Avilés / Oviedo,

Raquel L. MURIAS

Arturo Fermín Ezama García-Ciaño tiene nombre y apellidos de notario, porque lo es. También es fumador, divorciado, y afectado por la crisis. No es que Arturo Ezama (Langreo, 1958) viva mal ni tenga problemas para llegar a fin de mes, pero desde finales de 2008 la crisis entró por la puerta de su despacho, en pleno centro de Avilés, y no hay manera de quitársela de encima. Igual que tampoco hay forma de mantener el orden en su oficina.

Las profesiones liberales, como la suya, también sufren los efectos de la coyuntura económica actual y aunque ninguno de los tres entrevistados por LA NUEVA ESPAÑA, un notario, un aparejador y un arquitecto, pretendan compararse con los más de cuatro millones de parados que hay en España, su realidad ha cambiado y a saber cuándo empiezan a remontar.

Arturo Ezama tiene ahora más tiempo para regar el ficus de su despacho, le sobra tiempo. La planta sobrevive con una dosis de agua a la semana. Y es que si hace la comparativa del volumen de trabajo actual con el de 2007 asegura que «ha caído en un cuarenta por ciento». El notario reconoce que durante años, la suya fue «una situación económica privilegiada». Fue cuando se compró el Porsche 944 turbo «que ahora cumple veinte años», explica. También tiene un Honda Civic, «de segunda mano y con 165.000 kilómetros». De momento, Arturo Ezama ni se plantea cambiar de coche.

En su oficina de Avilés trabajan siete empleados que llevan dos años con los sueldos congelados. «Han caído las transmisiones de inmuebles y ya casi no se constituyen hipotecas», afirma, y añade que «los testamentos, las actas y los poderes notariales no son suficientes para mantenerse. Estos documentos se hacen al precio medio de 36 euros», concreta. Las notarías urbanas, como la suya, han notado más los efectos de la crisis que las rurales porque tenían un volumen de trabajo mucho más alto. Ellos, como Arturo Ezama, estaban avezados a expedir documentos notariales casi a la misma velocidad con la que se levantaban nuevos edificios. Pero los ladrillos empezaron a caer como en una partida de dominó y entonces cayeron detrás los proyectos y las hipotecas y las escrituras de las nuevas viviendas. «Sabemos que los tiempos de antes no volverán y estamos luchando por mantener los puestos de trabajo. Creo que este año va a ser el peor para los notarios y que tocaremos fondo. Crucemos los dedos», dice Arturo Ezama.

Sobre dos proyectos trabaja el arquitecto avilesino Carlos Alberdi y asegura que «encargos, no tengo ninguno». Su profesión, a la que lleva dedicándose desde hace diez años, desde los 28, le sigue apasionando pero reconoce que no corren buenos tiempos. La reducción de la obra pública y la parálisis de los proyectos privados han dejado casi despejada su mesa de trabajo. «Se licitan mucho menos proyectos, y además, desde la Administración se están repartiendo según criterios económicos. Al más barato. Ya no se concede importancia a la calidad ni al usuario», asegura el arquitecto. Las obras licitadas por las comunidades autónomas cayeron el 24,6% el año pasado y pasaron de 10.174,6 millones de euros entre enero y octubre de 2009 a 7.670,5 millones en el mismo periodo de 2010. Malos tiempos, sí, para la arquitectura y para Alberdi.