La atalaya de Tazones y los Atalayeros

Miguel González Pereda

Miguel González Pereda

Paré en la Atalaya, y miraba intentado situar el lugar en que se encontraba la iglesia de San Miguel, titular de la parroquia de San Miguel del Mar, a la que pertenecía la parte de Tazones situada a la orilla derecha del río Llata o de Les Mestres,  que divide el pueblo. Los eucaliptos y la maleza lo impidieron, subí por la carretera que va a Liñeru, por ver si desde algún punto más alto se viera mejor, nada. Por entre las ramas de los altos árboles se veía azulear algo de mar, poca y lejana. Todavía no hace tantos años, el lugar estaba de prado con algunas pumaradas y tierras de labranza por el entorno y, se podía observar la bahía de Tazones y gran parte de la mar de Maliayo en todo su esplendor desde la Punta de San Roque hasta  Cabu Llastres y al horizonte. Intenté imaginar cómo sería cuando los atalayeros utilizaban el lugar, durante tantos siglos, para su trabajo,  y qué pensarían al verlo en las actuales condiciones, dónde estaría ubicada la atalaya y cuál sería su estructura de la que hoy solo queda el topónimo.

Las atalayas se situaban en sitios altos y destacados de la costa y con una amplia visibilidad de la mar. La función principal de una atalayero era la observación y comunicación de la presencia y  movimientos que se realizaban en la mar, principalmente  de bancos de peces, el paso de ballenas, los cambios de tiempo, ataques de piratas o escuadras enemigas – recordé la rapidez con que se organizaron los vecinos tras avistar la escuadra que acompañaba al joven Carlos I, creyendo  que se trataba de un ataque francés o turco-, también del algún barco en apuros que necesitara ser remolcado. Por todo ello era necesario que el atalayero tuviera puesta continuamente la vista y la atención en la mar. A pesar de sus limitaciones tenían el mismo objetivo que las actuales señales y los modernos medios de comunicación. Aquellas señales iban dirigidas y debían ser vistas solamente, por los marineros y pescadores de Tazones, pero ocultas a los pescadores de los puertos más cercanos, competidores directos en la pesca observada o faena a realizar. En la caza de la ballena, por ejemplo, era importante salir los primeros y más rápido para llegar antes a las piezas más grandes y cercanas. En algunas Cofradías, además, el reparto de la parte entre las embarcaciones que habían participado en la captura, se hacía por el orden en que cada una había conseguido clavar su arpón. La rapidez era igualmente importante en los remolques, aquellas embarcaciones que llegaban antes al barco que necesitaba ser atoado, negociaban con prioridad las condiciones económicas, número de embarcaciones a utilizar, forma, etc., con el capitán de la nave.  

Los atalayeros veían,  informaban y ponían el cuidado de no ser vistos y que no se enteraran de sus comunicaciones otros competidores, de ello dependía, en buena medida, la supervivencia económica de sus pueblos,  a menos que ellos quisieran o fueran de interés general  que se vieran las señales .

La edad dorada de los atalayeros de Tazones fue, sin duda, durante la Edad Media, en la que las grandes capturas, especialmente de ballenas, muy abundantes en aquella época, aportaban uno de los mayores rendimientos, en las que el pueblo tenía  su principal, y casi exclusiva fuente de vida. En el siglo XVII, el Padre Carvallo valoraba el beneficio a los pescadores de “aquel pez monstruosos del mar de Asturias”, en más de mil ducados . De la ballena, como del gochu, se aprovechaba todo, de la grasa derretida sacaban el saín para el alumbrado, de las barbas varillas de paragüas y piezas para corsetería, con los huesos  hacían muebles y la carne, ahumada se conservaba tiempo y se comercializaba. No solo tazoneros,  pescadores de otros puertos asturianos, cántabros, vizcaínos y guipuzcoanaos, también de otros países del arco atlántico, se acercaban, todavía en el siglo XVII, a faenar hasta el litoral asturiano, o a comprar o salar sus pesquerías, Villaviciosa disponía de un alfolí de sal, elemento fundamental para el tratamiento y conservación de la pesca.

Desde el siglo XII  hasta el XV, hay constancia escrita de que se cazaban ballenas en Tazones y muy probablemente se hacía desde mucho antes, después fueron decayendo las capturas hasta la desaparición total.

Cuando las ballenas Francas pasaban por la costa, haciendo el ciclo vital desde el Atlántico Norte a parir en las costas más templadas del Atlántico oriental, entre los meses de noviembre a marzo, el atalayero hacía sonar el turuyu o el bígaru, o prendía una hoguera que hiciera mucho humo, para advertir y comunicar a los pescadores su avistamiento, quizás la iglesia de San Miguel hiciera de atalaya, estaba en un buen lugar, algunas capillas y ermitas lo hacían, y haría tocar la campana como señal de aviso. Los bateles, traineras, chalupas o pinazas, se hacían a la mar a remo, provistas de arpones, sangraderas y los aparejos necesarios. El arponero, desde la proa de la embarcación, lanzaba el afilado hierro, la ballena, herida y abozada por un cabo a la trainera, se calaba buscando liberarse, las otras lanchas la arponeaban en cuanto salía con sangraderas hasta hacerla morir.

Llevada de tuaxe a puerto o a la playa de Rodiles, la descuartizaban y repartían las partes, dos para la Casa de los Hevia, como armador, una para la iglesia y para el Monasterio de Valdedios, otra para los pesacadores, otra para los enfermos y las viudas y dos para el patrón.

Recordé que el profesor medievalista de la Universidad de Oviedo, don Juan Ignacio Ruiz de la Peña,  me había comentado, en su época de vicerrector de Extensión Universitaria, durante los cursos de verano sobre el Románico asturiano realizados por Cubera en la Villa, sobre algunos documentos que demostraban la antigüedad de las pesquerías y la caza de ballenas en Tazones, y la posibilidad de publicarlos en la revista de la asociación. Después los publicó como homenaje a su desaparecido amigo Derek Lomax, contertulio de las “tazonadas”, así llamaban a los cortos paseos, buenas mesas y largas sobremesas, que a menudo les llevaba a Tazones.

Caveda, también pudo comentar algo sobre la atalaya en la descripción de la parroquia de San Miguel del Mar, quizás los libros viejos de la parroquia o de la Cofradía de Pescadores, o don Luis Adaro en el estudio que hizo de los puertos asturianos. Habrá que seguir buscando.

Un coche de la Guardia Civil, pasó a mi lado lentamente sin quitarme ojo, quizás preguntándose qué busacría allí aquel tipo dando vueltas hacía más de media hora.  Así que bajé a Tazones a tomar una andarica, unos culinos de sidra y meditar sobre las culturas escaecíes.