Pedro de Silva y la proyección de Asturias en el Estado autonómico

Los planteamientos regionalistas y la idea de la autonomía política del primer presidente del Gobierno del Principado, elegido hace cuarenta años

"Asturias es una realidad con autoconciencia de sí misma desde hace muchos siglos"

"Asturias es una realidad con autoconciencia de sí misma desde hace muchos siglos" / Óscar R. Buznego

Óscar R. Buznego

Óscar R. Buznego

El 31 de enero de 1981 entró en vigor el Estatuto de Autonomía y, tal como proclama su artículo primero, Asturias se constituía en comunidad autónoma. Tras un prolongado periodo transitorio en el que sucedieron muchas cosas, en mayo de 1983, hace pues cuarenta años, se celebraron las primeras elecciones autonómicas en Asturias. El PSOE consiguió la mayoría absoluta de votos y de escaños. La Junta General eligió a Pedro de Silva presidente del Principado de Asturias, que así se denomina oficialmente nuestra comunidad autónoma. Fue, por tanto, el primer presidente de Asturias elegido por los asturianos en unas elecciones convocadas a tal fin. En consecuencia, no resulta exagerado afirmar que con su elección comenzó de hecho el autogobierno de Asturias en los términos establecidos en la Constitución española de 1978, que había sido aprobada por el 54% de los asturianos inscritos en el censo electoral, con una abstención del 38%.

La biografía de Pedro de Silva está íntimamente unida a Asturias. Nació en Gijón, conoce bien la región, que ha recorrido de un extremo a otro en motocicleta con su padre, en automóvil, privado u oficial, o a pie, en largas caminatas por la montaña, y a ella ha dedicado la mayor parte de sus reflexiones y de su extensa obra escrita. Inauguró su vida política, también muy vinculada a Asturias, en un encuentro clandestino que tuvo lugar en 1973 en el domicilio de Daniel Palacio y Paz Fernández Felgueroso, al que fue invitado con el propósito de hacerle partícipe de la creación de la Mesa Democrática Asturiana, y la dio por concluida en 1991, al no presentarse a la reelección. Desde entonces, colabora en prensa y atiende invitaciones, pero mantiene una actividad pública restringida.

Aunque en su periplo político Pedro de Silva ha seguido una línea continua, es preciso señalar el punto de inflexión que supone el acceso a la jefatura del gobierno asturiano. El regionalismo define, por encima de todo, la etapa previa, especialmente en sus primeros años, los que transcurren entre la formación de Democracia Socialista Asturiana en 1974 y la integración con el PSPA en el PSOE en 1978. Entremedias, publica "El regionalismo asturiano", que con el tiempo se ha convertido en el texto clásico del asturianismo político. Su aspiración en ese momento era impulsar un movimiento regionalista con fundamentos sólidos. Más tarde, siendo miembro de la dirección ejecutiva de la FSA, adoptó una versión más posibilista de su regionalismo original, que está reflejada en "Asturias. Realidad y proyecto", su carta de presentación como candidato a la presidencia del Principado.

Pero lo que provocó una evolución notoria en sus planteamientos, que le llevaría a ahondar en su idea de la autonomía política y a mostrar un interés prevalente por el desarrollo del Estado autonómico, fue la experiencia al frente del Gobierno regional y asumir, por extensión, el liderazgo de la sociedad asturiana. Su motivación principal en la política siempre fue Asturias, por eso aceptó la candidatura autonómica renunciando a una prometedora carrera en Madrid, y su ambición para con Asturias le incitó a cuestionar el despliegue inicial del Estado autonómico y a proponer su asentamiento sobre supuestos radicalmente distintos.

Un Estatuto

En Asturias, desde las últimas décadas del siglo XIX, el objetivo tangible de diversos actores políticos, manifestado repetidas veces, con un respaldo variable, casi siempre débil, ha sido un estatuto de autonomía. Lo demandaron y escribieron uno los viejos republicanos federales. En plena crisis del sistema de la Restauración reclamaron una autonomía política o una descentralización administrativa la Diputación, y algunos liberales y reformistas. En la II República apoyaron la petición varios centros asturianos de Sudamérica, personalidades aisladas, como Sabino A. Gendín y Ramón Argüelles, y pequeños grupos federales de implantación local. Durante la Transición, la solicitud tuvo adhesiones más amplias y firmes. El PSOE y el PCE propusieron incluso que se sometiera a referéndum y miles de asturianos se manifestaron en la calle al grito de "Autonomía". El Congreso aprobó, por fin, un estatuto para Asturias en diciembre de 1981, después de un siglo de intentos frustrados.

Conviene recordar que el proceso autonómico en Asturias estuvo acompañado por un movimiento regionalista minoritario y disperso. En las elecciones de 1977 la candidatura de Unidad Regionalista, única que utilizó esta etiqueta, consiguió poco más de once mil votos, menos del 2%, sin posibilidad de acceder a un escaño. El grupo Conceyu Bable, con una identidad nacionalista bien definida, tenía medio centenar de asociados y logró una proyección pública destacada a través de Asturias Semanal, que desapareció aquel verano, pero acabó debatiéndose en tensiones internas de diversa índole hasta disolverse. La conciencia regional de los asturianos, según los estudios de opinión que se hicieron entre 1976 y 1980, era difusa y carecía de dimensión política.

La sociedad asturiana, en general, no recogió la invitación de Pedro de Silva a forjar un regionalismo sólido, cohesionado, que arraigara y fuera duradero. El optimismo puesto al principio en tal eventualidad no tardó en disiparse. De la ola de regionalismo que había llegado a Asturias aprovechando la ausencia de Franco solo sobrevivió algún grupúsculo que apenas era visible. Sin embargo, la convicción de Pedro de Silva en la personalidad diferenciada de Asturias, de la que siempre ha presumido, y en la autonomía política no decayó. Avalado por Jesús Sanjurjo, su presencia en el proceso estatutario asturiano y en el diseño de la política autonómica del PSOE fue cada vez más influyente y le proporcionó un liderazgo que nunca tuvo en la estructura organizativa de la FSA. En 1979, ante la oposición de UCD a que se tramitara el Estatuto de Asturias por la vía indicada en el artículo 151 de la Constitución, aceptó conducirlo por el 143 a cambio de que en el plazo de cinco años después de su aprobación la comunidad autónoma pudiera optar a las máximas competencias. En el verano de 1980, en una reunión del PSOE celebrada en Madrid, realizó una intervención, preparada con Bernardo Fernández, en la que insistió en su idea de "autonomía plena diferida" para las comunidades que irían por la vía lenta y expuso los criterios a seguir para reordenar el proceso autonómico, que parecía avanzar con cierto descontrol. Algunas de sus propuestas fueron recogidas en los acuerdos autonómicos firmados por UCD y el PSOE el año siguiente.

¿Qué Estado autonómico?

Para Pedro de Silva, la transformación de un Estado que durante siglos ha concentrado el poder de forma autoritaria alrededor de una instancia central en otro Estado, democrático y que reparte el reparte el poder entre sus territorios, es el cambio histórico de mayor calado ocurrido en España en tiempos recientes. No obstante, pronto advierte que el proceso autonómico es "una sinfonía inacabada", porque no ha concluido, y alerta de los riesgos de mantenerlo abierto, sin una previsión de cierre definitivo. En 1986, le envía una extensa memoria a Felipe González con un análisis detallado de la situación y, sin ocultarle su incomodidad, trata de persuadirle para que no demore el cumplimiento del compromiso adquirido respecto a la ampliación de las competencias a las Comunidades del artículo 143. Por otra parte, desde la atalaya privilegiada que le facilita el Gobierno de Asturias, observa en el desarrollo del Estado autonómico síntomas y tendencias que le causan preocupación.

Pedro de Silva ve que la competición desatada por reclamar recursos al gobierno central en base a derechos históricos, agravios comparativos u otras argucias inventadas para obtener alguna ventaja, a la que se han ido incorporando las autonomías, genera confusión y empeora el funcionamiento del Estado. La queja constante, dirá en una de sus conferencias, es señal inequívoca de que la "aventura interior" en la que se ha embarcado el país no ha superado aún el periodo de la adolescencia y, lo que es peor, la falta de una cultura política a la altura de la misión hace que vaya a madurar con retraso. Particular recelo le produce la sensibilidad que exhiben las regiones en asuntos de identidad, porque oculta la realidad y sirve para justificar el aumento de las desigualdades. "Frente a la erupción nacionalista, ¿qué cabe?", se pregunta.

Ante el desafío planteado por la política de las emociones, terreno propicio para cualquier estrategia identitaria, y el derrotero que estaba tomando el Estado autonómico, Pedro de Silva reaccionó, con Asturias en la cabeza, proponiendo algo así como un nuevo comienzo, inspirado en el federalismo genuino y no muy alejado, en determinados puntos, de la actitud orteguiana ante la cuestión de la organización territorial, que era compartida por varios profesores del Grupo de Oviedo, destacados reformistas de la región y otros miembros asturianos de la generación del 14. La composición ideal del Estado autonómico que dibuja en las intervenciones públicas que hace mientras preside el gobierno de Asturias, reunidas en un volumen titulado "Sobre la Autonomía" al despedirse de la política, se deduce de dos postulados. Según el primero, la solución a la mayoría de los problemas de la sociedad global está en las micropolíticas y, si es así, el poder deberá residir también necesariamente en las regiones y en los municipios. En 1984, dedicó una conferencia en el Club Siglo XXI de Madrid a remachar los fundamentos de la autonomía política, añadiendo al argumento democrático del autogobierno, los referidos a la ineficiencia y las políticas públicas locales y específicas.

El segundo postulado que sostiene Pedro de Silva de forma rotunda es el de la igualdad:

"No es cierto que haya regiones históricas y otras que no lo son, y aunque así fuera no es cierto que eso tenga relevancia alguna a efectos de la distribución del poder político, porque la Constitución no contempla nada de eso. Es profundamente injusto y erróneo y radicalmente falso, desde un punto de vista histórico y desde un punto de vista institucional, establecer esa división".

Sobre la autonomía, p. 93-4

Pedro de Silva propugnaba un estado autonómico igualitario en la distribución de competencias y homogéneo en el diseño institucional, pero no uniforme; que fuera flexible, no rígido. Una vez constituida la comunidad autónoma, la eficiencia, la proximidad y la transparencia en la gestión pública darían la medida de la capacidad y la calidad del autogobierno, ya en manos de los políticos y los ciudadanos. La autonomía facilita el contacto y la comunicación entre ellos, de tal manera que los ciudadanos pueden exigir que se les preste más atención y los políticos, que sentirán más cerca la presión, tendrán que centrarse en cumplir con la responsabilidad que les corresponda y responder por ella. La fórmula de Pedro de Silva está animada por un espíritu receptivo, integrador y cooperativo. Ofrecería su máximo rendimiento movida por una cultura política que él mismo echó de menos en España y quiso cultivar en Asturias. Concebida hace al menos una treintena, merece una exploración sosegada y minuciosa. Elaborada y discurseada en un tiempo que parece remoto, aún emite potentes destellos desde Asturias al Estado autonómico español, que hoy tiene pronóstico reservado.

Pensamientos

Pedro de Silva, "La transición autonómica", conferencia pronunciada en Zaragoza en abril de 1990.

«No se puede construir un Estado de las autonomías sobre componentes nacionalistas»

"No porque algunas regiones consideren que tienen una mayor identidad, la practiquen, la enfaticen, la profesen o la exageren, no por eso deben tener mayor capacidad de autogobierno, sino que el autogobierno se justifica por la superioridad de la prestación descentralizada de los servicios y por la superioridad del poder repartido".

"No se puede ni se debe construir un estado de las autonomías sobre componentes nacionalistas, emocionales, enfatizando la propia identidad, sino que, respetando todos esos componentes, debemos construirlo sobre estructuras de razón y sobre conceptos tales como la superioridad de la gestión del poder cuando está repartido, próximo a los ciudadanos, cuando las demandas de estos llegan rápidamente a los oídos de los gobernantes, cuando este se ve obligado a dar respuesta, por la cuenta que le tiene, a esas mismas demandas".

Pedro de Silva, "Memoria sobre la situación general del proceso autonómico", enviada a Felipe González, presidente del Gobierno, en abril de 1986.

«La idea de la España federal, nacida hace más de un siglo, ya estaba intuida por Jovellanos

"La transformación autonómica puede asentarse en dos grandes ideas: la idea de la identidad colectiva, asociada a factores culturales, lingüísticos, históricos y de sentimiento común, y la idea de organización funcional, democrática, participativa, y servicial del poder y de la administración. La primera idea tiene sus antecedentes en la historia de todos los nacionalismos; la segunda en los impulsos de razón que hace más de un siglo hicieron nacer la idea federal, y que en España ya estaba intuida por Jovellanos".

"El nacionalismo es una estructura organizativa de egoísmos individuales y colectivos, y de él nunca nacerá un germen de solidaridad que no sea entre los que están dentro y a costa de los que están fuera. Asuntos tales como la eficiencia, la buena gestión, el servicio público o una adecuada política de gasto, no constituyen prioridad absoluta, porque, a la postre, si fracasa la gestión de las cosas ocasión habrá para imputarla al enemigo exterior".

Pedro de Silva, Asturias, "La construcción de una autonomía", conferencia pronunciada en el Ayuntamiento de Barcelona en abril de 1986.

«Asturias es una realidad con autoconciencia de sí misma desde hace muchos siglos»

"Asturias no es un producto artificial o puramente racionalista del Estado de las autonomías, sino una realidad histórica, social, cultural, con autoconciencia de sí misma desde hace muchos siglos".

"Es importante que arranquemos de este dato, porque es precisamente el que nos puede permitir hoy liberarnos de algunas prácticas autonómicas. El que Asturias es una región indiscutible en la historia de España, nos permite liberarnos de la obligación de hacer una política de afirmaciones, que tenga como objetivo simplemente el afirmarnos como región, y centrarnos en lo que, desde mi punto de vista, debe ser el objeto de una política autonómica: demostrar la superioridad de las formas de autogobierno autonómico sobre las formas de gestión centralista".

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