Un cura con imaginación pastoral

La huella que deja Enrique Álvarez Moro, fallecido párroco de Turón

Javier Gómez Cuesta

Javier Gómez Cuesta

Estábamos preparándonos en la parroquia de Santaya de Gijón para el funeral de José Manuel, "El Peque", el cura de Jove, con el sentimiento triste a flor de piel, cuando salta en el grupo la noticia de que murió Enrique, el cura de Turón. ¡Un mazazo! Todos a la vez, consternados, preguntábamos cómo y de qué. Ante el desconcierto alguien apuntó que de accidente, añadiendo alguno sus dolencias cardíacas que padecía últimamente. Hay días muy tristes; y el viernes, para la diócesis y el presbiterio diocesano, fue uno de ellos.

Enrique es un sacerdote joven, solo de 41 años. Nació el día de San José del año 1981. Algo dejó el santo en este cura que, entre las muchas virtudes, tenía la de una activa paternidad con sus feligresías. En las parroquias que estuvo, le quisieron y estimaron como un padre que se sacrifica para que crezcan y que sabe dar lo que necesitan.

Llevaba solo once años de sacerdocio. Es posterior a mi dedicación como profesor del Seminario y como vicario general, por lo que se me escapan muchos detalles de su vida, aunque fuera oriundo de Gijón.

Por suerte para los pueblos de las Peñamelleras (17 parroquias) ejerció la etapa de diaconado en Panes, donde guardan viva su memoria y recuerdo. Kike, que es su nombre popular, es jovial, espontáneo, de fácil sintonía, que sabe adivinar lo que les gusta a las personas y cómo entablar esa relación cercana y confiada con ellas. Pronto le sintieron como de los suyos. Al finalizar esos meses, el 5 de junio de 2011, cuando recibió la ordenación sacerdotal en la Catedral de Oviedo, medio pueblo le acompañó llevando al frente al alcalde que pidió al arzobispo su continuación. No fue posible.

Enrique Álvarez Moro en la iglesia de Turón.

Enrique Álvarez Moro en la iglesia de Turón. / Javier Gómez Cuesta

Sería la Unidad Pastoral de Teverga (15 parroquias) la afortunada. En cuatro años Enrique se ganó el que, por lo que fue para ellos, le despidieran con lágrimas. Su acierto era estar atento y cercano a las personas, acompañarlas en su vida. Cuentan los anales que, en un concierto de la soprano Tina Gutiérrez el día de Reyes, en la Colegiata, acabó cantando con ella el "Gijón del alma". Tenía una preciosa voz con la acompañaba las celebraciones haciéndolas festivas y gozosas.

Es enviado a Roma para prepararse como profesor del Seminario. Estudia Patrología, los escritos y enseñanzas de los Santos Padres de la Iglesia primitiva, que es como sumergirse en los orígenes de la Iglesia.

Después de tres años, con la mochila repleta de buena doctrina, se le destina a la UP de Turón. Se hará popular por su creatividad e imaginación pastoral. Lee bien la realidad social y eclesial de "esa que ves, ay dolor" cuenca minera en precipitado declive y busca responder a las personas. Con gestos sociales, cocinando para los ancianos solos y con las redes sociales que manejaba muy bien invitando a orar y celebrar "on line", paliando así el confinamiento de la pandemia. Su experiencia e imaginación se hizo viral, hasta televisiva asomándose en el canal TRECE.

Enrique era un cura para estos tiempos de transición. Sabía compaginar lo tradicional y lo nuevo. Cuidando las antiguas devociones en atención a los mayores, sabía entroncar con la gente nueva. Ha sido una pérdida dolorosa para nosotros. Más, en estos tiempos recios y escasos de vocaciones y de entrega generosa a los demás. Veía en él una persona con lucidez de futuro. El Señor nos lo prestó por poco tiempo. Por el testimonio de su vida, es fácil convencerse de que desde el cielo nos acompaña. Era de los de las bienaventuranzas.

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