Veinte años de bloqueo urbanístico llevan al límite la situación del barrio de Requejo, en Mieres

El laberinto de las regulaciones convierte en un enfermo casi terminal el antiguo núcleo que se extiende detrás de una de las plazas sidreras más populares de Asturias  

Ambiente en la plaza sidrera de Requejo. | José Ramón Viejo

Ambiente en la plaza sidrera de Requejo. | José Ramón Viejo

Luis Gancedo

Luis Gancedo

En 1999, a propósito de su participación en unas jornadas literarias de Mieres, el poeta Pepe Hierro (1922-2002) comentó sobre Requejo: «Hay tres lugares en el mundo donde uno puede encontrarse realmente a gusto porque supieron no perder su sabor a pueblo: la Isla de Manhattan en Nueva York, el barrio romano del Trastévere y la plaza de Requexu de Mieres». Viniendo de un artista que tituló su poemario más célebre «Cuaderno de Nueva York» y de quien se sabe que sentía también una admiración genuina por Roma, en particular por el popular barrio situado al oeste del Tíber, cabe pensar que habló con la autoridad de su conocimiento y cosmopolitismo, quizá también con cierta lúcida embriaguez propia de alguien que acababa de tomar parte en los rituales de la sidra en uno de los santuarios donde, desde más antiguo y con mayor devoción, se bebe y venera la bebida regional.

Requejo por deTrás. Interior del barrio, con los restos del antiguo almacén Casa Feito, donde se proyecto un hotel, y otra casa colindante tapiada y en ruinas. | José Ramón Viejo

Requejo por detrás. Interior del barrio, con los restos del antiguo almacén Casa Feito, donde se proyecto un hotel, y otra casa colindante tapiada y en ruinas. | José Ramón Viejo

Las palabras de Hierro quedaron grabadas en un rincón de la plaza sidrera, a la derecha del acceso desde La Pasera, enclave este último donde los mierenses de fe oyen misa en la iglesia del patrón San Juan y donde la ciudad reverencia a Teodoro Cuesta, otro poeta, su poeta, con una escultura a pocos metros de la casa natal de quien definió en sus versos la sidra como «melecina probada» y «remedio devinu». Una de las dos torres de San Xuan mira hacia esa estatua. La otra parece hacerlo hacia la del escanciador, realizada por José Manuel Félix Magdalena, hoy colocada a la entrada de la escalinata de Requejo (antes lo estuvo en el centro de la plaza) y convertida en el icono más fotografiado de Mieres. Un selfie antes de bajar ocho escalones y de sentir casi que se desciende hacia otro tiempo. El adoquinado del pavimento, una hilera de casas centenarias bien conservadas, con corredor o galería y de entre uno y tres pisos (los últimos en ocasiones abuhardillados); las terrazas uniformes de las sidrerías (cuatro en servicio en la plaza y una más adentrándose en la segunda línea del barrio)... son los elementos de la fachada de Requejo, «Catedral de la sidra», así llamada por su feligresía sin menospreciar otros templos: Cimavilla en Gijón, Gascona en Oviedo, Sabugo en Avilés...

Requejo por delante. Ambiente en la plaza sidrera de Requejo. A la izquierda de la imagen, la estatua dedicada al escanciador. | José Ramón Viejo

Requejo por delante. Ambiente en la plaza sidrera de Requejo. A la izquierda de la imagen, la estatua dedicada al escanciador. | José Ramón Viejo

¿Qué hay por detrás de ese frontispicio sidrero, lugar de distracción de los mierenses, imán para visitantes y punto de encuentro de tertulias herederas de tantas que se sucedieron desde que, recién estrenado el siglo XIX, la plaza fue urbanizada como tal? Las calles llevan nombres que evocan la personalidad histórica del barrio. La dedicada a Silvino Argüelles (1919-1986), uno de los grandes de la canción asturiana, remite a la íntima conexión entre sidra y tonada. «Canta el tordo», entonaba en su tiempo el barítono minero de la Güeria de San Juan en homenaje a Juan Menéndez Muñiz (1905-2003), Juanín de Mieres, otra magna figura del género nacida en Oñón y un fijo de Requejo y de la sidra.

Casas «colgadas» sobre el río San Juan, demolidas hace años. |  Imágenes cedidas por José Ramón Viejo, fotógrafo mierense e investigador de la historia gráfica del concejo

Casas «colgadas» sobre el río San Juan, demolidas hace años. | Imágenes cedidas por José Ramón Viejo, fotógrafo mierense e investigador de la historia gráfica del concejo

La calle del Ferraor es un vestigio de cómo, hasta mediados de los años 60, el barrio se usó como recinto del mercado semanal de vacas (en la plaza propiamente dicha), caballos (en el interior) y gochos (en la zona de El Poliar). Actividades que favorecieron, junto al antiguo emplazamiento de un mercadillo diario en La Pasera, el florecimiento y concentración de comercios, pequeños llagares y sidrerías. Una minúscula plaza interior, la del Río, informa de la proximidad del cauce del San Juan, sobre él que colgaba antaño, casi acrobáticamente, una hilera de galerías y corredores con las que acabó la piqueta por orden de la autoridad hidrológica.

Un aspecto del mercado de ganados, que se mantuvo hasta mediados los años 60. |  Imágenes cedidas por José Ramón Viejo, fotógrafo mierense e investigador de la historia gráfica del concejo

Un aspecto del mercado de ganados, que se mantuvo hasta mediados los años 60. | Imágenes cedidas por José Ramón Viejo, fotógrafo mierense e investigador de la historia gráfica del concejo

Requejo no tiene estrictamente la condición de barrio fundacional de Mieres; los asentamientos de Oñón y La Villa fueron anteriores, aunque poco queda de ellos. Las políticas desplegadas durante los últimos cuarenta años pasaron como retroexcavadoras por La Villa (en los 90), favoreciendo nuevas edificaciones en las zonas más atractivas y arrumbando la fisonomía original en unas pocas caleyas donde comparten espacio algunas casas bien conservadas y otras en ruinas o infraviviendas. Antes, desde los 80, el interior de Oñón fue desalojado y reubicadas en otros lugares las familias –la mayoría, de condición muy modesta–, mientras la tecnocracia urbanística dibujaba un ensanche residencial, un hipermercado y otros bocetos que no salieron del papel. 

Los barrios más viejos sucumbieron de ese modo, empujados desde antes también por la tendencia natural de las ciudades en expansión –puede decirse que Mieres del Camino lo fue hasta entrada la crisis industrial y minera– a abandonar los núcleos primigenios por nuevos centros o por propuestas periféricas con mejores condiciones de habitabilidad. La forma de contener la degradación urbanística y social que ello conlleva en los enclaves antiguos, de favorecer la calidad de vida de sus moradores y de sacar partido de su particular atractivo es combinar en las dosis adecuadas protección, rehabilitación y cirugía. Se ha hecho en barrios ancianos de Oviedo, Gijón, Avilés, Siero, Pola de Lena, Cangas del Narcea, Candás...No en Mieres y no en Requejo, atrapado en una trampa de rígidas regulaciones y torpezas técnicas y políticas.

Una caleya de Requejo engalanada con ocasión de las fiestas de Covadonga. |  Imágenes cedidas por José Ramón Viejo, fotógrafo mierense e investigador de la historia gráfica del concejo

Una caleya de Requejo engalanada con ocasión de las fiestas de Covadonga. | Imágenes cedidas por José Ramón Viejo, fotógrafo mierense e investigador de la historia gráfica del concejo

En el urbanismo contemporáneo ha ganado resonancia el término «gentrificación», situación que se da cuando la regeneración de un barrio deprimido desplaza a la población empobrecida y el espacio es ocupado por residentes de mayor nivel económico. En Mieres podemos hablar de una variante que llamaremos «requexización»: cuando la ausencia de planificación o en su caso la aplicación inflexible de ella empuja fuera del barrio a mucha de la población más enraizada y arruina sus construcciones.

En las caleyas de Requejo abundan hoy las casas en ruinas y los restos de otras derribadas. Un recuento de 2016 avisaba ya de que la mitad del barrio estaba vacío. La enfermedad siguió avanzando y continúa haciéndolo hoy, un cuarto de siglo después de la secuencia de decisiones y hechos que la engendraron o agravaron. Introducción: en la segunda mitad de los años 90 y para desarrollar un mandato del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) vigentes desde 1995, el gobierno municipal encarga a un arquitecto un Plan Especial de Reforma Interior (PERI) para Requejo, el instrumento que habría de trazar el futuro del barrio; el documento que recibe a fines de la década el ejecutivo (compartido en ese momento por PSOE e IU, y con esta última coalición al frente del área de Urbanismo), aconseja derribar y edificar la zona interior (la plaza está legalmente protegida) en lugar de preservar y rehabilitar; Mieres comenzaba a inflar de aquella una versión propia de la última burbuja inmobiliaria española, alentada localmente por la falta de suelo disponible y por las rentas de las prejubilaciones mineras; el gobierno destierra el derribo y retiene la regulación del barrio hasta la revisión del PGOU, que entonces veía cercana, con el propósito de que incluyera otro PERI fundamentado en la conservación. Nudo: la revisión no llega en los años siguientes y de hecho no ha llegado aún, casi dos décadas después de ser contratada con una consultora que quebró por el camino. Desenlace: en ausencia del PERI y de un nuevo Plan General, Requejo se convirtió en una isla casi sin más ley urbanística que la suspensión indefinida, en tanto no se rellenara tal laguna regulatoria, de la concesión de licencias para obras estructurales; con ello quedaba legalmente imposibilitada toda actuación que fuera, por poner ejemplos, algo más que retejar o pintar una fachada. 

En 23 años, la «requexización» ha tenido efectos como estos: la prohibición de acometer rehabilitaciones y otras mejoras estructurales en las casas, a menudo poco confortables por su antigüedad, aceleró la marcha de propietarios e inquilinos residentes de clase media; el prolongado tapón urbanístico hundió la cotización de las viviendas y fue agravando el deterioro de los inmuebles en mal estado; la alteración inducida en el mercado y en el estado del caserío de Requejo atrajo como nuevos pobladores a ciudadanos con muy poco recursos y, más recientemente, generó casos de «okupación» de viviendas abandonadas (según denuncia vecinal); al mismo tiempo, unos pocos «rebeldes», una minoría de «objetores de conciencia urbanística», arreglaron sus casas con intervenciones fuera de la ley pero respetuosas con la fisonomía tradicional.   

El Ferraor. | Imágenes cedidas por José Ramón Viejo, fotógrafo mierense e investigador de la historia gráfica del concejo

El Ferraor. | Imágenes cedidas por José Ramón Viejo, fotógrafo mierense e investigador de la historia gráfica del concejo

La trampa en la que cayó Requejo devoró además un proyecto que, a decir de sus promotores y como reconocieron en su momento las autoridades locales, habría reforzado una marca turística ya potente como lo es la plaza sidrera, habría estimulado la aparición de nuevos negocios y habría contribuido de manera determinante, en suma, a la regeneración del barrio. En el otoño de 2000, Celestino Riestra y su socio, responsables durante décadas de la agencia de viajes «Mythos» en Mieres, comunicaban al gobierno municipal (PSOE-IU) su interés en convertir una de las mayores construcciones del interior de Requejo (el viejo almacén de piensos Casa Feito) en un hotel. Tendría entre 36 y 38 habitaciones, un diseño inspirado en la tradición y un modelo de negocio pensado para atraer turistas de fuera de Asturias que podrían utilizar el establecimiento y su pintoresco entorno como base desde la que viajar y conocer otros puntos de la región, aprovechando la posición central de Mieres y sus comunicaciones: a 18 minutos de Oviedo, a 30 minutos de Gijón, a 1 hora y 10 minutos de Llanes, Covadonga, Luarca...

La buena acogida municipal decidió a los inversores a cerrar la compra de Casa Feito. A partir de ahí, de las buenas palabras se pasó a los recodos del laberinto urbanístico. Fuera por razones exclusivamente técnico-jurídicas o por otras de índole política –se apeló en vano al interés público del proyecto para hallar un encaje legal que permitiera su desarrollo–, el Ayuntamiento no concedió la licencia. Y 17 años después, avanzado el deterioro de Casa Feito por las mismas razones regulatorias que hicieron enfermar al barrio, se conminó a los inversores a derribar el edificio. La factura fue de 38.000 euros.

¿Perdió ahí Mieres quizá el último tren para revitalizar y convertir el conjunto de Requejo en un modelo de regeneración urbana –respetando el «sabor a pueblo» que preconizaba Pepe Hierro– con alta proyección turística? Un arquitecto consultado para hacer este artículo considera verosímil que de la planificación urbanística que ultiman ahora las autoridades después de dos décadas de visicitudes salga pronto una nueva oportunidad para lo que hay detrás de la fachada sidrera. 

Ocurra lo que ocurra, cabe pensar que siquiera la plaza siempre estará ahí. Lo viene a decir una letra a la que pone música el reloj carrillón del Ayuntamiento de Mieres cada vez que da la hora: «Si quieres saber de mí, /toy na plaza de Requexu./ Soi de Mieres, soi de Mieres, /soi de Mieres del Camin./ Si pasar pases per Mieres,/ tengo invitate a un culín». 

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