Hace poco tuve ocasión de preguntarle a Alfredo Di Stéfano por Messi: «Rapidísimo», contestó lacónico. Ante mi cara de insatisfacción por la parquedad de la respuesta, se explayó: «Listo. Y muy vivo». Eso fue todo, que no es poco viniendo de quien viene, siempre tan contenido en el elogio como escueto en la crítica, pero locuazmente expresivo con los gestos. Había que verle. En tres trazos, La Saeta bosquejó al «10» del Barça. En efecto: lo que hace Messi, incluidos regates, amagos y remates, lo hacen algunos. A la velocidad que él lo ejecuta, nadie. A los genios del fútbol les distingue la rapidez de pensamiento y de elaboración: el propio Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona y, ahora, La Pulga. Su gol del sábado en el Santiago Bernabeu fue una combinación exacta de celeridad y astucia.

Cuando marca un gol, Messi señala al cielo con ambos índices, cuentan que en homenaje a su difunta abuela, y la atención mediática se ceba en él. Instantes después, esos mismos dedos suelen apuntar a Xavi, ese pequeño cofre que guarda los grandes secretos del fútbol. Ningún niño quiere ser Xavi y todos hemos soñado alguna vez con que, enfundados con la camiseta del equipo de nuestros amores, agarrábamos la pelota en el área propia, nos limpiábamos a cuantos enemigos nos salían al paso y ya plantados ante el portero rival le batíamos de un zurdazo a la escuadra, logrando el gol decisivo de la temporada. Esa fabulación la cristaliza Messi, una imagen frágil que nos remite a la infancia, al juego fresco, individualista, divertido, espontáneo. Xavi, en cambio, no tiene nada de onírico. Al contrario: representa todas las virtudes del fútbol serio, del juego colectivo, del de verdad. Xavi es el artífice de ese ecosistema perfecto para Messi llamado Barça, en el que el argentino crece y se desarrolla a placer. Sin Xavi, Messi no sería lo mismo. Con Xavi, los buenos se transforman en superlativos y a su lado mejoran hasta los tuercebotas. Durante la semana previa al derbi, algunos analistas, ofendiendo a la inteligencia, osaron establecer una comparación entre él y Guti(érrez), señalándolos como artífices del estilo de sus respectivos equipos. Ahí tienen el resultado: el Madrid, con el rabo entre las piernas. Quien marca el estilo del Madrid es Cris (en eso se ha quedado, por ahora, Ronaldo), en su condición de icono del megaproyecto de Florentino & Valdano Inc., y los 250 millones de euros malgastados en fichajes. Pero en lugar de buscar al presidente como responsable de un reiterado desastre, sus escudos mediáticos insisten en señalar a Pellegrini. No sé si, con su persistente ofuscación, son conscientes del gran favor que le hacen al Barcelona, pero allá ellos si no escarmientan. El Barça está a punto de soltar el lastre que arrastraba con el politiqueo barato de Laporta; el impotente CR sigue ganando amigos con su desafiante chulería, en contraste con la casi humillante sencillez del portentoso Messi... El futuro blaugrana pinta brillante; el panorama blanco, oscuro.