El relato (y una demanda) de la viuda del inglés al que se llevó una ola en San Esteban: "Mi marido no murió por un selfie"

La necesidad de instalar sistemas de seguridad eficaces en el puerto de San Esteban

En el fondo, las olas, azotando en Semana Santa el espigón de San Esteban.

En el fondo, las olas, azotando en Semana Santa el espigón de San Esteban. / ELOY ALONSO / LNE

"Mi marido no fue uno de esos que perdieron su vida por lograr una foto o un selfie que ni siquiera intentó sacar". Así de rotunda se expresa la viuda del turista británico de 62 años que murió el pasado Jueves Santo arrastrado por una ola cuando se encontraba en el espigón del puerto de San Esteban (Muros de Nalón). Él y su esposa, vallisoletana, pasaban sus vacaciones en Asturias. A través de esta carta remitida a LA NUEVA ESPAÑA la mujer, que pide mantener el anonimato, aporta su relato de una tragedia de la que fue tristemente testigo.

Tras la trágica muerte de John, mi esposo, el pasado 28 de marzo en el espigón de San Esteban, era inevitable que alguien me señalara cómo el accidente había sido presentado por algunos, no todos, medios de comunicación. Testigos presenciales había muy pocos y el boca a boca acaba siempre cayendo en los típicos lugares comunes en el que ni son todos los que están, ni están todos los que son. Por ese motivo me siento obligada a presentar mi versión de los hechos que, aunque es sin duda subjetiva, seguramente es la más fidedigna de todas, centrándome simplemente en algunas frases utilizadas por los que tienen la buena intención de informarnos. "Los turistas vuelven a los espigones pese a las indicaciones", "algunos, sin embargo, se saltaron las restricciones establecidas por las autoridades", "haciéndose la foto de rigor", paseando "por un lugar desapacible e incómodo para caminar".

Se me comentó que la zona, para indicar peligro, había estado acordonada antes con una delgada cinta de plástico roja y blanca que algunos paseantes, aparentemente, habían hecho desaparecer, algo que al parecer sucede a menudo. En el accidente que nos ocupa, restricciones establecidas no había o, si las había, no se veían. Cuando nosotros iniciamos nuestro paseo por la parte baja y ancha del espigón, el sol lucía y había otros caminantes disfrutando de la belleza del lugar. Desde la distancia no habíamos visto todavía –el grueso muro de la parte alta del espigón nos lo impedía– ninguna ola de la magnitud de la que atrapó a mi marido; él no "se cayó al mar", sino que fue arrastrado al mar por el mar. Hay una pequeña diferencia de matiz en esto. Fue arrastrado por una ola traicionera como "si apareciera de la nada" (estas últimas palabras son puestas en boca de un lugareño cuyo testimonio recogieron los medios de comunicación en otra ocasión). Yo no soy de las que piensan que se pueden evitar todas las muertes, y soy consciente de lo temerario y aventurero que podía ser mi marido, gran amante de la naturaleza y del mar, en comparación con la temerosa y cauta vallisoletana que soy yo, pero algunas sí. Yo tampoco lo vi venir.

La responsabilidad personal existe, sin duda alguna, pero igualmente existe la responsabilidad civil para ayudar a calibrar mejor el peligro de lo que no se puede ver fácilmente

Muchos se calmarán comentando que el accidente le sucedió a un inglés ingenuo o incauto que no supo evaluar el peligro de forma adecuada, y habrá una parte de verdad en esto, pero yo quiero dejar constancia de que no fue uno de esos que perdieron su vida por lograr una foto o un selfie que ni siquiera intentó sacar; eso no puedo aceptarlo porque simplemente no fue así. Y las autoridades competentes no pueden simplemente esconder su cabeza debajo de la arena, y pasar la culpa a los "inconscientes" que hacen desaparecer del lugar lo que muchos juzgamos una medida insuficiente (¿una cinta de plástico que incluso el viento se puede llevar? ¿Una medida que ni siquiera los que vemos peligro por todas las partes podemos ver?). La responsabilidad personal existe, sin duda alguna, pero igualmente existe la responsabilidad civil para ayudar a calibrar mejor el peligro de lo que no se puede ver fácilmente. En este caso las "indicaciones o restricciones establecidas" no fueron ignoradas porque simplemente no estaban allí o no fueron claramente visibles. Para que estas tragedias sucedan con menos frecuencia, no solo se trata de "una cuestión de concienciación y educación", que puede que lo sea en parte; esta es una medida imprecisa y nebulosa en un intento de apaciguar nuestras conciencias, pero que resulta imposible de poner en práctica (¿cómo se podría hacer esto con todos los que visitan el lugar?). Mejor sería buscar medidas precisas y concretas que puedan ayudar a todos, tanto a los que conocen el entorno como a los que lo conocen menos.

No me gustaría volver a mi país de adopción, Inglaterra, sin dar las gracias a los servicios de rescate, a los habitantes de San Esteban y a todos los que allí me han apoyado, incluyendo los desconocidos que como nosotros visitaban y paseaban al mismo tiempo por esa parte del espigón. Me gustaría, sin embargo, saber en algún momento, que la muerte de John no ha sido en vano y que ha servido para considerar invertir en la instalación de un sistema eficaz de aviso de los peligros en la zona; y entonces, si alguien, a pesar de todo, decide ignorarlo y saltárselo porque se empeña en hacerse la foto de rigor, pues que todos podamos dormir con la conciencia más tranquila de que se hizo realmente todo lo que se pudo para avisar del peligro. Ojalá que este lugar de belleza incomparable sea principalmente conocido solo por eso, y por la amabilidad y hospitalidad sin parangón de los que allí tienen la suerte de vivir, y no por el número de muertes trágicas en la zona. Ojalá que las autoridades competentes escuchen mi ruego e instalen sistemas de seguridad que, aunque no eviten todas las muertes, las reduzcan.