Crónica de un día con los Reyes Magos
LA NUEVA ESPAÑA acompaña a Sus Majestades durante su paso por Castrillón y es testigo directo de la emoción de los ancianos y la pasión desbordada de los niños
Cuando me enteré no me lo podía creer. ¡Iba a ser el ayudante de los Reyes Magos! Gracias a la gentileza del Ayuntamiento de Castrillón, en mi condición de redactor de LA NUEVA ESPAÑA podría vivir de primera mano la llegada de Sus Majestades a tierras asturianas. El niño que habita dentro de todos nosotros se puso a dar saltos de alegría. Y es que iba a cumplir un sueño: conocer de primera mano a los Reyes Magos y acompañarlos durante su noche más importante.
Presa de los nervios, ya empecé a prepararme antes de las tres de la tarde. A los Reyes Magos no se les puede hacer esperar, por lo que conviene ser precavido. Por eso fui de los primeros en llegar al aeropuerto de Asturias, el lugar en el que los tres iban a aterrizar procedentes de Oriente. Cuál fue mi sorpresa que, cuando llegué, la pista de aterrizaje estaba llena de niños, deseosos de ver y saludar a Sus Majestades. Alguno que otro iba un poco rezagado, por lo que aprovechando mis privilegios de paje real recogí sus cartas para entregarlas personalmente, y que así nadie se quedase sin regalos.
Todo pintaba de color rosa, pero justo cuando el avión aterrizó con Sus Majestades a bordo, estalló una terrible granizada que a punto estuvo de chafar el esperado momento. Eso sí, los niños no cedieron ni un centímetro en su empeño por poder achuchar a Melchor, Gaspar y Baltasar. Ellos, agradecidos, se acercaron a verlos y, a pesar del agua, intentaron atender a todos los presentes. "No os preocupéis, ni el temporal nos va a parar, mañana tendréis todos vuestros regalos en casa", proclamó Gaspar.
La primera parada tras aterrizar fue el geriátrico de Piedras Blancas. Ahí, los más ancianos también pudieron disfrutar de la magia de la Navidad, algo que celebraron entre risas y abrazos compartidos con Sus Majestades. Uno de ellos, Faustino, no pudo contener las lágrimas de la emoción mientras Melchor y Baltasar le consolaban. Pasan los años, pero la visita real siempre cala en los corazones.
Aunque la lluvia amenazó con suspender la cabalgata, los Reyes no lo dudaron. "No podemos faltar a nuestra cita con los niños de Castrillón". Y por ello se subieron a sus carrozas y, junto a toda su comitiva, recorrieron las calles de Piedras Blancas, abarrotadas de niños que querían recordarles sus regalos, no vaya a ser que con el trajín del último día se les haya olvidado algo.
Y, tras el desfile, tocó la parte más complicada de todas: llenar Castrillón de regalos. Ahora solo queda esperar que todo el mundo este satisfecho con el paso de los Reyes Magos y que, tras el madrugón, todos puedan disfrutar de sus regalos.
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