Susi encontró seis "abuelines" que le dan la vida

"En la pandemia trabajé en un supermercado y me daba más miedo la gente que el virus"

ASTURIANOS EN YERNES Y TAMEZA: Iván Fernández y Susana Poncelas

Julián Rus

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Iván Fernández y Susi Poncelas, últimos vecinos en asentarse en Yernes y Tameza. Son los últimos en llegar a Yernes y Tameza, el concejo menos poblado de Asturias, con medio centenar de residentes reales y 128 empadronados. Vinieron de Pamplona y compraron casa en Fojó. Susi se dedica a la atención a domicilio de las personas mayores del concejo. Son sus «abuelines», dice ella.

El 13 de agosto de 2020, cuatro jóvenes expertos barranquistas navarros y vascos murieron en un accidente en las gargantas de Parlitobel, en el cantón suizo de San Galo, en el este del país. Susana Poncelas y su pareja Iván Fernández, que hoy viven en el pueblo de Fojó –donde han comprado casa, y son los últimos vecinos que han llegado a vivir a Yernes y Tameza–, formaban parte de ese grupo de amigos enamorados del descenso de barrancos y de la escalada. Pero quiso el destino que no se apuntaran a esa fatídica excursión.

Iván Fernández:

"Nuestros amigos murieron justo después del encierro de la pandemia. Cuando empezaron a dejar salir de casa, ellos se fueron a Suiza y nosotros decidimos no ir en esa ocasión. Ya habíamos ido por aquella zona hacía dos años, en un viaje en furgoneta y se nos había hecho muy largo. Nosotros entonces vivíamos en Pamplona, donde yo trabajaba en una empresa de seguridad, y, en vez de ir a Suiza con ellos, como teníamos en Asturias otros amigos barranquistas, tiramos para acá y nos fuimos también a la parte de la cueva de Valporquero, después nos fuimos a Galicia y nos acercamos a ver a la familia, que es del Bierzo. Nos libró eso. Yo tengo claro que si hubiera ido con ellos a Suiza, hubiera caído también en ese accidente".

"Lo que les pasó fue un cúmulo de cosas de esas que pasan cada cien años. Fue un colapso, que le llaman. Aquel día, las previsiones meteorológicas daban un porcentaje muy bajo de lluvia pero en la cabecera del río cayeron de repente, concentrados, cuarenta o cincuenta litros (por metro cuadrado), el barranco no aguantó la presión de tanta agua y colapsó, reventó, los mató una riada de piedras. Aquello fue un palo muy gordo, ¿sabes? Éramos todos muy amigos. Pero con uno de ellos, especialmente, con Mikel Zabalza, yo tenía una amistad muy grande, era como mi hermano pequeño. Estuvo conmigo acompañándome todo el tiempo en que me partí la pierna, cuando no podía salir de casa. Es que justo antes del confinamiento, yo me partí la pierna por tres sitios haciendo barranquismo en Francia. Los médicos me dijeron que, para evitar que me tuvieran que operar, no podía moverme. Eso fue en noviembre de 2019 y yo me comí todo diciembre, enero y febrero en casa sin poder salir, con la escayola. Y cuando estaba empezando a poder salir, a andar en bicicleta y tal, a nadar a la piscina, pues nos encierran por el covid. Total que me tiré medio año sin salir de casa. Una locura".

"Seguimos teniendo el contacto con todos los amigos de allí, de cuando vivíamos en Pamplona, y los quiero un montón. Pero tras la pandemia, ya estábamos un poco cansados de la ciudad, de la misma vida de siempre y pensamos: ahora que aún somos medio jóvenes tenemos que dar el paso’. Además aquello ya era un poco un círculo vicioso, te juntabas allá con amigos y empezábamos a acordarnos y aquello te iba haciendo mella".

"Pues, bueno, fue un punto de inflexión. Así que empezamos a buscar por varios sitios. Habíamos pensado en el Pirineo, en la zona de Navarra y Asturias. En Asturias en primer lugar porque ya habíamos venido muchas veces a hacer barrancos y para mí Asturias ha sido siempre Asturias. Vengo de familia minera y todos los asturianos siempre han sido un ejemplo de lucha".

"Estamos encantados en Fojó. Esto es la vuelta a la vida que se hacía antes, la buena, no la vida esa desapegada que se vive en la ciudad. Aquí somos cuatro y se vive ese contacto del ‘yo te ayudo y tú me ayudas y si me necesitas, a cualquier hora estoy ahí’. Susi llevaba muchos años sin dormir bien y aquí duerme. Yo, lo mismo. Como un cepo. No hay ruidos, no hay nada. Esto es el gozar".

Susana Poncelas:

"Después de la pandemia y de la muerte de nuestros amigos, la ciudad nos estresaba, ya estábamos cansados, y decidimos buscar una casina fuera, en un pueblo. No es que yo sea antisocial, pero necesitaba alejarme un poco de todo. Yo, hasta entonces, trabajaba en un supermercado. Me tocó la época gorda de la pandemia. El virus no lo pillé, o si lo pillé no me enteré pero, mira, más que nada, la gente a mí me amargó la vida. Literalmente. La gente estaba muy revolucionada. No era normal».

«Había mucha gente muy grosera. Oye, si tienes problemas en casa pues déjatelos en tu casa como hacemos los demás. Cómoda no me sentí en el trabajo. Con los compañeros sí. Y con la jefa, con la que sigo teniendo muy bien relación y que quiere que vuelva. Pero ya le dije que no vuelvo. No vuelvo. Es que estaba amargada, más que nada por la gente porque no nos trataban bien a las que estábamos allí trabajando. Era, no sé, un poco raro".

"Durante la pandemia, el trato de la gente cambió. Lo noté muchísimo. Yo llevaba trabajando cuatro o cinco años en el mismo barrio y, claro, conoces a todos. Pero de repente había gente que te decías: no te veía yo así de grosero. ¿No me entiendes? Las cosas como son. Hay gente que te sorprende, que no pensabas que era así y lo tenían dentro. Yo al virus nunca le tuve miedo. El miedo me lo da la gente. No el virus".

"Desde que vinimos a Fojó y nos instalamos aquí, esto es otra vida. Yo me levanto contenta para ir a trabajar, que eso no lo puede decir todo el mundo. Antes ni dormía bien ni nada".

"Inicialmente, cuando llegamos, yo tenía mirado para abrir una tienda de ropa deportiva por internet, pero la cosa se nos alargó y luego me salió este empleo de atención sociosanitaria. Hice un curso y empecé a trabajar de esto. Así que ahora voy a ayudar a mis abuelines, como les digo yo. Les hago unas ecosinas por casa y hablo mucho con ellos, la gente mayor quiere compañía, quiere conversación. Tengo uno en Yernes, una en Villabre y cuatro aquí en Fojó. En octubre hará dos años que llevo trabajando con ellos. El más joven de los abuelines que tengo tiene ochenta y dos, luego de ahí para arriba. Es que me cuentan cosas que a mí me encantan, de cómo se vivía antes, cuando no había carretera, cuando no había luz eléctrica…".

"Yo les quiero ya como si fueran mi familia porque los veo todos los días, más que a mi familia, que es de Fabero, en el Bierzo. Tengo una que tiene cien años, Carmen, que vivió la guerra y se acuerda bien y que te puede contar unos historias que te quedas enamorado de ella. Tiene una cabeza que ya quisiera yo. Nada, estoy muy contenta. A mis abuelines no les cambio por nada, claro que no".