Oscarín, el último niño que nació en Sames, ha cumplido ya los 16. José María Meré ofrece el aviso con un culín de sidra a las puertas de la casa familiar en la pequeña capital de Amieva. La advertencia, asiente a su lado Urbano Crespo, pone cara y nombre al despoblamiento y a la vez oculta algunas claves para entender este pueblo que envejece con la población en retirada, pero que por momentos también retoña con la promesa de nuevas fuentes de energía y al que por alguna clase de inercia, afirman aquí, casi siempre se vuelve. O eso dicen los que han vuelto. Unos después de jubilados, Tita Fernández desde Avilés o Iluminada Rivero saliendo de Madrid; otros, como Sari Nava, invirtiendo el sentido de la marcha tras emigrar a México; otros algunos fines de semana y casi todas las vacaciones, se añaden sus hijos, Sofía y Gonzalo Alonso; y hasta hay quien retorna sin necesidad de haber nacido ni crecido aquí, confirmarán María Jesús García-Rojo y Román Martínez, que se cambiaron directamente de turistas madrileños a empresarios de turismo rural y de clientes a dependientes. Es por eso que en Sames, este lugar que trepa hacia el pico de Ories, que no tiene un metro llano ni pasa de 68 habitantes, los últimos hijos son adoptados. Hay visitantes ocasionales o frecuentes, pequeños empresarios turísticos y unas pocas vocaciones claras para colaborar a sostener un pueblo que quiere pelearse contra el destino despoblado y avejentado de todo el campo asturiano con sus propias armas humildes: seis empresas turísticas -dos bloques de apartamentos y cuatro casas de aldea, más camas que habitantes y que los demás núcleos del concejo- y, más difícil todavía, ese sector ganadero con un quinteto de supervivientes que pide a gritos una reconversión.

El que prueba, repite. Aquí presumen del magnetismo de su paisaje y de casas de aldea bien servidas. Dicen que han visto crecer a los hijos de alguna familia de turistas madrileños y ahí sigue Esther, que ha venido a Sames «sola, embarazada y con la nena» y que sigue volviendo de vacaciones, apunta María Jesús García-Rojo. Los padres de todos esos niños que se asombran de ver mamar a los xatos «hacen vida social en el pueblo porque es tranquilo, bello y acogedor», porque guarda en su trazado algunas esencias del ocio rural, pero también, según la teoría del alcalde, Ángel García, porque «la bandera del turismo se ha enarbolado de forma mucho más profesional que antes». He ahí uno de los caminos que conduce al futuro y, por imitación, «precisamente», «el cambio que necesita la ganadería». Sofía Alonso es hija de dos amievenses que emigraron a México a los veinte días de la boda y que retornaron catorce años después al calor del turismo rural en Sames. Trabaja como ejecutiva de cuentas en un hotel madrileño, pero confiesa planes para «volver» y acude a la doble experiencia viajera que comparte con sus padres para valorar la conveniencia de que las explotaciones ganaderas se reconozcan en el espejo de los negocios turísticos emergentes.

Es formación y profesionalidad, concretan aquí la receta, menos subvenciones gratis y más mentalidad empresarial para descubrir la tecla de arranque de un modelo ganadero «sostenible» que dé de comer a familias enteras y fije y atraiga población. Juan Carlos Valdés, presidente de la Asociación Alto Sella, asiente volviendo sobre la exigencia de un adiestramiento y de un «pensar de otra manera», porque aquí «la ganadería es tradicional» y ralentiza el cambio. Para acelerarlo, el regidor ofrece la infraestructura con la que pretende ayudar su administración en el concejo: una nave para estabular 120 cabras que ya funciona en la carretera de Vis y un centro de empresas del que se ven los cimientos en Vega de Sebarga y que se quiere orientado hacia la industria agroalimentaria de transformación -galletas hechas con el suero del queso de los Beyos, quesadas, embutidos...-. «Los ganaderos deben adaptarse a las mejoras tecnológicas y los sistemas productivos que les permitan competir», expone García, «con el apoyo lógico de las administraciones».

Por el momento, de resultas del cambio social que también se ha operado en Amieva, de un tiempo a esta parte aquí «pierde la ganadería y gana el turismo». Mercedes Álvarez, presidenta de la Asociación Cultural Amieva, observa que los negocios nuevos de su pueblo son casi inevitablemente casas o apartamentos rurales y que las cuatro queserías que sobreviven, lejos del autoabastecimiento que ella contempla como escenario ideal, «traen la leche de fuera». Mientras tanto, «el turismo de repetición», hasta «cinco y seis años con la misma clientela en algunos establecimientos», «te llena de satisfacción y te llena el calendario», agradece Juan Carlos Valdés. Para él y para el resto de los empresarios del sector, el desafío de «seguir mejorando» tiene un camino ascendente, enseña Sari Nava, que exige «no dar siempre lo mismo» y mantener el listón en los niveles que marcan las tres empresas turísticas de Sames distinguidas con el emblema de calidad del Principado. Aquí, pone por ejemplo, «con seis empresas de alojamiento, los turistas tienen siete redes wifi abiertas».

Como eslabón final de esa cadena de factores, para el sector hostelero de la capital de Amieva «2009 no fue un año de crisis y 2010, a pesar del invierno tan duro que hemos soportado, tiene pinta de igualársele», afirma Valdés. Puede celebrar que en Sames «la oferta y demanda turística crecieron a la par, no hubo ni un boom repentino de gente que se dedicase al turismo ni un batallón de turistas buscando alojamientos», pero el lado opuesto de la balanza también existe con sus carencias y necesidades. En estas estribaciones de la sierra de Amieva, en este pueblo tranquilo con 22 hórreos que sobrevive lejos del río Ponga y de la mejorable carretera nacional de Arriondas al puerto del Pontón, el sector que tutela a los visitantes echa de menos más oferta gastronómica y compañía para el bar-tienda Casa Chili, el único de la capital amievense, porque «los clientes ya los ponemos nosotros». Y desestacionalizar, vuelve la palabra mágica, la dura tarea de sacar a las visitas del verano y la Semana Santa en la que Juan Carlos Valdés diagnostica «un problema, sí, pero no un imposible». Cada vez más, detecta el presidente de la Asociación Alto Sella y empresario del ramo, «el turista busca no cogerse solamente unas vacaciones del 1 al 31 de agosto, cada vez nos gustan más las pequeñas escapadas, un fin de semana en noviembre, otro en junio... Y ahí el turismo rural sale claramente beneficiado por su bajo coste y porque las distancias cada vez son más cortas, porque las cuatro horas que tarda en llegar aquí son poco tiempo para alguien que vive en Madrid».

El pueblo trepa

Latitud: 43.27182256º

Longitud: -5.12780744º

A 220 metros de altitud, trazada en ascenso hacia el Picu de Ories, la pequeña y empinada capital de Amieva sobrevive a la sombra de la puntiaguda cresta de La Vallella y en las primeras estribaciones de la sierra que toma el nombre del concejo. La quinta capital menos poblada de Asturias, cabeza de la parroquia de Mian, abrió el siglo con 77 habitantes; quedan 68.

«Aquí 2009 no fue un año de crisis y 2010 tiene pinta de igualársele», afirma un empresario turístico

El mirador

Algunas propuestas para mejorar el futuro

Las comunicaciones

El túnel del Fito se pide aquí sin titubeos cuando se repasan las vías de comunicación mejorables. El Alcalde tampoco se olvida del proyecto aprobado para adecentar la N-625, reparar curvas y cunetas y hasta enriquecer la ruta con «algún mirador y aparcamiento seguro». «Sería bueno que se pudiera caminar el desfiladero de los Beyos», apunta María Jesús García-Rojo.

El transporte

Un taxi de Sames a Santillán, al centro de salud o a la farmacia, son seis euros; diecisiete al Hospital de Arriondas. Sin líneas de transporte público y con el servicio insuficiente que comparten las escolares, «la vida y la Seguridad Social son más caras aquí que en Cangas de Onís», compara Ángel García. Asiente sobre todo Pilar Alonso, presidenta de la asociación de mayores, por la afección particular del colectivo al que representa.

Las ruinas

Sari Nava y los clientes de su casa rural pasan obligatoriamente por delante de una casa en ruinas, pero en Sames hay algunas más. Es feo y peligroso, denuncian los vecinos. Piden atención, aunque el Ayuntamiento advierte de sus dificultades para intervenir de oficio.

La residencia

Para completar la vivienda tutelada que está en servicio, Sames inicia las obras de una residencia de ancianos y centro de día con una capacidad de veinte plazas y entre seis y ocho puestos de trabajo permanentes.

La comida

«Necesitamos restaurantes». La oferta turística de Sames, rica en alojamientos por habitante, quiere más sitios donde comer. El tipismo del bar-tienda Casa Chili, el único establecimiento del pueblo, necesitaría un acompañamiento que completase la oferta, porque clientela, con seis empresas de turismo rural, tendría suficiente.

Alta tensión

El paisaje atractivo de Sames tiene el cielo cruzado de líneas de alta tensión. Para que ni entorpezcan la visión ni molesten, hay quien busca el ejemplo cerca y propone valorar el soterramiento de los cables, «como se ha hecho en Sotres o en Caín», afirma Juan Carlos Valdés.