El incipiente cambio de modelo productivo y la desaceleración de China (que aportó el 30% del crecimiento mundial durante la Gran Recesión) es un factor adicional de la ralentización en el proceso de salida de la crisis, junto con los propios estragos que ésta causó y que es preciso aún restaurar para restablecer la nueva base sobre la que impulsar el avance. La lentificación china resta apoyo a la marcha mundial de forma directa y también por vías indirectas: ha contribuido a deprimir los precios de las materias primas con menos compras (lo que impacta en Latinoamérica, que está en su quinto año de retroceso, y en otros emergentes) y de bienes intermedios como el acero con más ventas a bajo precio.

El hundimiento de las cotizaciones de los productos básicos (a lo que ayudó una "guerra" por cuotas de mercado en el caso del crudo) frenó inversiones productivas (las de exploración petrolífera cayeron de los 100.000 millones de dólares en 2014 a 40.000 este año), disminuyó la de los fondos soberanos e indujo a países como Arabia Saudí a anunciar un gran plan de austeridad y de freno de inversiones en infraestructuras y otros fines.

En el lance por romper el cerco al crecimiento, el G-20 pidió en Hangzhou más innovación para aumentar inversiones y productividad. Y algunos economistas, como Adair Turner, han planteado reorientar la expansión monetaria para que los bancos centrales financien directamente planes estatales de inversión. Esto rompería la distinción entre política monetaria y fiscal (un tabú que ya ha sido quebrantado, según la ortodoxia alemana) pero lo justifican para generar demanda, empleo y aumento del PIB.