Vivir a la vera de la ría

Luis Rivaya

Luis Rivaya

Siempre que podía me escapaba desde Madrid poniendo rumbo a mi Asturias aunque tan solo fuese por un par de días. Aquél 124D de 1973 que había costado ciento treinta y seis mil pesetas (820 euros), se aprendió rápidamente y casi de memoria el camino para llegar hasta ‘La Casina’ de mis abuelos paternos en la calle del Llobu, de Ceceda (Nava). La sidra, los huevos y los chorizos fritos caseros que me preparaba Lola, formaban parte del exquisito ritual de llegada en Casa Colo.

Al día siguiente ya me daba igual que orbayase o saliera el sol puesto que lo único que quería era llegar hasta la playa de Rodiles y pisar su arena, contemplar el mar y escuchar el sonido de sus olas. En pocas palabras trataba de romper con todo y respirar aire puro olvidando las prisas y agobios de la capital del reino.

Tras cruzar el concejo de Cabranes por aquél recorrido frondoso e idílico de la carretera de La Encrucijada, me detenía brevemente en el paraíso en donde tal vez Eva incitó y sedujo a Adán con aquella manzana.  Había llegado a la hermosa Villaviciosa aunque pronto seguía mi viaje por la nacional 632 hasta el desvío de Selorio. Pasado El Olivar entraba en Misiego donde casi había más turistas y coches aparcados que en la propia Gran Vía madrileña. Desde allí divisé El Puntal y por ende, la Ría de Villaviciosa que me fascinó y me iría atrapando día a día.

Sin duda las raíces pueden mucho y nos fijan a la tierra en que nacimos. Por ello y desde hace ya cuarenta años, resido en Asturias con la suerte añadida de vivir a la vera de la ría desde el año 2010.

Pero…¿cómo era la ría cuando llegué? La respuesta es fácil: un bello y privilegiado lugar con muchos rincones de ensueño. Una ría de casi ocho kilómetros de longitud que había sido declarada como Reserva Natural Parcial por el gobierno asturiano en 1995 estando además catalogada como lugar de interés comunitario (LIC), zona de especial protección para aves (ZEPA), y humedal de importancia internacional según el Convenio de Ramsar del año 2011 en el que, precisamente, se detectan los primeros problemas en sus aguas con la aparición de la bacteria E.coli (Escherichia coli).

Hasta ese momento la Ría de Villaviciosa rebosaba de vida, luz y color. Y puedo asegurarlo porque fueron varios los reportajes que grabé para la televisión con sus mariscadores que, por aquél entonces, eran 26 aunque en su momento llegaron a ser 40. Cuarenta vecinos que se ganaban la vida honradamente con su trabajo, esfuerzo y sacrificio a veces bajo condiciones climatológicas infernales.

Considerada como uno de los mejores estuarios que se conservan y de mayor calidad ambiental, en la ría se disfrutaba con las paradas de las aves migratorias al ser un enclave intermedio en sus desplazamientos. Se empezaba a hablar entonces del Centro de Interpretación así como del turismo ornitológico como un atractivo más para Villaviciosa.

 Pero aparte de “páxaros” nuestra ría tenía entonces las mejores almejas “finas” y navajas (“muergos”)… y hasta berberechos ‘ricos, ricos’ como dice el chef Karlos Arguiñano.

Retrocediendo cincuenta o más años llegó a existir una zona próxima a la capilla de El Requexu que era conocida como “El Ostreru” un lugar donde se engordaban las ostras autóctonas de la ría que eran grandes y redondas. Un lugar en el que también abundaban las almejas y mejillones. Con el paso del tiempo las ostras autóctonas de la ría fueron desapareciendo al quedar sin alimento por culpa de otra especie, foránea e invasora, como es el “ostión” (y que no se me enfade nadie por el palabro). Se trata de una ostra más pequeña y de forma alargada que, al menos por aquí, no tiene aceptación pues no gusta a la gente.

Fue entre mayo y junio de 2012 cuando se produjo un vertido a la ría que motivó la muerte de toda la fauna subacuática sin que los biólogos desplazados hasta Villaviciosa supieran dar razón o causa de lo sucedido. Desde ese momento queda prohibido mariscar y muchos recordarán como se dilataría en el tiempo (y hasta en los juzgados), la resolución para las indemnizaciones de los mariscadores que pese a no trabajar (y por supuesto, sin cobrar), tenían la obligación de seguir cotizando cada mes para no perder sus derechos.

No obstante puedo decirles que sí hubo siembra de almejas a lo largo de 8 ó 10 años aunque sin éxito. Las semillas procedían de la Ría de Tinamayor en Cantabria pero dichas almejas no eran “finas” sino que venían mezcladas con “japónicas” cuya concha es más oscura y rugosa. La almeja fina de aquí siempre fue la más apreciada del mercado.

Ya son once años sin recoger almejas ni muergos en el estuario maliayés y de 26 mariscadores quedan sólo cinco que pueden convertirse en cuatro el próximo agosto por una nueva jubilación. Mónica, Isabel, Jorge (Tornón), Jorge (Misiego), y Jose son los trabajadores que quedan en la actualidad. En este tiempo su actividad se ha limitado a extraer “xorrón” y “xagorra blanco” (cebos naturales), cuyo destino son los establecimientos dedicados a la pesca deportiva.

Pero hay más. Mientras nuestros vecinos tienen prohibido faenar, la Consejería de Medio Rural y Cohesión Territorial admite a trámite una solicitud de cultivo industrial en la Ría de Villaviciosa para el crecimiento y engorde temporal de las crías de almeja “japónica” en la mejor zona que existe para “les navajes, el xorrón y la xorra” como me informa uno de los mariscadores de toda la vida. En su opinión lo primero que habría que hacer sería “sacar todas las almejas foráneas que han causado la desaparición de nuestra almeja fina que es santo y seña de esta Ría de Villaviciosa… y por supuesto saber por qué después de tanto tiempo transcurrido nadie ha sabido dar una respuesta verdadera y convincente a la  situación producida  por la  aparición  de una bacteria llamada E.coli que -precisamente- entre los meses de noviembre y diciembre de 2022  y enero de este 2023, once años después, ha vuelto a disparar todas las alarmas tras el análisis de las muestras de agua que se recogieron.

Llegados a este punto los que somos profanos en este asunto nos preguntamos: ¿Cómo es posible que se haya llegado a esta situación? Y si está prohibido mariscar para quienes nacieron aquí, para quienes conocen y cuidan la ría siendo además su medio de vida ¿cómo se entiende que se admita a trámite una solicitud de cría de bivalvos en agua con presencia de la bacteria E.coli?...

Personalmente sigo alucinando tras haberme confirmado profesionales del sector que son más de quince los estamentos e instituciones que tienen competencia en la Ría de Villaviciosa. Una larga lista de organismos importantes como Costas, Confederación Hidrográfica del Norte, Puertos, Capitanía del Mar, Consejería de Admón. Autonomica, Medio Ambiente y Cambio Climático, la ya citada Consejería de Medio Rural,  Reserva Parques Naturales, Ayuntamiento, Guardia Civil (Tráfico, Rural, del Mar…), Seprona, distintas Guarderías, etc. etc.

Ante una relación de tal magnitud y siendo un simple ciudadano me pregunto: ¿Cómo es posible qué nadie sepa dar una respuesta a todo lo que está pasando después de once largos años?

Ahí lo dejo y ruego que me perdonen por si mi ignorancia ha sido demasiado atrevida. Lo que sí tengo claro como vecino de la ría es que quienes mejor la conocen son los que nacieron en ella; quienes la cuidan porque vivían de su trabajo en ella y también porque sólo ellos son quienes “distinguen hasta los furacos que hay en la arena con marea baja sabiendo que animal se guarda o se esconde más abajo”.