Ni lo es, ni lo fue nunca, por mucho que se insista en decir lo contrario. La historia es clara y terminante, pero un grupo de ignorantes y radicales, impulsados por unos políticos sin conciencia y sin honor, asumiendo el viejo principio goebbelsiano de que «una mentira repetida un millón de veces se convierte en una verdad», insiste machaconamente en la realidad nacional histórica de Cataluña, lo cual es absolutamente falso. No sé bien por qué ni desde qué extraños e incomprensibles intereses se insiste en tal insensatez, la cual, además, es contraria a los verdaderos intereses tanto morales como materiales de la propia Cataluña.

También, dígase lo que se quiera, la mayor parte del pueblo catalán se siente tanto española como pueda sentirse catalana, pues no hay ninguna contradicción entre lo uno y lo otro y buena prueba de ello es el escaso interés popular que suscitó el referéndum sobre el tan traído y llevado Estatut, votado por una inmensa minoría, aunque la clase política haya hecho de él una verdadera bandera de combate. Así tenemos que oír todos los días un montón de consideraciones encrespadas y destempladas que para lo único que sirven es para dividirnos y para crear innecesarias reticencias que derivan en odios y rencores gravemente perjudiciales para todos y para poner en la calle a una multitud manipulada exigiendo la absurda independencia de Cataluña.

¿Cuándo fue Cataluña nación? Jamás. El Condado de Barcelona y con él toda Cataluña fueron desde el siglo XII (1164), y bajo el reinado de Alfonso II, primer rey de Aragón, parte de aquel reino que, desde entonces, se constituyó como unidad política, reuniéndose posteriormente con el de Castilla, mediante el matrimonio de Fernando V de Aragón y de Isabel I de Castilla, en la nueva unidad denominada España, reforzada con la conquista de Granada y con la anexión de Navarra. Así pues, Cataluña, desde siempre, históricamente hablando y desde que existe memoria de dicha región, al igual que las de Galicia, Asturias, León, Andalucía, Extremadura y todas las demás, es parte integrante de la única nación política que las integra, es decir, España.

Pero, a mayor abundamiento, si repasamos la historia (de la que tanto cacarean los nacionalistas) desde sus orígenes, veremos que tanto el catalanismo como el vasquismo son, en palabras de Unamuno, simples «pruritos nacionalistas» muy recientes, que en nada se corresponden con su pasado español perfectamente contrastado, sino que nacieron muy a finales del siglo XIX y que derivaron a posiciones antiespañolas que en nada se corresponden con su acendrada fidelidad histórica a España.

Pondremos un par de ejemplos para no extendernos demasiado en algo que está perfectamente demostrado a pesar de la feroz posición contraria de los nacionalistas actuales.

Cuando se convocan las Cortes de Cádiz (1810), para tratar de organizar el desastre español que se produce con la invasión napoleónica, la Junta de Cataluña exige de sus diputados el siguiente juramento:

«¿Jura usted contribuir con todas sus fuerzas a que se verifique la unión de todas las provincias en un Gobierno superior?».

Y durante la propia Guerra de la Independencia, en el Sitio de Gerona, glorificado hasta la máxima exaltación patriótica por todos los historiadores, las milicias catalanas cantaban (en su propio idioma):

«Digasmi tu Girona / si te n'arrenderás. ¿Com vols que m'randesca / si Espanya non vol pas?».

Queda, según esto, bastante claro que la conciencia de entidad nacional históricamente es una falacia propalada en 1830, con el romanticismo de la Renaixença o con las Bases de Manresa de 1892, todo lo cual casaba bastante mal con la actitud proteccionista del Gobierno de España hacia Cataluña y el País Vasco en aquellas mismas fechas, creando una legislación aduanera contraria al librecambio, precisamente para favorecer a las industrias manufactureras de ambas regiones, fuertemente amenazadas por Inglaterra, Francia y los Estados Unidos.

En definitiva, ni la lengua, ni las costumbres, ni las consideraciones de índole geográfica, étnica, comercial o sentimental alguna son las notas constitutivas de una nación. La nación surge de las circunstancias políticas que la forman y la tipifican y, por ello, es tan ridículo decir que Cataluña y Vascongadas son naciones, como atribuir a Ginebra o a Zúrich igual calificativo, pues, a pesar de las enormes diferencias que existen entre la región ginebrina y la zuriquesa, no hay allí otra nación que la nación Suiza, que es quien políticamente las une y las vertebra.

Igual consideración cabe hacer de la unidad nacional de China e India, países en que conviven más de cien lenguas diferentes y casi otras tantas razas, amén de distintas religiones, tendentes por su especial idiosincrasia a establecer notables diferencias entre el modo de pensar de unos y otros. Sin embargo, nadie cuestiona la entidad nacional de los gigantes asiáticos y vamos a ser nosotros, los enanos europeos, para quienes el agrupamiento es vital, los que desechando el viejo principio de que «la unión hace la fuerza», queramos desgajar España, empezando por Cataluña y las Provincias Vascongadas, hasta independizar unas de otras a las diez y siete taifas en que insensatamente se ha dividido nuestro gran país.

Y para terminar: esa bandera de la que tanto usan y abusan los nacionalistas catalanes y que llaman «senyera» no es catalana, es la bandera del antiguo reino de Aragón.