Puerto de Vega (Navia)

Mucho antes de que España se viera envuelta en el «boom» del ladrillo hubo humildes constructores encargados de levantar edificaciones familiares con exiguos medios. Uno de ellos fue el naviego José Pérez Méndez, popularmente conocido como Pepito, que en los cincuenta del siglo pasado montó una pequeña constructora en el concejo naviego.

Sin apenas formación y sin más conocimientos que la experiencia se convirtió en constructor al frente de una cuadrilla de entre cuatro y cinco obreros. «Entonces hacíamos de todo. La cuadrilla se ocupaba de levantar la casa y también prepararla por dentro y hacer todas las instalaciones. Eso ha cambiado mucho porque hoy en cada obra te encuentras con un ejército de gente». El de la construcción era entonces un oficio de riesgo, sin apenas medidas de seguridad y donde la mayor tecnología la aportaba la hormigonera para preparar el cemento. «Los andamios eran de madera, pero se colocaban bien y era seguro», relata.

El naviego se decidió por la construcción, ya que en aquella época las opciones eran pocas y la mayor parte de los jóvenes marchaban al mar. Él tenía buen ojo para los planos y buena mano en la obra así que no se lo pensó dos veces.

Los orígenes de Pérez están en la localidad naviega de Vigo donde nació en 1929. Vino al mundo en una familia de cuatro hermanos y en un tiempo de mucha pobreza: «Éramos muy pobres y todos los hermanos nos dedicábamos a ir al jornal por las casas de labranza de la zona». El jornal no les deparaba beneficio en metálico, pero si un plato caliente para pasar la jornada.

Entre sus recuerdos de infancia están los duros años de la Guerra Civil, que vivió con tan sólo siete años. Recuerda que entonces, cuando se escuchaban tiros en la lejanía todas las familias salían de sus casas e iban a protegerse a uno de los acantilados junto al mar. «Recuerdo que los vecinos se llamaban a voces y salíamos todos a refugiarnos allí».

A los doce años dejó de trabajar de jornalero en el campo y empezó en las obras del ferrocarril de la costa. «Ni podía con el carretillo», relata. Acudía cada mañana a la obra, desplazándose a pie desde su casa a Navia, con otros vecinos de la zona. Entonces los trabajos se concentraban en abrir la zanja en la que luego asentar la vía. «Pagaban 13 pesetas diarias por ocho o nueve horas de trabajo», precisa.

Estuvo alrededor de seis años en el asunto de la vía férrea, hasta que le llegó la hora de prestar el servicio militar, destinado en Madrid. Tuvo suerte y ocupó el puesto de cocinero en la residencia del comandante. No tenía ni idea de cocina pero allí aprendió lo básico y pasó dos años tranquilos, sin más oficio que hacer la comida y atender a los hijos del comandante.

De vuelta a casa fue cuando se inició en el mundo de la construcción, con un receso de cinco años en los que anduvo al mar con su suegro. «Él no encontraba marineros y por ayudar me ofrecí, pero nunca me gustó el mar». La lancha «La Milagros» les llevaba mar adentro para capturar bonito, chicharro, bocarte o chicharrón.

Tras el paréntesis de la pesca regresó a la construcción, dedicado a levantar viviendas o establos para ganado. «Aquí éramos cuatro constructores pequeños y la verdad es que había trabajo». Lo que había es que andarse con cuidado, para no dar con malos pagadores. «Yo no era de los que mandan sólo, trabajaba como el que más», añade.

Un buen día decidió probar suerte en Alemania, ya que empezaron a llegar rumores de prosperidad. No obstante, no tuvo suerte con su viaje migratorio y la aventura duró un mes. «Ni siquiera llegué a trabajar. Hablé con obreros que estaban allí y me dijeron que todo estaba muy mal. Así que saqué el billete y volví a casa». Regresó a la obra, que siempre fue su pasión. Hasta que un buen día su mujer le propuso ir de viaje a Alicante. Tanto les gustó que se compraron una casa en la localidad de Santa Pola. Pérez encontró trabajo allí en un almacén que servía material de construcción y llegó a ser encargado de la tienda. «Se vendía mucho, salían camiones y camiones del almacén». Se jubiló en Santa Pola y tras seis años de aventura mediterránea, regresaron a su casa de Puerto de Vega.

Hasta el fallecimiento de su mujer, el matrimonio disfrutó enormemente de la vida y llegó a viajar a Italia, Suiza o Egipto: «Tuvimos una vida perfecta, ella era muy echada para adelante».