Algunos bosques maduros de la cordillera Cantábrica aún son escenario de uno de los acontecimientos periódicos más notorios de la naturaleza asturiana y cantábrica: el celo del urogallo. Machos y hembras se reúnen en lugares determinados (cantaderos), que son reutilizados año tras año. Ellos se pavonean, sobre ramas de árboles y en el suelo, mientras ellas observan y eligen. La situación demográfica actual de la especie probablemente no permite a las aves mostrarse exigentes, pues será raro que acuda más de un macho a un mismo cantadero.

l Gestos y sonidos. El celo del urogallo fue descrito con todo detalle por el biólogo Javier Castroviejo en su ya clásica monografía «El urogallo en España», publicada en 1975. Castroviejo habla de un celo de primavera y otro de otoño e, incluso, de un tercero, en verano. También refiere actividad de cortejo matutina y vespertina. Y delimita, igualmente, un celo previo y un celo posterior al período principal, que se corresponde con la época en que las hembras están presentes en el cantadero y la rivalidad y la excitación de los machos alcanzan su cénit. El ritual también tiene dos expresiones: sobre árbol, de movimientos más limitados, por razones obvias, pero de gran importancia por su larga duración, y en el suelo, donde se producen saltos, peleas y las cópulas con las que culmina, si tiene éxito, la esforzada exhibición de los gallos.

La gestualidad del cortejo se acompaña de vocalizaciones, de un «canto» compuesto por estrofas, gargareos, carraspeos y silbidos, según la terminología empleada por Castroviejo. No es un canto comparable, en absoluto, al de las aves canoras. Carece de musicalidad y, todo lo más, puede apreciarse en él cierto ritmo, un orden acompasado en la sucesión de sus distintas partes. La estrofa consta de «tacs», «redobles», castañeteos («carretilla», en Degaña), «taponazo» y «seguidilla», según la gráfica descripción recogida por el investigador. El nombre del primer sonido es onomatopéyico; los tres siguientes son suficientemente descriptivos. La «seguidilla» hace referencia a una serie de chirridos o siseos, que Castroviejo compara con el ruido de una sierra al cortar la madera y con el sonido agudo de una carretilla con los ejes mal engrasados. La interpretación fónica de las restantes vocalizaciones es evidente; Castroviejo sugiere que puedan ser variantes para expresar un mismo estado de ánimo, determinadas por las circunstancias y por la propia intensidad del celo en el macho cantor. Las hembras apenas si emiten algunos cloqueos; su papel es pasivo. Pero, aunque callen, son ellas las que llevan la voz cantante, las que seleccionan pareja.

l El cereal que llegó de América. Lejos del bosque, en los valles bajos y en la costa, entrado el mes se efectúa la siembra del maíz. Hoy, este cereal importado de América (donde su variedad salvaje ya se consumía hace siete milenios, en el valle de Tehuacán, en México) no tiene la relevancia económica y social de antaño, ni se cultiva del mismo modo ni con los mismos fines, pero sigue ocupando una superficie apreciable del campo asturiano y posee, también, una dimensión ecológica nada desdeñable. Un ejemplo: los rastrojos que quedan tras la cosecha constituyen una fuente inestimable de alimento para numerosas aves a lo largo del otoño y el invierno, desde los pequeños pardillos, jilgueros y pinzones hasta los ánsares y las grullas. Volviendo la vista atrás, el maíz parece haber actuado históricamente como vector de la expansión de un diminuto roedor, el ratón espiguero, de origen oriental y en la actualidad extendido por buena parte de Europa, excepto algunas regiones mediterráneas y boreales.