Madreñas vacías

Miguel González Pereda

Miguel González Pereda

Si uno lee el libro del Génesis, es fácil deducir que cuando Adán y Eva son expulsados del Paraíso debió de ser en los meses de octubre o noviembre, que es cuando las manzanas están en sazón, tiempo frío ya para ir desnudos, y si pensamos que las aguas no hacía mucho habían sido separadas de la tierra, lo que había fuera del Jardín del Edén debía ser una llamarga y un barrizal de meter miedo. Nos dicen los textos sagrados que se cubrieron con hojas de parra, no calan y protegen del frío, pero no nos dicen nada de los pies, ni como se las arreglaron para caminar por aquel mundo de barro, frío y humedad, así que lo más probable es que se hicieran unas madreñas. No debían de ser muy perfectas porque no tenían herramientas para ello, posiblemente unas cortezas o trozos de madera atados al pie con blimes de salgueru o tiras de espadaña, pero vieron que era bueno y no se las quitaron, y ese debió de ser el origen de la madreña. Habrá quien piense que aquello eran más unas sandalias que unas madreñas, pero hay que tener en cuenta que eran las primeras que hacían y que la perfección no existe hasta que las hace Luis Vallín, en Bayones, el último madreñero de Villaviciosa.

Sus descendientes, los que escogieron vivir en tierras húmedas, lluviosas y frías, fueron mejorando y perfeccionando sus características, eligiendo maderas, abedul, castañal, faya, umeru, nozal…, dándoles formas, trazos y nombres distintos de acuerdo con sus necesidades, distinguiéndolas de las de otros países y lugares. 

El lenense Xulio Concepción Suárez, profesor doctor en Filología, realizó un interesante estudio sobre la etimología de la palabra madreña, que resume así:  “la palabra indoeuropea mater (origen, raíz, madre) dio el griego méter y métra (matriz); luego, el latín mater (madre); más tarde, el mismo latín materia (materia, tronco del árbol); y con el derivado del sufijo, daría el latín vulgar materinea ('perteneciente a la madera'). Y de ahí, en su evolución medieval ya romance, terminaría en madreña: por tanto, hecho de madera”.

 Por todo el mundo se utilizó calzado hecho de madera, la materia prima era abundante y económica, y el calzado conveniente y provechoso. Incluso en Asturias, las madreñas se asociaban negativamente al calzado barato de la clase trabajadora utilizado en el campo y la mina. En algunas industrias y  fábricas el calzado de madera llegó a ser considerado calzado de seguridad, y muy recomendado por los sanitarios para caminar y mantener un pie sano. Algunos pescadores de la mar, hasta que aparecieron las botas de goma, usaban una madreña sin tazos a la que añadían una caña de cuero, primero, luego de goma de cámara de ruedas de camión, claveteada a la madreña, era una época de supervivencia.

Aunque fueron utilizadas por personas de todas las clases sociales, efectivamente, la madreña es considerada, principalmente, calzado utilizado por los campesinos, a los que facilita el trabajo en la tierra y protege de la humedad, el barro, la nieve y el frío.  

En Villaviciosa era tan habitual el uso de madreñas, que prácticamente todo el pueblo las usaba. Consta de como los alcaldes y concejales acudían al Ayuntamiento en madreñas, y curas y feligreses las calzaban para ir a la iglesia, unos y otros las dejaban a la puerta, y esto ocurrió hasta no hace muchos años, de hecho en las iglesias de las aldeas todavía se puede ver algunas madreñas a la entrada en alguna misa, cabu d’ añu o celebraciones de invierno que no sean festivas, a las que se va con calzado más ostentoso y moderno. En las normas para la utilización de la Biblioteca Municipal A. Balbín de Unquera de Villaviciosa, inaugurada en el año 1955, uno de sus puntos indica a los usuarios la obligación de dejar las madreñas a la entrada. Cándido Cambiella encargado y persona esencial que fue en la vida y desarrollo del Teatro Cine Riera, cuenta que eran muchas las personas que iban al cine en madreñas, que dejaban en el soportal, y recuerda el estreno, creo que de la película “Lo que el viento se llevó”, con un llenazo espectacular, que se sorprendía y admiraba de la cantidad de madreñas que había en el vestíbulo y qué a la salida todo el mundo encontrara las suyas, sin que se hubiera perdido o cambiado ninguna.

Miles de años calzaron las madreñas los pies de los asturianos, la madera de las madreñas retiene el espíritu de milenarios bosques abatidos, son heroínas de admiradas hazañas y virtudes por abegosos caminos recorridos. Es la manera de andar y pisar de un país, hoy adoctrinado y de glorias olvidadas. Conocen nuestra historia mejor que nadie, desde ellas vieron y vivieron el mundo escritores, políticos, nobles y monarcas de esta tierra, pues no es fácil imaginar a nuestro más grande rey Alfonso III,  el que escogió el valle de Boides para vivir, en una época en que los caminos estaban mucho más tiempo  lluviosos y la humedad y el barro eran más persistentes, usando otro calzado que no fueran unas madreñas para ir de palacio a la capilla palatina, hoy  Conventín , o en sus paseos, con el paisaje del valle de Dios de fondo, paisaje que mitigaría el dolor causado por la ingratitud, la ambición,  traición y negra conjura de de sus propios hijos, instigada por su consuegro el conde Nuño Fernández. Meditando acerca de la condición y extraña fragilidad del alma humana, sobre los consejos de su propia esposa hacia lo inútil y gravoso que resultaba  para los intereses del reino una guerra civil contra su propia familia, de la debilidad que supondría la división de sus ejércitos y súbditos para la defensa del territorio astur, y su propia abdicación como solución. Rey Magno,  y magnánimo don Alfonso el Tercero.

Si empatía es ponerse en el lugar del otro,  quitarse sus zapatos, ponerse los del otro y dar un paseo con ellos,  según dice la profesora Lynn Murray Chandler, calzar las madreñes que usaron y usan los campesinos asturianos,  permitirá ver, incluso sentir su pensamiento y tratar de entender como es la situación que nuestros aldeanos están viviendo, ponerse en su lugar.

Me he permitido pedir a los Reyes Magos, un par de madreñes para cada uno de nuestros diputados y miembros del Gobierno con el fin de  que se las pongan unas horas antes de tratar asuntos que nos atañan, porque muchos de los problemas que afectan al Principado están, sin duda, en les madreñes vacíes.