Liébana

Las dos cumbres del Macizo Oriental de los Picos, de fácil acceso, se encuentran en una comarca cántabra que registró una intensa actividad minera con muchos trabajadores asturianos

El pico Samelar.

El pico Samelar. / Melchor Fernández DíazM. F. D.

Melchor Fernández

Melchor Fernández

Los Picos de Europa constituyen una unidad geográfica y geológica indiscutible, refrendada por la clasificación de Parque Nacional que los incluye e identifica, pero desde el punto de vista administrativo pertenecen a tres regiones más vinculado a una sola región, Cantabria. A él pertenecen las dos cumbres a las que está dedicada la última entrega de esta serie. El Sagrado Corazón y el Samelar, siendo muy fáciles de subir, reúnen muy interesantes atractivos, desde los paisajísticos a los históricos y económicos, pues esta fue, hasta hace relativamente poco tiempo, una importante zona minera.

El regreso. Al fondo, la Pica Macondiú, en una foto tomada desde el collado de San Carlos.

Con el pico del Sagrado Corazón al fondo, el grupo formado por José Luis Martínez, Melchor Fernández, Jesús González Llavona, Alfonso Sánchez, Pepito Plata y Óscar Arias, en una foto tomada desde el collado de San Carlos. / Melchor Fernández DíazM. F. D.

En coche hasta Ándara.

Hice esta excursión montañera en compañía de Oscar Arias, José Luis Martínez, Jesús González Llavona, Pepito Plaza, Alfonso Sánchez Bravo-Villasante y Jesús Vallina. Contratamos a Rufino Fernández, de Sotres, para que nos llevara en su todo terreno desde su pueblo a Ándara. Hasta el Jito de Escarandi, donde se sitúa la divisoria entre Asturias y Cantabria, hay una carretera asfaltada, que se bifurca hacia dos pueblos cántabros, Tresviso y Bejes. Desde Escarandi (1.291 metros) al Casetón de Ándara (1.789), si no se quiere ir andando hay que utilizar una pista poco adecuada para coches corrientes. Nos habíamos levantado con un tiempo lluvioso, pero al llegar a Sotres ya habíamos visto retazos de cielo azul y camino de Ándara nos situamos por encima de las nubes. En Ándara, donde iniciamos la caminata, hay un edificio al que llaman el Casetón en recuerdo al que, con el mismo nombre, servía de alojamiento a los mineros que trabajaban en la zona y que hoy, completamente renovado, hace, entre otros cosas, de refugio de montaña. Son las 9h 42m cuando nos disponemos a afrontar el primer el primer obstáculo de la mañana, una pendiente de fuerte inclinación. Hay una alternativa más suave, pero como exige dar un rodeo, optamos por atacar de frente. En menos de 20 minutos estamos en el collado Trasmacondiú que, como su nombre indica, está detrás de la Pica Macondiú, la hermosa montaña, de 2.000 metros de altura que hemos dejado a nuestra izquierda. Flanqueamos su base por un sendero descendente y en seguida desembocamos en las espaciosas Vegas de Ándara.

Por las Vegas de Ándara, donde estuvo la laguna que desapareció por la explotación minera.

En la cumbre del Sagrado Corazón, con una imagen del Cristo de esa advocación. La niebla cubre Liébana, abajo. Al fondo, montañas de Palencia. / Melchor Fernández DíazM. F. D.

Territorio minero.

El reciente pasado minero de esta zona ha dejado muchas huellas. Lo son las numerosas bocaminas que salpican las laderas y que no hay que confundir con cuevas naturales, aunque lo parezcan. También, las pequeñas escombreras que hay delante de ellas. Pero la huella mayor es la de algo que ha desaparecido, la Laguna de Ándara, cuyas aguas se filtraron por algún gran agujero hecho consciente o inconscientemente durante la explotación. Elevando la vista se ven grandes prominencias calizas, que bajo el sol de la mañana adquieren un intenso color rosado. Una de ellas es la llamada Castillo del Grajal, de planta cuadrada y forma cúbica. Otra, la larga y pendiente Rasa de la Inagotable, rebautizada en su día con el nombre de una capa de mineral que recibió esa denominación. Pero la que más sigue impresionando es la Pica Macondiú, exenta, altiva y diríase que retadora y de la que hay una excelente vista desde la Fuente de la Escalera, renombrada como de Toño Odriozola, en recuerdo del lebaniego (de Espinama) que fue presidente de la Federación Española de Montañismo y gran estudioso de los Picos. De la fuente mana un agua abundante, además de fresquísima, que, al precipitarse por una oquedad, hace un fuerte ruido, como si regurguitase.

En la cumbre del Sagrado Corazón, con una imagen del Cristo de esa advocación. La niebla cubre Liébana, abajo. Al fondo, montañas de Palencia.

Por las Vegas de Ándara, donde estuvo la laguna que desapareció por la explotación minera. / Melchor Fernández DíazM. F. D.

Hacia el Sagrado Corazón.

Justo a la altura de la fuente, la pista que veníamos siguiendo gira a la izquierda y se empina algo. Comienza así la subida hacia el Collado de San Carlos (2.052 m.), en la que emplearemos apenas media hora. El collado es muy amplio y a sus flancos se despliegan las tendidas laderas que conducen a los picos que son nuestros objetivos de hoy: a la derecha está el Sagrado Corazón y a la izquierda el Samelar. Si desde Ándara el acceso a este lugar es suave, como acabamos de comprobar, desde el lado opuesto, o sea desde Liébana, que tenemos enfrente, es abrupto y vertical, de lo que es ejemplo la Canal de San Carlos, tan ancha como inclinadísima, a tenor de lo que se veía ese día de su zona superior, porque el resto, incluida toda Liébana, estaba cubierto por un mar de nubes, sobre el que emergían al fondo las cumbres palentinas del Alto Campoo, de las que el Curavacas hacía notar, como siempre, su poderosa e inquietante presencia. Acometimos la subida al Sagrado Corazón por un camino bastante cómodo que al final se pierde, por lo que los últimos metros hay que hacerlos monte a través por la ladera, entre herbosa y pedregosa. Desde el collado hasta la cumbre tardamos 20 minutos. En lo más alto del pico (2.214 m.) se alza sobre una columna una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, de color oscuro, quizá hecha de un material refractario para que no alcancen los rayos, como sí lo han hecho evidentemente con el vértice geodésico que está al lado. El pico, que antes se llamaba de San Carlos, cambió ese nombre por el actual el 18 de septiembre de 1900. Los años que terminan en 0 o en 5 se convoca una peregrinación en este lugar, que suele ser muy concurrida. Desde la cima del Sagrado Corazón no se ven las cumbres más altas del Oriental, pues tanto la Tabla de Lechugales como el Pico Cortés quedan apantallados por cumbres menores pero situadas más cerca. Y sorprende que del Central solo se vea el macizo de los Albos.

Sagrado Corazón y Samelar, entre Ándara y Liébana

En la cima del Samelar. Al fondo, el Macizo Central de los Picos. / Melchor Fernández DíazM. F. D.

El muy vistoso Samelar.

Permanecimos poco tiempo en la cima. En 17 minutos estábamos en el Collado de San Carlos, tras bajar por un camino algo diferente al de la subida. Y comenzamos a ascender hacia la cumbre del Samelar. Nos llamó la atención el gran contraste que ofrecían las dos caras del pico que acabábamos de dejar: si hacia Ándara presentaba un perfil tendido y suave, hacia Liébana mostraba un tremendo acantilado vertical. En cuanto al Samelar, la sorpresa la recibimos al llegar a su amplia y cómoda cima, situada a 2.229 metros de altitud, ya que desde ella, y en claro contraste con la del Sagrado Corazón, se tenía una amplísima panorámica del Macizo Central de los Picos. Desde Peña Vieja hacia el Oeste se veían las principales cumbres del macizo, comenzando por Torrecerredo. Y si algunas no se percibían a primera vista, porque estuvieran empastadas con otras, la ayuda de los prismáticos permitía precisar la visión. Era, por poner el ejemplo más notable, el caso del Naranjo, del que solo asomaba el anfiteatro de la cara Sur, ya que el resto lo tapaba Peña Castil. Por otra parte, el mar de nubes sobre Liébana había perdido su carácter compacto y ofrecía algunos grandes huecos. A las 13,54 iniciábamos el descenso. Catorce minutos después estábamos en la pista que baja hasta Ándara. Ya Oscar había llamado a Rufino para que se pusiera en marcha para ir buscarnos. A las 14,46 estábamos en el Casetón de Ándara, justo cuando llegaba nuestro taxista. En Casa la Gallega, de Sotres, nos esperaban la comida y la siempre atractiva facundia de Ana María Moradiellos. Nos contaría, por ejemplo, alguno de los 200 refranes de Sotres que tiene recopilados, entre ellos uno relacionado con nuestro escenario montañero de hoy: "Si truena pa Samelar, coge los bueyes y ponte a arar. Si truena pa Lloroza, coge los bueyes y pa la choza". Quiere decir que en Sotres las tormentas y, por extensión, el mal tiempo, vienen siempre del Oeste. Y para terminar, este otro: "Cuando la limosna es grande, hasta el santu desconfía".

A la izquierda, el pico Samelar. A la derecha, con el pico del Sagrado Corazón al fondo, el grupo formado por José Luis Martínez, Melchor Fernández, Jesús González Llavona, Alfonso Sánchez, Pepito Plata y Óscar Arias, en una foto tomada desde el collado de San Carlos.

Al fondo, la Pica Macondiú, en una foto tomada desde el collado de San Carlos. / Melchor Fernández DíazM. F. D.

Cuando Ándara era minera

Ándara fue escenario de una de las mayores explotaciones mineras que a partir de mediados del siglo XIX existieron en los Picos de Europa. La información sobre esa actividad, que fue muy intensa, estaba en gran parte dispersa y en algunos casos ni existía. Manuel Gutiérrez Claverol y Carlos Luque Cabal lo subsanaron en el año 2000 con un libro, "La Minería en los Picos de Europa", que es todo un lujo por la información que recopila al respecto y que, por si faltara algo, incluye un prólogo de Guillermo Mañana y un epílogo de Elisa Villa. Entre las minas de los Picos, la de Ándara fue una de las más importantes. Dedicada a extraer blenda para obtener cinz, llegó a emplear a centenares de trabajadores, gran parte de ellos asturianos. Para reducir el mineral y favorecer el transporte la empresa construyó un horno en Dobrillo, cerca de Bejes, a unos ocho kilómetros de Ándara e hizo caminos tan impresionantes como el que baja desde Tresviso a Urdón. Ya en el valle del Deva, el mineral era transportado en chalanas hasta la costa. En 1890 visitó Ándara el francés Aymar Arlot de Saint-Saud, conde de Saint-Saud, uno de los grandes investigadores de los Picos de Europa. Se alojó en el Casetón de Ándara y recopiló información de la empresa "La Providencia", que explotaba el yacimiento. La trasladaría luego a sus escritos, que, traducidos y editados por José Antonio Odriozola, serían publicados por Ayalga Editorial en 1985.

Según Saint-Saud en 1890 trabajaban en Minas de la Providencia unas 400 personas, sin contar a los carreteros. Los barreneros ganaban 2 o 3 pesetas al día. Una veintena de mujeres trabajaban en la clasificación del mineral. La comida la aportaba la empresa y descontaba del salario por ello 28 pesetas al mes. Había tres comidas al día, preparadas por un cocinero o ranchero. Se trabajaba desde el 1 de mayo hasta el 31 de octubre, pero todos los días, salvo el 15 de agosto, que era día de fiesta. Saint-Saud resumió así su impresión: "Y, sin embargo, no es triste esta extraña vida subterránea en este alto país. El silencio sombrío de los hoyos de los Picos de Europa no existe en la zona a la que el hombre ha llenado de vida y donde, en el fondo de las estrechas galerías, nunca hace frío. Las estampidas de los barrenos resuenan cada poco en las peladas aristas. Las mujeres cantan típicas y lastimeras melodías, llenas de salvaje poesía, muy diferentes de las del resto de España".

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