Catedrático de Derecho Internacional Privado en la Universidad de Granada y autor de una extensa obra científica, Sixto Sánchez Lorenzo (Oviedo, 1962) acaba de publicar su primera novela, «El amante de la reina», a la que ha dedicado el tiempo que le deja libre su intensa dedicación académica. Pesimista sobre la actual política universitaria, Sánchez Lorenzo lamenta la escasa consideración que merecen los científicos y cuestiona los recortes presupuestarios que padece la investigación mientras ironiza al agradecer al Gobierno la bajada de sueldo que le permitió darse cuenta de que no tenía obligación de trabajar diez o doce horas diarias siete días a la semana. Y que, además, le abrió la puerta a su dedicación literaria, de la que «El amante de la reina» es el primer resultado.

-En su ensayo «De bestiis universitatis» analiza con ironía el presente de la Universidad española, ¿es más indulgente sobre su futuro?

-Decir que lo veo negro sería muy optimista. En menos tiempo que tardará el Ártico en deshelarse habremos acabado con ella. De hecho, estamos destruyendo a marchas forzadas el nivel de competitividad adquirido durante las últimas décadas, a base de marketing, burocracia, mediocridad y catastróficas decisiones financieras. La burbuja universitaria, consistente en crear universidades ficticias casi en cada pueblo y entender la masificación como una conquista social, ha sido determinante.

-Para salvar al menos los muebles, ¿qué sería necesario mejorar?

-Sobre todo, la propia consideración social de la relevancia del conocimiento. España arrastra un lastre histórico que tiene que ver con la ausencia de una auténtica Ilustración. La ciencia nunca ha sido nuestra prioridad y nuestros gobernantes jamás han comprendido la relación directa que existe entre la inversión en conocimiento y el progreso económico y social.

-¿Sólo los gobernantes?

-Tampoco la sociedad es consciente de ello. Sus ídolos son deportistas, comunicadores, artistas, pero no científicos. Mientras en nuestras iglesias enterrábamos a presuntos santos junto a nobles y prelados, en Westminster los científicos eran inhumados junto a los reyes.

-¿El rastro de la crisis se dejará ver a la larga en la formación académica?

-No cabe ninguna duda. Y no a larga, sino a la corta. La diferencia entre los medios de que hoy dispone para investigar y trabajar, por ejemplo, mi amigo Stefan Leible en la Universidad de Bayreuth (Alemania) y los que yo puedo tener es la misma que hay entre la NASA y Tony Leblanc en la película «El astronauta». ¡No pretenderán que lleguemos a la Luna! Lo más doloroso es que a muchos investigadores mileuristas españoles, formados en España, se los rifan en las «NASA» de este mundo. Y que no se engañe nadie: sin investigación de calidad no puede existir una formación académica de calidad.

-Visto así, no le queda ninguna duda de que el Gobierno debería replantearse los recortes presupuestarios en materia de investigación y educación.

-Creo que en épocas de austeridad forzada lo obligado es maximizar las inversiones públicas a favor de la productividad y el crecimiento, y es muy sencillo comprobar que los países que mejor han sorteado la crisis y que presentan mejores índices de productividad y crecimiento son aquellos que han invertido y siguen invirtiendo en investigación y en educación. Dime qué porcentaje del PIB destinas a investigación y educación y te diré adónde vas.

-En los agradecimientos de su reciente novela incluye «al Gobierno que me bajó el sueldo y me descubrió que tenía un horario de trabajo». ¿Si se gana menos, se trabaja menos?

-Seguramente no, porque cada uno es como es; pero no cabe duda de que ser funcionario hoy requiere muchas dosis de estoicismo, y los investigadores merecen más incentivos.

-¿Considera que están mal pagados?

-Si yo le enseñara mi nómina, después de veintisiete años de servicios, diecisiete como catedrático, con todos los trienios, quinquenios y sexenios posibles, no daría crédito. De hecho, no se la muestro porque me da vergüenza. Y habiendo otras opciones profesionales resistir en ese tajo tiene cierto mérito. Cuando me bajaron la primera vez el sueldo, después de años de congelación en que todo el mundo te miraba con cierta piedad porque se hacía dinero fácil, tuve conciencia de que era en verdad un funcionario, incluso de que no tenía obligación de trabajar diez o doce horas diarias siete días a la semana, así que durante tres meses y unas vacaciones de verano me dediqué a escribir algunas tardes. Y he dejado de trabajar tanto sábados como domingos. ¿No le parece justo? Sé que en tiempos de crisis tener un trabajo estable es una bendición, pero en tiempos de auge ¿alguien recordó la ingrata y mal pagada tarea de médicos, policías o profesores, cuando constructores, fontaneros, rentistas o vendedores de muebles se hacían de oro?

-Sus obras están en la red, ¿cree que hace falta mejorar la normativa en pro de un reparto de ganancias más equitativo?

-Con buen criterio, la ley de la Ciencia exige que los trabajos que son fruto de proyectos de investigación subvencionados con fondos públicos se publiquen de forma abierta en la red. Y estoy plenamente de acuerdo con esta medida. Otra cosa, sin embargo, es privar al autor de una obra científica, artística o literaria de su remuneración, que son sus derechos de autor. No me parece muy razonable pedir a la gente que investigue o cree sin remuneración. Eso sería como pedirle a LA NUEVA ESPAÑA que repartiera sus periódicos gratis y no pagara a sus periodistas por su labor. Sin embargo, creo que es posible establecer sistemas que permitan la difusión en la red y que garanticen, al mismo tiempo, una justa compensación a los autores y no a unos cuantos carroñeros que, sin dar palo al agua, se aprovechan de su esfuerzo.

-Es catedrático en Granada, pero nació y estudió en Oviedo, ¿le habría gustado ejercer aquí su labor docente?

-Desde luego, pero las circunstancias me han llevado primero a Madrid y, finalmente, a Granada, donde me encuentro muy a gusto tanto profesional como personalmente. De hecho, siempre digo que no habría nada mejor que vivir en Granada de octubre a mayo y en Asturias de mayo a octubre. Con todo, los asturianos «emigramos bien», aunque nunca perdamos las raíces.

-¿Ha pensado en Granada como escenario para alguna novela?

-Granada es una ciudad mágica, como hay pocas, una fuente constante de inspiración, pero me faltan aún mucho conocimiento y la debida sensibilidad para atreverme a tal cosa. Me encuentro mucho más cómodo en otros escenarios de la historia.

-Sus preferencias giran hacia el país galo, ¿por algún motivo concreto?

-Seguro que sí. Cada escritor es tributario de sus lecturas, y en mi caso la historia y la literatura francesas han sido fundamentales. Yo fui un estudiante asiduo de la Alianza Francesa de Oviedo, hice todos sus cursos y me quedé varios años en el curso superior, dedicado a la literatura y al teatro de la mano de Janick Le Men. Me atrevería a decir que en Ángeles Caso, a quien conocí entonces, ese cierto afrancesamiento es asimismo palpable. Basta leer «Donde se alzan los tronos», su última novela... Como buen ovetense de cierta edad siento una atracción irresistible hacia esa cultura. De hecho, el mayor reto literario de «El amante de la reina» fue trasladar al castellano, demasiado barroco por entonces, la sencilla elegancia del lenguaje francés de finales del siglo XVIII en que se expresaba su protagonista. Espero haberlo conseguido mínimamente.

-Acaba de publicar «El amante de la reina», con la que se suma al exitoso género de la novela histórica, ¿cómo decidió adentrarse en esta aventura literaria?

-Siempre he tenido inquietudes literarias, pero en realidad esta novela es fruto casi del azar. Leyendo la biografía de María Antonieta de Stefan Zweig empecé a interesarme por Axel von Fersen. Este aristócrata sueco, que viajó incesantemente y conoció a muchas de las personalidades de la época, llegó a París en su más tierna juventud, participó en la Guerra de la Independencia norteamericana, amó a María Antonieta y vivió junto a ella los años de la Revolución. Trató de salvarle la vida desesperadamente y, tras su muerte, guardó una lealtad conmovedora a su memoria, hasta morir él mismo de forma trágica en las calles de Estocolmo.

-Lo impactó lo suficiente como para convertirlo en protagonista.

-Durante años me hice con todo lo que se había escrito sobre él, con sus diarios, su epistolario, y cuanto más leía, más me fascinaba el personaje. Lo poco que se suele conocer de él responde a la misma imagen frívola que solemos tener de la reina, y me pareció que una personalidad tan carismática y una vida tan asombrosa merecían una novela. De hecho, comprendo que la novela pueda clasificarse como «novela histórica», pero tal vez los aspectos históricos sean puro contexto. Al menos mi intención era centrar el relato en su persona, en sus sentimientos y sus contradicciones, en lo que en realidad hay de intemporal en cualquiera de nosotros.

-Axel tuvo una vida azarosa, ¿cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en el retrato literario que le hace?

-Hay poco de ficción, en realidad, pero tampoco pretendo revelar la verdad histórica. La novela es absolutamente fiel a cómo Axel von Fersen percibió los hechos que vivía y a cómo dejó constancia de ellos en sus diarios y en sus cartas. Por supuesto, muchos de los acontecimientos están corroborados por testimonios de terceras personas. Sus amantes fueron, con nombres y apellidos, las que aparecen citadas. Conoció a todos los personajes que desfilan por la novela, y muchos de sus encuentros se recrean con fidelidad. Organizó la fuga de los reyes hacia Varennes tal y como aparece en la novela. Nimios detalles, objetos, paisajes, reflexiones, incluso sus horas finales, están reconstruidos a partir de fuentes de primera mano. A partir de ahí, lógicamente, hay una recreación literaria que requiere cierta fabulación.

-En la novela la figura de María Antonieta aparece construida de forma muy distinta a como la presenta la historia oficial o, al menos, la visión más extendida.

-La imagen que tenemos de María Antonieta tiene mucho que ver con la misma propaganda de la época. No era una mujer especialmente bella ni versada, pero irradiaba un magnetismo indudable. No fue, como se cree, una mujer frívola en cuestiones amorosas. De hecho, en una época en que tener amantes era lo más normal del mundo, es más que probable que Axel von Fersen haya sido su único amante y, desde luego, fue su único amor. Por lo demás, fue una mujer valiente y una madre abnegada. De cualquier modo, se trata de una personalidad que aparece eclipsada ante el brillo del propio Axel, cuya peripecia vital es desde luego más interesante que la de la propia reina.

-Tiene en proyecto publicar una segunda novela, ¿es más fácil después de dar el primer paso?

-En absoluto. Es más, creo que la segunda novela resulta mucho más difícil. Un grupo de amigos, escritores todos ellos, me aconsejó que escribiera la segunda antes de publicar la primera, porque de lo contrario se corre el riesgo de que todo el esfuerzo puesto en la publicación de la primera acabe agotándote. De ahí que la segunda esté prácticamente lista, aunque habrá que esperar a ver cómo «funciona» la primera.