Carmen, cien años desde el sur al norte

Una larga vida cargada de dignidad y el afecto de familiares y amigos

Miguel Ángel Fernández

Miguel Ángel Fernández

Todavía estos días de atrás, lluviosos y fríos, recordaba los tiempos de la niñez en que tenía que ir a la recogida en los campos de olivos. Los dedos ateridos, los sabañones, para seguir luego la tarea en el hogar.

Carmen Aceituno nació en Martos (Jaén) en el seno de una familia campesina, numerosa como solían ser entonces, con 12 hijos. En cuanto se sostuvo de pie tuvo que trabajar en la casa, mirar por sus 8 hermanos menores y ayudar en el campo. No había tiempo para la escuela. El hermano mayor le fue enseñando a ratos libres lo que buenamente pudo: aprender a firmar y poco más.

La dureza de esa vida le regaló una mala salud de hierro. A pesar numerosas dolencias temporales, ha llegado a cumplir los 100 años pletórica de energía, feliz con sus dos hijos, Gregorio y Carmen, cuatro nietos, cuatro bisnietos y numerosos familiares llegados de Alicante, Madrid y otros puntos de España, como merece la ocasión.

Se casó con José Rodríguez Conde, trabajador del campo serio y responsable, por lo que llegó a ser manijero (encargado), si bien prefirió dejar la mal pagada azada y pasarse a la pintura industrial. Con sus hermanos anduvo por medio país en una contrata de Renfe para el mantenimiento de los postes del tendido eléctrico.

Con dos niños no era muy adecuada esta vida trashumante, así que, trabajando en Puente los Fierros, prestó atención cuando le hablaron de entrar en Proquisa, antecesora de la actual Bayer. Era entonces Langreo potencia industrial de primer nivel, había trabajo abundante, si bien las condiciones laborales no eran las mejores. Aceptó el empleo aun cuando el salario era muy inferior a lo que ganaba habitualmente.

El aluvión de gentes de Andalucía y otras regiones generó un problema crónico de vivienda. La familia se asentó en la localidad de Lada, en una habitación "con derecho a cocina", que era lo habitual. De ahí consiguieron una casa de verdad en Pelabraga, con arrendadores más humanos, espacio suficiente y una pequeña huerta.

Carmen bajaba y subía cada día a dejar o recoger los niños en el colegio, y a llevar el almuerzo a José, que comía en el bar de Casa Carola, al lado de la factoría.

No tuvo más remedio él que pluriemplearse, apuntalar el sueldo de la química con trabajos como pintor a domicilio. Para cumplimentar los encargos le fue necesario comprar una bicicleta, una BH negra. Su hijo, Goyo recuerda con emoción aquel vehículo, un lujo para un obrero en aquellos años. Toda la familia ha conmemorado con Carmen estas vivencias y ha brindado por seguir celebrando su aniversario.

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