Drogas, realquileres y mordazas: así fue el crimen de María del Carmen, el más salvaje de los últimos años en Mieres

"Se cayó tía Carmen": el presunto autor de la paliza mortal, sin parentesco con la víctima, quiso hacerla pasar por un accidente

D. H. R., a su llegada al Juzgado de Mieres.

D. H. R., a su llegada al Juzgado de Mieres.

María del Carmen García era reservada, se relacionaba poco. Si podía ayudar en algo, ayudaba. Tomaba descafeinado, el café "normal" la ponía nerviosa. Era madre de dos chavales y la menor de tres hermanos. Estaba diagnostica de enfermedad mental y, en los últimos años, había empeorado. Llevaba tiempo sin pararse a hablar con sus vecinos de siempre, los del barrio de Santa Marina. Tenía sesenta y un años. María del Carmen García tuvo una muerte cruel.

Es la víctima de uno de los crímenes más salvajes que se recuerdan en los últimos años en Asturias. El presunto autor de los hechos, ya encarcelado, es un joven langreano. Su identidad se corresponde con las iniciales D. H. R., de 31 años. La Policía Nacional de la Comisaría de Mieres, en una rápida y diligente investigación, lo detuvo en menos de veinticuatro horas. Llamaba "tía Carmen" a su víctima, pero no eran parientes. La ató y la amordazó, presuntamente, hasta matarla a golpes. Los que recibió en el tórax y la cabeza fueron mortales, pero no falleció en el acto. D. H. R., según el auto judicial, dejó que agonizara.

El encuentro

María del Carmen y D. H. R. eran muy distintos unos años antes de encontrarse. A ella, la vida no la había tratado bien. Su primer matrimonio, del que nació su hijo mayor, había terminado de forma drástica. Ocurrió un hecho que marcó para siempre a la familia. Rehizo su vida con el padre de su hijo menor, pero tampoco salió bien. Terminaron por separarse. Ella y el hijo de ambos se mudaron a Ciaño.

No les iba mal, afirman los que les conocieron allí. Estaban bastante implicados en la vida social de la zona. Al chaval le gustaba el folclore, de hecho, estuvo en grupos de baile. En "Ruxidera" y en el de Olloniego. Ella ayudaba en la organización de eventos, parecía estar más animada. En unas fiestas, según vecinos de la zona, conocieron a D. H. R.

María del Carmen García.

María del Carmen García.

El langreano era aún veinteañero. Le gustaba el "press banca" y las motos, estaba fuerte. Era "un poco chulito", según sus amigos de entonces. Ponía "morritos" en las fotos de las redes sociales, estaba en "apps" de ligue. Presumía "de tener a todas las tías que quería". Su vida empezó a caer en picado, según la investigación, por el consumo de drogas.

Antes de la pandemia, el teléfono de María del Carmen sonó. Le dijeron que su expareja, el padre de su hijo menor, había muerto. Llevaba cinco días fallecido en el interior de su piso de Santa Marina, sin que nadie le hubiera echado en falta. El chaval heredó la casa, y María del Carmen decidió volver a Mieres.

Para entonces, el hijo menor de María del Carmen era ya muy amigo de D. H. R. Tanto, que el langreano llamaba a la mujer "tía Carmen". Ella decidió acogerlo, pero no formalizó ningún documento. No eran parientes, ni de sangre ni legalmente. La convivencia no empezó bien. Nunca pagaron la comunidad, los vecinos de Santa Marina no saben cómo mantenían los servicios básicos (agua, luz y calefacción). D. H. R., dicen en el barrio, empezó "con sus business" (negocios). Era "vox populi" que en la casa "se movía" droga. También que había realquileres por habitaciones, pedían ochenta euros. Llegó a haber anuncios en la red. "Venía gente extraña", afirman en los portales anexos.

De D. H. R., en el barrio, dicen que nunca dio problemas. Es más, "parecía majo". Pero solo parecía, porque cuando llegaba a casa los gritos se escuchaban desde fuera. Había broncas. La situación fue de mal en peor. Cada día convivían "más al límite". D. H. R. ya no era el chaval "cachas" que presumía en redes sociales, se quedó escuálido. Ya no era "un poco chulito", sino "manifiestamente violento". La salud mental de María del Carmen también cayó en picado, los vecinos apenas veían a su hijo menor por el barrio.

El entorno da por hecho que D. H. R. era el que "partía la pana, el que mandaba". "Chuleaba todo el dinero que tenía ella", afirman familiares de la víctima. El caso es que fue detenido solo dos semanas antes del crimen, acusado de tráfico de drogas. Aquel día hubo en la casa "un lío muy gordo", afirman los vecinos. Tan gordo que acudió la Policía Nacional, además de bomberos y una ambulancia. Las diligencias de la Policía fueron "impecables", según fuentes judiciales, pero D. H. R. quedó libre. No había cargos suficientes para enviarlo a prisión.

La puerta de la casa, con el precinto policial.

La puerta de la casa, con el precinto policial.

De vuelta a las andadas. O no. Porque María del Carmen dijo "basta". "Llevábamos tiempo diciéndole que lo echara, pero creemos que le tenía miedo", apunta la familia de la mujer. Le quitó las llaves, D. H. R. se quedó sin su sede de "trapicheos". Días antes del crimen, fue visto entrando y saliendo de la casa de María del Carmen por la ventana. Se ayudaba del canalón para alcanzar el primer piso. "No entendemos por qué ella no cerraba la ventana", comentan en el barrio. El joven llegaba a la casa, "montaba una bronca", y salía.

Pero el jueves pasado, la violencia escaló hasta lo impensable. D. H. R. llegó a la vivienda y, presuntamente, la revolvió. Puede que María del Carmen le pidiera que parara, pero nadie podía escucharla. En ese portal de Santa Marina vive ya muy poca gente. Aún así, según la investigación, María del Carmen fue amordazada para que no pudiera gritar. Tenía las manos atadas. Totalmente indefensa, recibió una paliza brutal. Tenía golpes por todo el cuerpo, los del tórax y los de la cabeza fueron mortales. Aún así, tardó en morir. Según el auto judicial, el sospechoso pudo llamar a la Policía o a un médico para salvarla. No lo hizo, eligió dejarla agonizar hasta la muerte.

D. H. R. llamó luego a varios conocidos del barrio. Repitió una versión de los hechos que nadie podía creer: "Cayó tía Carmen, cayó tía Carmen". Lo de la caída les sonó tan raro, que uno de ellos llamó a la Policía Nacional. Tuvieron que entrar por la ventana para dar con María del Carmen, que estaba en el suelo. Ya no tenía vida. De D. H. R. no había ni rastro, aunque tardaron poco en localizarlo.

En menos de veinticuatro horas, el sospechoso ya estaba detenido. Fue, en todo momento, muy agresivo. Al llegar al Juzgado de Primera Instancia e Instrucción, insultó a los periodistas. Dio patadas y golpes en el interior del coche policial, estaba como una fiera. El juez, de acuerdo con la Fiscalía de Asturias, decretó su entrada en prisión sin fianza. Entró en el coche policial, de nuevo, dando gritos e insultando.

María del Carmen se despidió de la tierra en el más absoluto silencio. Se fue sin esquela, sin velatorio, sin aglomeraciones. Solo sus familiares más cercanos pudieron darle el último adiós.

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