Entrevista | Valentín Murúa Urólogo

"Si no me llego a lesionar en el tobillo habría sido futbolista"

"La mayor alegría que se llevó mi padre fue cuando le dije ‘aitá, voy a estudiar Medicina’, y cuando le dije ‘soy médico’ fue la repera"

Valentín Murúa

Valentín Murúa / Luisma Murias

Javier Cuervo

Javier Cuervo

Pionero en los trasplantes, veterano en el golf

Valentín Muruamendiaraz Fernández (Vergara, Guipúzcoa, 1948) llegó a Oviedo hace medio siglo. Es un pionero de los trasplantes en Asturias y fue jefe de servicio de Urología del Hospital de Cabueñes en Gijón. 

Cuando llegó de MIR al Hospital General Asturias, la bordadora le preguntó qué nombre le ponía en el bolsillo de la bata y él le respondió: «Cómo va a trabajar mucho póngame, en lugar de Muruamendiaraz, Murua. Y quedé con Murua».

Es pionero en los trasplantes en Asturias porque participó en el primero que se hizo de riñón y de cualquier otra especialidad, el 24 de marzo de 1983.

Trabajó en el Hospital General, en la Residencia Sanitaria y desde 1994 en el Hospital de Cabueñes (Gijón)

–Nací en Vergara (Guipúzcoa) el 14 de septiembre de 1948. Tuve un hermano, Eduardo, 13 años mayor y apenas coincidimos en la vida.

¿Cómo era Vergara?

–Un pueblo próspero muy trabajador. Como Eibar era conocido por las armas y las bicicletas o Elgoibar por las máquinas de coser "Sigma" y "Singer", Vergara estaba especializado en tela de mahón para hacer fundas de obrero -por eso existe el color Vergara- y derivó a la tela de los vaqueros que se mandaba a Cataluña. Tenía 25.000 mil habitantes, 6 fábricas de textil y unos altos hornos que hacían el acero para que en Mondragón, ahora Arrasate, fabricaran llaves.

–¿A qué se dedicaban en su casa?

-Mi padre, Mateo Muruamendiaraz, conocido como Mateo Murua, fue taxista una época -le llamaban y hacía transportes a San Sebastián- pero fue muy conocido como el intendente de Empresas Unidas quellevaba el frontón de Vergara, de pelota a mano. Había partidos todos los miércoles. Ahora, Arguiñano hizo otra especie de sociedad de pelotaris.

–Explique mejor eso, por favor

–Empresas Unidas tenía un cuadro de pelotaris que distribuían para jugar en Guipúzcoa, en Vizcaya, en Álava. Mi padre hacía los partidos. Se apostaba un horror y la gente que tenía pasta y no quería que le vieran en los frontones daba el dinero al que iba con la indicación de "apuéstame esto por los rojos" o "los azules".

–¿Su madre trabajaba?

–Tenía una tienda de ropa de las que había en los pueblos, que lo mismo vendía unas bragas que un jersey. Trabajó mucho y era muy emprendedora. Consiguió tener otra tienda y yo la ayudaba en vacaciones con los números, porque la gente le iba pagando y le decían "Nieves, toma 50 pesetas". Era de Vergara. Su familia venía de Ampuero (Cantabria).

–¿De dónde venía su padre?

–De un pueblo al lado de Vergara, Anzuola. Era muy callado, muy trabajador y muy metido en sí. Muy callado también conmigo. Estaba mucho fuera por trabajo: iba a Eibar, a Vitoria, a Logroño por San Mateo y a Zarauz los domingos que había partido, sobre todo en verano.

–¿Y su madre cómo era?

–Un encanto, muy cariñosa conmigo, siempre pa’lante, muy dedicada sobre todo a mí.

–¿Ambiente ideológico en casa?

–Mi padre nunca habló de política. Había estado en la guerra con los nacionalistas vascos, que le habían detenido en Laredo cuando fueron a coger los barcos para marcharse y pasó unos meses en la cárcel.

–¿Eran religiosos en casa?

–Sí, los dos de misa los domingos. Yo nunca he sido muy religioso.

–¿Se hablaba euskera?

–En casa no, aunque mi padre lo hablaba cuando salía con los pelotaris y mi madre también con alguna clienta. Nunca hablé euskera, aunque lo entendía.

–¿Qué niño fue usted?

–Muy futbolista.Todo el día haciendo deporte. En colegio lancé jabalina, salté triple… Mis padres estaban encantados de que aprobara curso por curso. La mayor alegría que llevó mi padre fue cuando le dije "Aitá, voy a estudiar Medicina". Cuando le dije "soy médico", fue la repera.

–¿Dónde estudió?

–Fui interno a los marianistas de Vitoria a los 12 años. Lloré las siete primeras noches porque pasé, de repente, a no estar con mis padres.

–¿Qué tal le recibieron?

–Bien. Siempre me he adaptado. El colegio era bueno y los marianistas, bastante liberales. Éramos unos cien internos, la mayoría vascos de los pueblos. Se comía bien, muchas naranjas de los marianistas de Valencia, a los que los de Vitoria mandaban patatas. Se pasaba muchísimo frío, porque lo tiene Vitoria, tan calurosa en verano. Se quitaba metiéndote en la cama y arrugándote.

–¿Había libertad?

–No. Los días de labor no se salía; un domingo nos llevaban a ver al Alavés cuando jugaba en casa y el otro venían tus padres y salías a comer.

–¿Chicas?

–Las ursulinas estaban en frente y nos saludábamos desde los balcones.

–¿De qué equipo era usted?

–De la Real y lo sigo siendo. El equipo de fútbol del colegio se llamaba el Pilar. Yo era defensa. Quedamos campeones de Álava dos o tres años seguidos. Se vivían mucho el fútbol y el minibasket. El primer campeonato de minibasket que hubo en España se celebró en Madrid y lo ganó el colegio. Los entrenaba Lasso, que fue jugador y padre de Pablo Lasso, entrenador del Real Madrid de baloncesto muchos años. Fui internacional de fútbol de la FISEC, la selección escolar de España. Me seleccionaron y jugué contra Francia y Alemania.

–¿Sabía que quería estudiar?

–Una tía de Bilbao siempre me decía "estudia farmacia, que se gana mucho dinero", pero la medicina me gustó desde el bachiller superior.

–¿Que hacía en los veranos?

–Mis padres veraneaban en Ondárroa en agosto. Me organizaba la fiesta con los amigos que tenía en Vergara. Nos llamaban "los estudiantes": uno hacía ingeniería en Bilbao; otro, veterinaria en León... formamos una cuadrilla de 10 y salíamos a vinos.

–Siguiente paso.

–Como había sido internacional con el equipo del colegio, me fichó el Zaragoza juvenil. También me quería fichar el Granada que tenía facultad de medicina. Entonces no había Medicina en el País Vasco. Empecé la carrera en 1966, con 17 años, estuve un año jugando y no hice más ese curso porque sólo aprobé una asignatura.

–¿Qué tal fue el fútbol?

–Bien, pero me lesioné un tobillo y todo se fue al garete. Me habían pasado al Aragón, que era el equipo filial del Zaragoza. Me quisieron operar, visité al médico de la Real y del Atleti, me dijeron que no merecía la pena y empecé a olvidarme del fútbol. Si no me llego a lesionar probablemente hubiese sido futbolista y no hubiese acabado la carrera.

–¿Cómo llevó lo de la lesión?

–Fue un poco trauma, pero me mentalicé -se acabó, he tenido mala suerte- y empecé a estudiar.

–¿Ganaba dinero con el fútbol?

–En el último año, nos fichó el equipo de un pueblo que está al final de Aragón, Zaidín, de regional. Nos ficharon a tres que jugábamos en la selección de Medicina y nos pagaban 500 pesetas cada partido, nos mandaban un taxi del club y nos daban de merendar. En 1968, con mil pesetas al mes más las chapas que dabas a tus padres para que te mandaran dinero vivías bien.

–¿Era exigente el fútbol?

–No como ahora. Podrías tomar copas después de los partidos y los fines de semana en Zaragoza bebíamos mucho. Íbamos a muchas fiestas, de fin de carrera de las chicas, de los chicos, de ciencias…

–¿Dónde vivía en Zaragoza,

–En el Colegio Mayor Juan XXIII, donde entramos cien y nos expulsaron a 99 porque estábamos todo el día de follones y copas. Fui a una pensión en la avenida de Valencia con tres compañeros. La patrona tenía un bar donde nos daba de comer.

–¿Cómo era Zaragoza?

–Militares españoles, militares americanos altos y su PM que venían a recogerlos borrachos…. Una ciudad de paso a Cataluña, al País Vasco, a Madrid en la que se hacía noche.

–¿Cuándo eligió la urología?

–Sólo había cátedras de urología en Madrid, Salamanca, Barcelona, Zaragoza y no sé si en Granada. En lugar de 30 asignaturas que tenía toda la carrera, estudié 31 porque dábamos urología en sexto, mientas que en otras facultades estaba metida dentro de la quirúrgica. Me gustó entonces y la elegí.

–Cuándo acabó la carrera?

–En septiembre de 1973 y el 4 de noviembre estaba en Oviedo para ser médico interno residente del Hospital General. Había jugado al fútbol con la selección universitaria en el CAU. Conocí "La Paloma" tomando sidra y viendo los percebes.

–¿Cómo dio con Oviedo para trabajar?

–Era muy amigo de Chus Otero [posteriormente coordinador de trasplantes en Asturias durante 31 años], que era maño y algo mayor que yo. Trabajaba en Oviedo y me llamó: "Valen, puede que haya una plaza libre de interno mixto en el Hospital General, si quieres venir". En aquella época era así.

–¿Primera impresión?

–Vine en un Mini de segunda mano que me compró mi padre al acabar la carrera, aparqué y tomé mi primer café en la cafetería Zoska, en la avenida de Galicia 11.

–¿Venía para quedarse?

–Por 3 o 4 años, los que durase la especialidad. En 2023 hizo 50.

–¿Qué le pareció Oviedo?

–Siempre me ha gustado. El carácter de los asturianos es bastante parecido al vasco y me he llevado bien con la gente. Ahora no me gustan las cuestas.

–¿Y dónde se instaló?

–Dormí en el hospital dos años. La Diputación no metía muchas pesetas en el hospital y todos esperaban la apertura de la Residencia Sanitaria porque en el seguro habría más dinero. Marcharon servicios enteros: plástica de De Manuel; trauma con López Fanjul...

–¿Cómo fueron los dos años?

–Trabajé mucho y lo pasé muy bien. Coincidí con dos residentes Paco Lovaco y Teo Mayayo. Era jefe José María Junquera Villa, que echaba muchas broncas. Había gente maja, pero algunos jefes de servicio eran dioses: Fernando Alonso Lej, de cardiología; José Luis Fernández Cabaleiro, de ginecología y Junquera... Iban todos los miércoles a jugar al golf a Castiello (Gijón). Yo era consciente de que tenía que ser así y a tragar. Hacíamos guardias día sí, día no. Roté por medicina interna, por cirugía general y quedé en urología.

–¿Y la vida fuera del hospital?

–Mucho "Aristos", en la calle Asturias; "Faust", junto al Club de Tenis y luego "Carillón", en los bajos del teatro Campoamor. Salía a cenar y a tomar vinos por el Artabe y la calle San Bernabé con Paco Gallo, hermano de Luis y de Arturo, el que abrió Casa Arturo. Tenían la concesión de las cafeterías del Hospital. Murieron en dos años. Con Paco compartí piso en la calle Matemático Pedrayes.

–¿Volvía al País Vasco?

–Siempre he mantenido el vínculo: mis amigos de la carrera y sus mujeres comemos en primavera, en Donosti, y en otoño, en Bilbao. Mi padre pasó en mi casa de Oviedo muchos meses de octubre con una tía mía de Ampuero. Tengo dos sobrinos, uno danzari.

–Acabó la especialidad y...

–Fui el primer residente de urología de la Residencia Sanitaria con Feliciano Alonso Sainz de jefe de servicio. Estuve 4 años de adjunto y 3 de jefe de sección, hasta que, en 1994, marché a Gijón de jefe de servicio.

–¿Cómo avanzó su especialidad en 50 años?

–Casi toda la medicina ha avanzado un horror. No tiene nada que ver con mis comienzos. En urología los avances técnicos están asociados a los trasplantes y a la laparoscopia. Con la PSA apenas se hacen tactos rectales y la cirugía ha pasado a ser mínimamente invasiva. Quitarte un riñón ahora son tres mordisquitos. Hay cantidad de medicaciones para tumores renales o vesicales y la supervivencia es muchísimo mayor.

–Se casó.

–En 1979, con Carmen Ardura, de Mieres, anestesista. Nos conocimos en el Hospital General y fuimos novios casi 4 años. Tuvimos un hijo, Aitor, y en 1989 nos divorciamos. Aitor tiene 43 años y vive en Gijón de puta madre, sin hacer nada.

–¿Fue un padre presente?

–Mucho. Cuando me separé estuve viviendo nueve años con mi hijo. Quedamos en el piso que teníamos, le llevaba al colegio, al bus… Mi separación fue muy traumática. Me dijo mi abogado, Carlos Paredes, que fui el segundo hombre de Asturias al que le pagaron pensión de mantenimiento por su hijo: 45.000 pesetas. Hasta los 18 años vivió conmigo. Pasó veranos en Inglaterra y en Canadá...

–¿Cómo se arregló?

–Bien. Entonces sólo tenía 4 guardias al mes. Me ayudaba en casa una señora, Aitor comía en el colegio y nos veíamos en la tarde noche. A los 18 años marchó a Madrid a estudiar sonido.

–¿Qué cambió cuando empezó a dirigir el servicio de Urología de Cabueñes?

–Pasé a estar al cargo de ocho o nueve personas y a hacer la pila de kilómetros al año en ir y venir, lo que no me importa porque me gusta conducir. Organizaba todos los años un congreso en Gijón, unas jornadas quirúrgicas, que traía gente de Madrid, Italia y otros países a operar con nosotros.

–Se casó una segunda vez

–En 1999, con Ana, una chica de Cangas de Narcea, muy conocida por la hostelería asturiana que tuvo una sidrería, y estoy encantado. Es una gran mujer y me ayudó mucho cuando mi hijo tuvo momentos muy malos de fumata. Sacó pa’lante muchas situaciones.

–Profesionalmente, ¿cuál fue su mejor etapa?

–Cuando me dediqué a los trasplantes. Lo trabajé mucho a partir de 1979. Iba a Madrid para hacer cirugía experimental en El Piramidón, el Ramón y Cajal, pasé tres meses haciendo cirugía con perros y acompañando en el quirófano a dos amigos de la residencia en el hospital, Teo Mayayo y Paco Lovaco. Al volver le planteé hacer trasplantes a mi jefe, Feliciano, que de eso no tenía ni idea, pero se apuntaba a un bombardeo.

–¿Cómo fue aprendiendo?

–Me llamaban de Madrid, de la Concepción, de La Paz o del Piramidón -tenía contactos en los tres- para decirme cuando había un trasplante al día siguiente. Cogía mi R-5 TS rojo y me plantaba allí. Lo hice media docena de veces, por mi cuenta. No me pagaban ni la gasolina. Hice la primera extracción de órganos en 1980.

–Los inicios en Oviedo.

–Estuvimos tres años sacando riñones que mandábamos a Santander, donde estaba la lista de espera de los trasplantes de Asturias. Hicimos el primer trasplante de riñón el 24 de marzo de 1983, el primero de Asturias en cualquier especialidad. Los trasplantes fueron mi actividad principal hasta 1989 con Chus Otero y con el nefrólogo Jaime Álvarez Grande.

–¿Cómo llevó la jubilación?

–Bien, salvo en la pela. No me he jubilado del todo porque tengo consulta los lunes y los miércoles. Tuve la primera consulta de la privada con mi amigo Aurelio García de la Torre pronto.

–¿Tiene aficiones?

–El golf desde hace 40 años. Jugué mucho en La Barganiza y muchas veces hacía mis vacaciones en destinos que tuvieran campos de golf. Ahora juego menos porque tuve hace 2 años un infarto y subo las cuestas con el buggy. También me gusta el cine en sala y en casa.

–¿Cómo está su corazón?

–Bien. Hace 12 o 13 años tuve un infarto que se solucionó solo. El último fue en Porto Novo y necesitó intervención, pero estoy muy bien. No me ha dado miedo. Sigo comiendo todos los viernes con mis amigos en Gijón. Eso no hay que perderlo.

–¿Qué tal cree que le ha tratado la vida hasta ahora?

–A la vida hay que agradecerle muchas cosas. Tiene fases, unas mejores y otras peores, pero si valoro todo, me ha tratado bien. Yo también le he tratado bien a ella. He sido bueno y he tenido suerte con mi salud, con mi segundo matrimonio y con mi profesión. No le puedo decir nada a la vida.

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