Opinión | Otra historia local

El Gijón de Madoz

Una joya es el clásico «Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones en Ultramar», obra en quince volúmenes, editados entre 1845 y 1850 y cuyo autor es el navarro Pascual Madoz e Ibáñez. Este escritor y político pamplonés (que llegó a ser Ministro de Hacienda) coordinó la inmensa tarea gracias a la cual sabemos infinidad de cuestiones sobre cómo eran las ciudades y pueblos de España en esos años.

El tomo sexto incluye diez páginas dedicadas a la ciudad de Gijón. Por ejemplo, respecto a los ríos, nombra el riachuelo de poco caudal llamado Estaño, el Peña de Francia, el riachuelo Tremañes, el Cutre que con el tiempo conocimos como Cutis, y el de Aboño. «Las calles de Gijón –dice Madoz– son, en lo general, anchas, rectas y bien empedradas, pero en algunas se halla deteriorado el piso a consecuencia de los acarreos del carbón que es conducido hasta el embarcadero».

Habla del edificio del Ayuntamiento –no del actual que no existía– y de la cárcel (donde la actual Torre del Reloj) que considera como el edificio más antiguo de Gijón, pero muy deteriorado. En cuanto a capillas no señala la de Santa Catalina, pero sí otras varias: Guadalupe, Los Remedios, La Soledad, La Barquera, La Trinidad, La Santa Cruz (junto a la calle Corrida antes conocida, precisamente, como calle Ancha de la Cruz), La Concepción, la de Santa Rosa, la del Carmen, la de Begoña, la de La Consolación y la Colegiata de San Juan Bautista.

Se detiene Pascual Madoz en «un arco muy elevado con dos puertas laterales que aumentan su aspecto y con el blasón de armas de la Villa», es decir en la Puerta de la Villa situada, en esos años, en el final de la calle Corrida. En ese tiempo del año 1850 tenía Gijón 6.200 habitantes. Termina con una reivindicación ecologista pidiendo que se repongan «las hermosas alamedas que tenía la ciudad en las salidas hacia Ceares y Tremañes» y que habían sido taladas a partir del año 1836.

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