Púlpitos y asturianía

Ecos de la misa de Covadonga: difícil convivencia entre tradición y laicismo

Maribel Lugilde

Maribel Lugilde

Si el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, quiere colocar en una posición tan incómoda al presidente del Principado, Adrián Barbón, que finalmente decida suprimir la presencia institucional en la misa de Covadonga con motivo del Día de Asturias, acierta de pleno: con buen criterio, lo estará madurando.

Va también por buen camino si intenta, de paso, depurar a quienes, con ánimo festivo, acuden a dicha cita por tradición y hasta con talante de aliento espiritual, pero acaban sometidos a una situación enojosa para sí y para otros. Entendiendo que allí no se les espera si no es dispuestos a expiar unas culpas que van de lo universal a lo particular, que ni se plantearon ni reconocen. Se debieron "autodepurar" unos cuantos.

Pero no creo que Sanz pretendiera ninguna de las dos cosas. Quizás no le importe que sucedan –lo cual ya es preocupante– pero no las buscó. Simplemente quiso aprovechar la oportunidad que brinda homilía tan señalada, con tal repercusión mediática. Y se entregó a lo que consideró una muy necesaria reprimenda urbi et orbi por la dirección que lleva el mundo, las políticas de los políticos y el, a su juicio, alarmante estado de opinión de las personas.

No es la primera vez que ocurre en el Día de Asturias –la reprimenda y el revuelo– así que hay que deducir que la reincidencia es intencionada. Sanz considera que hace lo que debe, por encima de todo y de todos. Contrariado, afligido por el rumbo de las cosas, ejerce el que considera que es su papel. Parece obvio que lo seguirá haciendo, vale más que tomemos conciencia. Si alguien cerca del prelado ha intentado que ampliara su mirada sobre la cuestión, ha fracasado.

Así que, por una parte y en general, he aquí un nuevo cañonazo a la terca esperanza que muchas y muchos tenemos en una armonización de la Iglesia católica con los tiempos, proceso en el que el papa Francisco apunta maneras aunque –he aquí la prueba– sin llegar a calar en la estructura, que es donde se ha de encarnar la transformación.

Por otra, y en relación al Día de Asturias, la actitud de Sanz es de renuncia obstinada a entender el papel de esos espacios de encuentro entre lo institucional y lo religioso. Unas intersecciones cada vez más acotadas por la lógica disciplina de laicidad en la gobernanza pública. Si ciertas excepciones son entendibles, funcionan bajo la premisa de ensalzar lo que une y eludir lo opinable.

Obviar deliberadamente esto es un error: el espacio común se acabará cerrando y la culpa será de quien cree que el púlpito, el día de la exaltación de la asturianía, permite reconvenir al presidente e indicarle el camino correcto de sus políticas.

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