Monchu, en primera persona

Evaristo Arce

Evaristo Arce

Siempre que tengo que hablar o escribir sobre Monchu(José Ramón García López, Villaviciosa,1936) pienso que no tengo nada nuevo que añadir a lo ya manifestado. Y siempre me equivoco; y cuando reincido, me desmiento inmediata y reiteradamente.

Para referirme a Monchu me faltan palabras y me falta tiempo. Cuanto más le trato, más le aprecio y cuanto más le conozco, más le valoro y más propiedades le descubro, como ocurre, al parecer, con el aloe vera. Y en el curso de ese proceso –emocional y racional–, han ido creciendo en mí hacia él, al unísono con mi amistad, un profundo afecto y una admiración nada reverencial y muy sentida y justificada.

"Astures, gens Hispaniae( iglesia local y nación histórica)",- su libro que ahora, por fin, ve la luz entre tinieblas– es una obra que no fue prematura, por consciente deliberación de su autor y también por la misma razón, tampoco llegó a ser póstuma. La trabajó día a día, año a año, no solo por el hecho material de la escritura, sino con la continuada indagación, meditación y confrontaciones y lo hizo con más desasosiegos que conformidades.

No quiso dejar en su texto vacíos por desconocimiento o inepcia, pero sí ha dejado en ese largo y fatigoso tránsito interrogantes, pistas y señales, que son como puertas abiertas para quienes quieran profundizar, con asentimiento o disidencia, en sus reflexiones, conclusiones, convencimientos y creencias y abrir nuevas vías de investigación.

En el principio, Monchu fue –y es– el fiu de Ramón el coxu; luego y al mismo tiempo, Monchu, el cura; más tarde, Monchu, el pintor, Y ahora todo el mundo sabrá, si es que alguien no lo sabía, que Monchu es también, escritor, ensayista, historiador…Un intelectual. Y un villaviciosino acreditado, querido, eminente y eminentemente popular.

Es polémico, sin pretenderlo y es polemista, sin pretensiones. Y en toda controversia, cualquiera que sea la materia y la tribuna, es comedido en el diálogo, cortés en las formas, enérgico en el argumentario, ingenioso en la réplica, ponderado y ocurrente en la expresión, flexible ante la razón ajena y comprensivo y benevolente ante la sinrazón, de cualquier procedencia.

Siempre tuvo claras sus prioridades y a ellas sirvió con orden y lealtad, en todos sus deberes y cumplimientos personales; es disciplinado, pero no sumiso-tampoco insumiso en términos de extrema rebeldía o beligerancia-, y si cuestiona, en algunos casos, a la jerarquía lo hace sin salirse de(la) madre(santa iglesia), ni faltar al respeto ni a la obediencia debida a la autoridad, no siempre competente.

Es un paisano en el más cabal y extensivo significado del término y es un erudito y cultivado pensador, en su más primigenia acepción. Y en las páginas, densas y reflexivas, de este libro deja constancia de ambas cosas, sin que una y otra se refuten o contradigan. Monchu escribe con pulcritud, aseadamente, con las certezas justas, las intuiciones necesarias, las dudas contadas y los datos pertinentes y electivos.

Para Monchu la vida es un ejercicio constante de aprendizaje y superación y en esa práctica hizo todo el bien que pudo y ningún mal adrede y ha hecho este libro por un impulso ético y vital y como una contribución casi testamentaria, fruto de una elaboración profundamente meditada, sin llegar a la obsesión, reiterada y casi repetitiva, desarrollada con interrupciones y altibajos en el transcurso de muchos años, en tránsitos muy cambiantes, con una dedicación desigual y el afán inalterable de que sus cavilaciones puedan hacer reflexionar a otros y, en general, sirvan a sus conciudadanos para conocer mejor su historia y lo que somos como pueblo en su texto y en su contexto, reconociéndose así en ella.

Monchu escribe a mano, con cuidada caligrafía, en libretas cuadriculadas, procurando ser ordenado y coherente. Es más vegetal que digital, resistente a las nuevas tecnologías pero no incompatible ni intolerante. Le gusta sentir físicamente la pulsión de la escritura y seguir su curso, unas veces con fluidez otras con vacilaciones o torpezas, y en todo momento con inevitables errores, tachaduras minuciosas y a veces arrepentimientos, instantáneos o tardíos, que se inmiscuyen en el relato, y en ocasiones se enmascaran entre tanta cita y no pocas alusiones bibliográficas y en situaciones extremas se precipitan, sin más, en el contenido, aprovechando las pausas e interrupciones propias de un escribano a tiempo parcial.

Como en toda su existencia, en su resistencia cultural a los lugares comunes y a lo políticamente correcto, Monchu ha procurado ser consecuente en su discurso, franco en su conducta, libre en sus juicios y siervo de la verdad y testigo de su tiempo. No es equidistante por principio ni contradictor por naturaleza. Por eso tiene más coincidencias que divergencias, más amistades que enemistades y más adictos que detractores, aún cuando algunos de ellos sean ajenos, contrarios o discrepantes con su línea editorial. No busca la complacencia- y menos todavía, la suya propia-, porque hacerlo sería un acto inútil y pecaminoso de arrogancia y egolatría con el pasado y con su misma biografía.

En el transcurso de casi dos décadas, Monchu ha ido cultivando, página a página, las miles de palabras de este libro que le justifica y le redime, le retrata y le enaltece. Por ello no se trata de una obra ligera o improvisada, ya que ha ido creciendo en el tiempo, como su autor, como él ha ido dando sus frutos por cosechas, no todas de vecería y no todas excelentes. Y lo que representa y simboliza su manufactura artesanal, al cabo de todo este tiempo, es la conclusión de un largo y lento proceso de crecimiento y maduración, hecho-y a menudo deshecho y vuelto a rehacer- en penumbra, silencio y soledad.

Monchu siempre está haciendo algo y siempre está disfrutando con ello. Por eso nunca se aburre ni se siente solo, ni desamparado. Tiene una intensa vida interior y una extensa vida exterior. Individualmente es autosuficiente y socialmente dependiente. Y cuando está más acompañado es en la meditación, practicada, al margen de la liturgia, como un diálogo doméstico y personal, no como un monólogo ritual, que se renueva mecánica y cotidianamente.

Entregado a la imprenta este libro, a Monchu todavía le quedan por delante, aunque ni el mismo lo sepa, retos que asumir. La edad no es un límite ni un impedimento, porque lo que importa, a fin de cuentas, es la fortaleza del espíritu y éste es el que mantiene a Monchu vivo…y coleando; es decir sano de mente, activo de cuerpo y libre de todo mal.