El ojo izquierdo de los lenguados

Miguel González Pereda

Miguel González Pereda

La fiesta de San Juan de Amandi siempre tuvo también un componente popular gastronómico que se manifestaba principalmente en las meriendas en el prau de la romería, empanadas, tortillas, filetes empanados… Se llevaban en cestas o en las cajas de cartón que facilitaban en las tiendas de la Villa, no había plásticos y platos, vasos, cuchillos y tenedores volvían para casa, se buscaba un buen sitio a poder ser con sombra y cerca del río, se extendía el mantel y nos sentábamos alrededor, la caja de sidra también servía de asiento, la bota de vino mantenía el vino fresco y a los más pequeños nos daban agua o una gaseosa de boliche en el mejor de los casos. El regreso se hacía acompañando las canciones que iniciaban uno u otro grupo de los que volvían, difuminados en la oscuridad de la noche. Hoy todo parece mucho más sofisticado o es que nos hicimos mayores. 

La cosa es que estábamos en una cena con amigos el día de la foguera de San Juan, de restaurante, no de prau, y como tema de conversación hablábamos de las tradiciones de la mágica noche del solsticio de verano en la que suceden y se explican cosas maravillosas, y como todavía permanecen, tímidamente, cada vez más tímidamente, en la tradición oral, algunos mitos de los espíritus que en número cada vez más reducido quedan por nuestras aldeas, y continúan, creo, viviendo en algunos bosques, fuentes y ríos. De los elementos que conformaron aquellas antiguas creencias y religiones y ocuparon un lugar importante en nuestra cultura popular. Y nos imaginábamos el tiempo del viejo mundo que vivieron nuestros antepasados y la necesidad de explicar por medio de narraciones el inexplicable mundo que les rodeaba. Cómo la llegada del cristianismo fue apagando aquellas creencias que aún perviven en tradiciones, cuentos y canciones populares, ligeramente modificados y muchas veces con nombres de santos y héroes de la nueva religión.

 Les contaba yo que hace poco más de cuarenta años, en una prospección por las parroquias maliayesas, todavía encontré, ciertamente que en un estado bastante lamentable, algunos de estos mitos conservados en la tradición oral por los vecinos más ancianos y cercanos al lugar en que habían ocurrido los hechos, con xanes, trasgos, cuélebres, nuberos, hombres del gorru colorau o encantos, que aún permanecían en algunas cuevas montes y fuentes de nuestro concejo. Y les relaté algunos de ellos.

Sorprendíase una de las comensales de la ingenuidad de aquellas gentes para creer en la transformación de una xana en serpiente y cosas de esas, mientras le daba la vuelta al lenguado a la plancha porque, decía, no podía soportar los ojos de pez y prefería verlo por la barriga.

Alguien le advirtió que lo que llamaba barriga era el lado izquierdo del pez, y ante la extrañeza de nuestra amiga continuó contando como el lenguado al nacer es un pez como cualquier otro de cuerpo simétrico y con un ojo a cada lado, pero a las pocas semanas pierden la vejiga natatoria que le hace mantener el equilibrio y permanecer a flote y cae al fondo de la mar apijotado y un tanto confundido, entonces el ojo izquierdo, que lo ve venir, comienza su recorrido por la cabeza hacia la derecha para situarse junto al otro ojo, se posa en el suelo marino por el lado izquierdo, ya sin ojo, ese lado pierde pigmentación y se pone blanco, pero el ojo ya se puso a salvo junto al otro para tener una mejor visión de cuanto le rodea y poder ver, comer o escabullirse en la arena o en la basa donde se esconde. Y si es en el rodaballo es su ojo derecho el que recorre el camino hacia la izquierda, y que ambos transcurren su vida con una bizquera descomunal, la boca torcida y cara de mala leche.

Nuestra amiga, que es bastante pragmática, le agradeció el intento, pero dijo que seguían dándole yuyu los ojos del lenguado, que si no nos importaba comenzaría a comerlo por la barriga, como hizo siempre, para no verle los ojos, y además, que le parecían más creíbles y entretenidos los cuentos de diaños, xanas y trasgos que aquella imaginativa milonga de la transfiguración del pexe. No fuimos capaces a convencerla, la realidad le parecía menos creíble que los mitos de la noche de San Juan.

La conversación derivó entonces, indefectiblemente, hacía la situación política actual, a los arreglos, pactos y esas cosas y cómo algunos, perdida la vejiga natatoria que les dan los votos, se van al fondo, pierden parte de su color y migran hacia la derecha o la izquierda en un intento de salvar el ojo de una ceguera política segura.