Opinión

Familia

La historia de los Galvin y las tesis dominantes sobre la esquizofrenia

Hace años, muchos más de lo que yo quisiera, acudí a una academia para recibir clase de francés. Era por la tarde, pero mucho más allá de la cuatro y diez, o sea, que no había helado de fresa y ya me había tomado el café.

La academia de idiomas estaba en un cuarto piso de un edificio señorial y céntrico. Por aquel entonces, los porteros automáticos eran un gran tablero de teclas rectangulares donde se reflejaba el piso y al lado, si el dueño lo deseaba, el nombre del propietario o del negocio de turno, como era este caso.

Del francés que allí aprendí creo que queda más bien poco en mi memoria. Pero nunca se me olvidará que cuando llegaba ante aquel portón y me disponía a apretar el timbre de la academia en el panel, bajo la tecla que yo iba a pulsar había una que ponía: 3B, Familia Mata. Cierto que había otras familias repartidas por el teclado pero Familia Mata se convirtió en mi pequeña tortura interior, en mi fobia obsesiva. No recuerdo cuantos minutos me pasé embobado ante aquel prodigio de composición artística, entre aquel dilema: o Aute o Familia Mata. Nunca llegué a pulsar aquel botón. Nunca llegué a saber pese a discretas pesquisas quien vivía en aquel piso ni a ver a ningún miembro de aquella familia. Al fin, un día, cuando iba a llamar a la academia me di cuenta de que Familia Mata ya no estaba. Me sentí aliviado. Pero tuve que preguntar. La secretaria de la academia me dijo que aquel piso llevaba años sin estar habitado y que ahora lo había comprado un bufete de abogados. Y que ella nunca había visto a ningún miembro de la familia Mata.

He recordado esta anécdota al hilo de la lectura del libro "Los chicos de Hidden Valley Road. En la mente de una familia americana", de Robert Kolker, traducido recientemente al castellano y que narra la historia de la familia Galvin, Donald y Mimi, que tuvieron doce hijos, de los cuales seis enfermaron de esquizofrenia. El caso de la familia Galvin fue un tema real. Varios miembros viven para dar cuenta de los hechos y de sus recuerdos. El caso no pasó desapercibido para el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, que hizo un seguimiento intenso y especial a la familia. Al fin y al cabo, un caso tan sorprendente era una formidable placa de Petri para el estudio de una enfermedad, la esquizofrenia, de la que se desconocía casi todo: ¿era producto del ambiente? ¿de la herencia genética? ¿era un problema social? ¿su causa era una comunicación familiar distorsionada con una madre esquizofrenógena y un padre ausente?

El libro de Kolker, documentado en fuentes casi exclusivamente norteamericanas, está bien estructurado. Y está bien escrito. Es de "esos que se lee como una novela". Porque Kolker quiere boom literario y película. Ya cuenta con dos precedentes. Por eso no me parece un libro fiable. En cambio, por ejemplo, la "Última carta. Un suicidio en mi familia", el libro que Sergio G. Ausina hizo para contar el drama oculto de su familia paterna, me sirve de fuente de documentación y lo recomiendo habitualmente como fuente solvente sobre el tema.

Esto de Kolker hay que leerlo pero no puede ser referencia de nada serio. La ciencia puede y debe leerse lejos de las novelas.

La historia de la familia Galvin ayudó a apuntalar las tesis dominantes actualmente: que no hay ningún trastorno psiquiátrico que sea de origen exclusivamente genético, que en la esquizofrenia la genética tiene un peso importante pero que nunca se activa la enfermedad si no es con el concurso de circunstancias ambientales estresantes, aún no bien conocidas. Y que en la terapia de este tipo de trastornos, el trabajo y el apoyo con los pacientes y sus familiares resulta clave. Y que basta ya de culpables y de víctimas. Y que la familia no mata ni es foco patógeno, por decreto ley.

Todos los episodios psicóticos de los hermanos Galvin suceden a partir de 1966. En 1963, John Fitzgerald Kennedy había promulgado la Ley de Salud Mental Comunitaria que incluía el cierre de los hospitales psiquiátricos estatales y las transferencias de la gestión en Salud Mental a los distintos estados. Kennedy apoyó esa ley influido, según Kolker, por el drama familiar tras la lobotomía realizada en un internamiento psiquiátrico a su hermana mayor. Un tema muy importante y que merece más atención. El fracaso de dicha Ley ha sido estrepitoso. En 2002 se habían abierto 574 centros de salud mental de los 2.000 planeados para suplir a los psiquiátricos y de 550.000 plazas de hospitalización que había en 1963, quedaban 54.000.

Los ahorros de las arcas federales fueron cuantiosos. Pero en USA, el drama de tantos enfermos sin apoyos ni tratamiento de ningún tipo dura hasta nuestros días. Ni de esto ni de muchos otros temas muy importantes da cuenta Kolker en su libro. Que se lee como una novela. Quede pues como tal para el uso técnico especializado. Un final triste para una familia poco afortunada.

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