Filoetarras e independentistas

Ricardo Gayol

Ricardo Gayol

En la última campaña electoral lo hemos vivido intensamente. Ha pesado mucho más esa propaganda ficticia que la irrupción de la extrema derecha como muleta agresiva acoplada a un PP desesperado por su ausencia del poder y que ahora considera llegado el momento del relevo. Pero ¡cuidado con el relevo! Porque ahora no van solos, lo que tampoco tranquilizaba demasiado, sino que su acompañamiento ultra es de alto voltaje y, por tanto, nada intranscendente. Lo primero que hay que aclarar es que la acepción de filoetarras aplicada a EH-Bildu es una apreciación categórica bastante falsa e intencionadamente referida a un pasado de más de doce años de nuestra reciente historia. ETA aplicó su último alto el fuego desde el 10 de enero de 2010, declaró el cese definitivo de la violencia armada el 20 de octubre de 2011 y llevó a cabo su disolución en abril de 2018, con aquella frase concluyente de Josu Ternera: "ETA nació del pueblo vasco y se diluye en el pueblo vasco". Una expresión clara de la nueva situación, por más que el autor resulte poco aceptable.

Pero es verdad que no hubo ni un solo brote de vuelta a la violencia, ni siquiera residual, como ha ocurrido en otros casos semejantes. Por ello, la incorporación de EH-Bildu a la vida política institucional es un éxito rotundo del sistema democrático como mecanismo de encuentro entre todas las opciones políticas que conforman el marco jurídico-político del Estado.

Más aún sus aportaciones a la actuación social del gobierno han sido meritorias y eso ha contribuido además a la gobernabilidad en tiempos difíciles para toda la ciudadanía.

Pero en EH-Bildu conviven muchas sensibilidades en un pluralismo saludable. Muchas de ellas se opusieron a ETA sin recato, sin dejar de mantener su ideario político. Tampoco todas son independentistas en el mismo grado, otra cuestión que incide mucho en su praxis política marcada por la agenda social.

De otro lado, el otro independentismo, el catalán, después de la dura experiencia del "procés", ha serenado su acción política, fijando elementos de adecuación a una estrategia de gobernar la Generalitat con el equilibrio difícil que las urnas les brindaron. ERC ha sido valiente para tomar la mecha del pragmatismo, con un pie en las instituciones y otro en la Mesa de Diálogo para lograr pacificar la política y buscar nuevos caminos a su proyecto. Es cierto que esto se ha producido en medio de una división clara dentro del independentismo, pero quizás ese incidente sea necesario para un posterior encauzamiento del conflicto. Pues el fenómeno independentista no va a desaparecer del panorama político, si bien debidamente articulado, puede ser administrado con coherencia, legalidad y democracia.

A todo esto, ¿cuál ha sido el pecado mortal del gobierno de coalición? Sencillamente, se ha tratado a EH-Bildu como un grupo más del arco parlamentario, acordando con ellos medidas progresistas en la línea social y democrática del Gobierno. Y se ha negociado con ERC el mismo tipo de propuestas, más aspectos del ámbito catalán que requerían un nivel de excepcionalidad derivada de los vestigios del procés, que era necesario implementar para superar aquella crisis de Estado, lo cual se logró con un importante balance positivo, sin necesidad siquiera de que la Mesa de Diálogo hiciera grandes anuncios, cosa que quizás hubiera sido deseable, pero que la alta moderación de Sánchez no llegó a contemplar.

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